Si Manuela Carmena (Madrid, 1944) hubiera nacido en Nueva York o en Wisconsin, tal vez hoy tendría su propio documental o película al estilo de los que se han dedicado a Ruth Baider Ginsburg. Aquella célebre jueza norteamericana, antes de fallecer, solía decir que simplemente le gustaría ser recordada como alguien  que «usó cualquier talento que tuviera para ayudar a reparar rasgaduras en la sociedad».

Y algo parecido debió pensar la ex alcaldesa de Madrid cuando, tras una larga carrera como jueza y abogada laboralista, decidió fundar Yayos Emprendedores SL junto a un grupo de personas que, como ella, pensaban que una cosa era jubilarse y otra muy distinta dejar de trabajar.

El proyecto, que nació como empresa con beneficio social, tenía como objetivo ofrecer trabajo a personas en riesgo de exclusión a través de una marca de moda infantil: Zapatelas. Más tarde, y por razones éticas, cuando Carmena llegó a la alcaldía de Madrid decidió reconvertir la empresa en una asociación sin ánimo de lucro: Cosiendo el paro. Y no hay una manera más descriptiva de «reparar las rasgaduras de la sociedad» que cosiéndolas.

Impacto social

En  el número 39 de la calle Manuela Malasaña de Madrid, cada sábado, Manuela atiende personalmente a una variada clientela interesada en las prendas y calzado infantil que venden en su coqueto establecimiento. Hay días en los que incluso lleva magdalenas elaboradas por ella misma. Pero la tienda es sólo una pequeña parte detrás de la grandeza de su proyecto.

«El concepto de emprendedor social no está suficientemente reconocido. Siempre se vincula el emprendimiento con la ambición lucrativa», lamenta Carmena. Porque Zapatelas es más que una bonita marca de ropa infantil y juguetes, es una vía de reinserción a través de talleres ocupacionales de reclusos en cárceles españolas y una plataforma de empoderamiento del talento senior

Pero para que todo esto funcione, hay mucho trabajo detrás: diseño y confección, talleres, voluntarios, búsqueda de recursos financieros y también humanos. El equipo está encabezado por María Noguerol, con quien Carmena orquesta esta singular cadena de trabajo que une talento y artesanía con la intención de generar impacto social.

«Nuestro objetivo no es generar dinero sino riqueza. Y la riqueza entendida como valores, trabajo o vocación», dice la fundadora de Cosiendo el paro. Carmena, que compagina este proyecto con sus libros –el último, La joven política, editado por Península–, su programa divulgativo Máster en justicia o sus colaboraciones en radio, deposita además en este proyecto una esperanza, demostrar que la experiencia y el conocimiento no desaparecen tras la jubilación: «Tenía demasiadas cosas en mi mochila que no podía dejar sin utilizar», dice al respecto. 

Uno de sus propósitos actuales es facilitar que personas retiradas, con experiencia y ganas de trabajar puedan completar sus pensiones con otra ocupación a tiempo parcial.

En este punto, sin embargo, su empeño suele encontrarse con un muro administrativo difícil de escalar: el de algo que no tiene cabida porque todavía no existe. «Cuando se hacen cosas nuevas es muy difícil encontrar la manera de explicarlo, y a veces no encuentras la categoría adecuada», asume la exjueza.

Limitaciones administrativas

A menudo han de sortear dificultades burocráticas o recurrir a un sinfín de vericuetos administrativos. Un ejemplo descriptivo es cómo, para contratar a alguien que ya está recibiendo una prestación de algún tipo y necesita completar sus ingresos, en el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) existe una modalidad de «contrato social» que lo permite. «Pero a veces en el propio SEPE lo desconocen», apuntan. 

También les sucede algo parecido cuando solicitan ayudas a entidades privadas –rehúsan recurrir a las públicas por pincipio–: «Hay fundaciones que destinan muchas ayudas al cuidados o el acompañamiento a personas de la tercera edad, pero nada para emprendimiento», señalan.

