Recuerdo que una de las primeras veces que me planteé cambiar de trabajo tenía tantas dudas que, al final, como marcan los sobrevalorados cánones, terminé haciendo una lista de pros y contras. Seguí, por una vez, los consejos de todas las guías del buen profesional, esas que ilustran habitualmente fotos de Getty con gente muy sonriente y limpia, una versión 2.0 de los folletos de avión. Con papel y boli, para orgullo de los cuadernos de verano de Rubio, que hoy sentirían lástima de mí al ver cómo me cuesta escribir a mano, fui anotando las ventajas y los inconvenientes de cambiar. La lista de los pros fue cargándose de motivos inapelables: responsabilidad, salario, menor pérdida de tiempo en el metro, una estructura más segura… La de los contras tenía apenas un par de anotaciones. Sin embargo, esa exigua lista de desventajas acabó imponiéndose contra todo pronóstico, como cuando juegas en casa y te gana un equipo con dos expulsados.

¿Por qué? Porque había algo que no sabía explicar que me decía que era mejor no cambiar en ese momento, porque mi intuición me invitaba a no dar el paso. Jamás me arrepentí de esa decisión, en la que cada vez pienso más, a la vista de cómo la razón monopoliza al estilo de la peor de las dictaduras cualquier decisión, vital y, especialmente, profesional. De hecho, desde hace algún tiempo percibo que la intuición tiene puesto el cartel de ‘Se Traspasa’. Hoy, que tenemos a nuestro alcance más datos que nunca, que existe un acceso sin igual a la información y a los procesos, que los ejemplos de otros son fuente de inspiración universal, reivindico más que nunca a esa indefinible intuición, la que tantas veces nos ha impulsado a hacerlo “mal” como forma más eficaz de triunfar.

Los franceses siempre son más seductores. Una etapa del Tour de Francia comienza en Saint Michel de la Roë y termina em Segré en Anjou Bleu, mientras que la de la Vuelta a España va de Cilleruelo de Abajo a Venta de Baños. Pero son los ingleses los que siempre tienen a mano una expresión que lo soluciona todo, una suma de palabras visual que podrías ponerte en la camiseta. Gut feeling es una de ellas. Con todo el cariño del mundo al castellano, decir que tu tripa dice algo a mí me da ganas de recomendar Fortasec o Dulcolaxo. Pero, realmente, hay mucho de estómago o de órganos cercanos al mismo en la intuición, una batalla contra esa parte del cerebro que nos dice lo que sería lógico hacer. La intuición es esa bombilla de sospecha que se ilumina cuando tomas algunas decisiones sólo guiadas por el debería.

Como siempre, hay algunos que pervierten los conceptos. Ser intuitivo no quiere decir ir a la contra, aunque muchas veces toque remar contracorriente. La intuición es la suma de la experiencia, de la valentía, del olfato y de la lectura creativa del contexto, no es una virtud que no se entrene. Puede parecer intangible, pero no lo es. Sencillamente, es difícil de explicar, es complicado poder plasmarla en un papel, como en aquel listado que hace años realicé para saber si cambiar de trabajo. Hoy sé que el hueco que había en los contras no estaba vacío; lo que pasaba era que era demasiado pequeño para que entrase un concepto de tanto valor. 

Feliz lunes y que tengáis una gran semana.