Carmena
Manuela Carmena en Zapatelas, su tienda de ropa infantil en Madrid. Fotografía: Ximena y Sergio

Empresa social

La definición sencilla de una empresa social es «aquella que no retribuye el capital sino que lo usa en beneficio de la gran mayoría», tal y como lo definía el economista paquistaní y Premio Nobel de la Paz Yunus.

Sin embargo, mientras en Estados Unidos existen modalidades organizativas que facilitan su desarrollo, como las benefit corporations y las low-profit limited liability companies o las británicas community interest companies, la legislación española no tiene suficientemente reconocidas este tipo de sociedades. De ahí que les cueste encontrar la horma de sus zapatos. O lo que es lo mismo: hay muchos beneficios sociales para las empresas, pero no para las empresas sociales. 

Aclarado esto, Zapatelas es una organización sin ánimo de lucro pero que funciona como una empresa. Por un lado, están los talleres, los centros ocupacionales de las cárceles y el voluntariado. Por otro, la venta de producto, la comunicación, las redes sociales. El equipo está en contacto a diario y en sus conversaciones, reconocen, a menudo surge el clásico «¿Cómo vamos de pasta?»; sin contar el fabuloso tetris que han de componer entre la gente nueva que se ofrece para colaborar para que «todo esto siga adelante». 

Hacer lo que se puede

Como el cuento del colibrí que llevaba agua en su pico durante un incendio en un bosque y al que el resto de los animales le preguntaron qué estaba haciendo. El avecilla contestó: «Lo que puedo», Carmena intenta proceder con su mejor intención. «Nunca sabes si le puedes arreglar la vida a las personas, pero al menos puedes aportarles algo que socialmente le dé cierta estabilidad. La satisfacción de que, seas quien seas y de dónde provengas, puedas sentir que tu trabajo es útil ya es suficiente impacto social», concilia Manuela.

En su caso, de momento unas 200 personas se han beneficiado de esta iniciativa a lo largo de la última década: reclusos, voluntarios o costureras aficionadas que han visto cómo una tela estampada donada por una persona anónima se convierte después en un bonito abrigo, un juguete o una muñeca de trapo –sus famosas Manuelitas son uno de sus best sellers–. A muchos de ellos, esto sí les ha cambiado algo la vida.

«A lo largo de estos años hemos ido afinando y perfeccionando los objetivos y también las posibilidades de los colectivos con los que trabajamos», reconocen. Hoy colaboran con talleres de inserción de instituciones penitenciarias –comenzaron con la cárcel de Alcalá de Guadaira en Sevilla, pero también con la de Brieva, Aranjuez, Alcalá-Meco o Estremera, entre otras–, y dan cursos, ayudan a personas que están en el paro o en riesgo de exclusión. Incluso tienen su pequeña participación en cine. En la última película de Almodóvar, Madres paralelas, los juguetes que aparecen en la habitación infantil son de Zapatelas.  

Pensar en el futuro

Huelga decir en este punto que la asociación cuenta con colaboraciones de gente muy diversa. Desde los que aportan donativos económicos o de materiales y recursos, a quienes están dispuestos a ayudar cosiendo desde sus casas. «Nos auto mantenemos», reconocen. Y aunque les cueste, en esta empresa no ha habido despidos. «Nosotros vamos hacia delante, nunca damos pasos atrás», sostienen orgullosas.

Y además, aquí lo que valoran es la cualidad de cada uno: «que lo hagan con gusto. Aquí también queremos pasarlo bien». O como dice Manuela: «A una determinada edad tienes que ser consciente de que no tienes futuro, pero sí presente. Y este puedes dedicarlo a construir cosas para los que vienen detrás. Es algo que propicia un enriquecimiento de la sociedad extraordinario», remata. 

Y, en esas, Manuela vuelve a atender a una clienta que se interesa por unas ratoncitas Pérez para sus mellizos. La misma que después les contará a esos niños que ‘ellas’ también dejan regalos bajo la almohada.

Y que detrás de esos muñequitos cosidos en tela están las manos de una mujer extraordinaria que se ha propuesto coser el paro, y los sueños, y devolver a la sociedad lo que la sociedad le ha dado. Haciendo lo que puede.