Hay quien cree en el matrimonio y quien no. Luego están los del sí, pero no; los de no, pero sí. Aquellos abonados a los recelos y a la cautela, los que –no sin razón– les buscan los tres pies a las promesas de felicidad y perdices. La duda –léase miedo– es libre. En el altar nupcial de las fusiones bancarias se perciben esos escalofríos de suspicacia tanto en los que absorben como en los que son absorbidos. Los sudores fríos recorren todo el sistema financiero y solo desaparecen cuando ese matrimonio cuaja o, como diría el genio del Romanticismo francés Victor Hugo, “prende bien”.
Los últimos tembleques los ha provocado la unión entre CaixaBank y Bankia, que ha engendrado el mayor banco de España por volumen de activos, con casi 660.000 millones de euros. Durante la presentación de la operación corporativa atemperaba los nervios, propios y ajenos, el consejero delegado de la resultante CaixaBank, Gonzalo Cortázar, asegurando que “para casarse en tiempos difíciles es importante elegir a la pareja correcta y nosotros estamos convencidos de tener a un buen compañero”.
Posible oleada de romances bancarios
Celebrada por el Banco de España y bendecida por los inversores, la mayor fusión en nuestro país en dos décadas podría desencadenar una oleada de romances bancarios –como ha ocurrido entre Liberbank y Unicaja– que tanto anhela y alienta el Banco Central Europeo (BCE) para contrarrestar las perniciosas consecuencias de la baja rentabilidad que carcome la banca europea. Lleva tiempo haciéndolo y, sin acciones prontas, se prevé que continúe así porque también se barrunta que se prolonguen en el tiempo los bajos tipos de interés.
Aquí –cómo no– entra en escena la omnipresente pandemia que lo subordina todo. Si el regulador europeo venía exhortando a los bancos para que caminaran hacia la consolidación, ahora la considera “urgente”. Tendría que producirse de manera “relativamente rápida”, decía recientemente el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos. Apuntalaba la idea Edouard Fernandez-Bollo, miembro del Consejo de Supervisión de la institución, que sostenía que “la consolidación puede asegurar bancos sólidos”. No en vano, el BCE ha suprimido este verano sus trabas a las fusiones. La resiliencia como mantra.
El caldo de cultivo ideal para la consolidación bancaria se ha ido cocinando con la urgencia de la transformación digital, las mayores exigencias regulatorias, los mencionados tipos de interés reducidos y la exigua rentabilidad. “Si lo que se pide es extrema seguridad con márgenes reducidos, hay que optar por un gran volumen. De ahí que ganar tamaño tenga sentido en esta situación de mercado. Por otro lado, si se puede realizar más actividad de intermediación financiera con una estructura más ligera, es más fácil afrontar el reto de la rentabilidad”, explica a Forbes el catedrático de Economía de la Universidad de Granada y director de Estudios Financieros de Funcas, Santiago Carbó.
El mal de la rentabilidad
El gran desafío de los rendimientos, analiza Joaquín Maudos, catedrático de la Universidad de Valencia y director adjunto del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), “no es exclusivo de España, sino que es aún más grave en otros países europeos, en especial en las grandes economías como Alemania, Francia, Italia y Reino Unido“. Así lo recoge el Informe de Estabilidad Financiera del Banco de España publicado en la primavera de este año, donde precisa que “el resultado consolidado del sector bancario español cayó un 13,1% en tasa interanual en 2019. Pese a la caída, las ratios de rentabilidad del sector se situaban por encima de la media europea y de las principales economías de la UE, salvo Italia”.
Sin embargo, los niveles anteriores a la crisis financiera mundial siguen sin alcanzarse. Las estadísticas del Banco Central Europeo del primer trimestre de 2020 –antes de dejarse notar los estragos de la COVID-19– reflejan que el rendimiento anualizado de los recursos propios (RoE) cayó a un nivel agregado del 1,21%, frente al 5,76% del mismo período de 2019.
Para ayudar a atajar esta mermada rentabilidad, las fusiones y adquisiciones vuelven a hacer acto de presencia. Lo hacen cíclicamente. Las M&A (Mergers and Acquisitions) logran crear músculo financiero “generando más beneficios y menos costes. Al tener más beneficios, las entidades pueden incrementar capital y, por tanto, resiliencia“, razona José Luis Peydró, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra. La mayor oportunidad de las fusiones, arguye el decano del Colegio de Economistas de Cataluña Anton Gasol, es “mejorar la eficiencia y, por tanto, la sostenibilidad”. Gasol distingue entre “fusiones expansivas y defensivas. Las expansivas son las transfronterizas y/o las complementarias gracias a la ampliación del negocio (geográfico y de producto y tecnología). Las defensivas son las que tienen por objeto reducir costes: capacidad instalada (oficinas y empleados)”. Y la reestructuración pasa, indefectiblemente, por la eliminación del exceso de costes.
Pero ya lo remarcó en su tiempo el autor de la exquisita La felicidad conyugal (1859), el universal Tolstói: “lo que cuenta para hacer un matrimonio feliz no es tanto cuán compatible eres, sino cómo lidias con la incompatibilidad”. Esto es, las fusiones son estériles si no están bien diseñadas y ejecutadas, si no hay sinergias.
¿Nueva ronda de fusiones?
Los ‘Presuntos Implicados’ de Sole Giménez bien podrían ponerle banda sonora a la evolución del sistema bancario español en la última década porque ¡cómo hemos cambiado! El más de medio centenar de entidades que había en 2008 se ha comprimido hasta las once actuales. Según datos del Banco de España, por el camino se han cerrado más de 22.000 oficinas –un tijeretazo del 48%– hasta las poco más de 23.500 de hoy. En este tiempo se ha mandado a la calle a 89.000 empleados del sector financiero. Y la cifra se queda corta, porque este dato no se actualiza desde 2018. Sin medias tintas, el director adjunto del IVIE expone a Forbes que “para materializar sinergias, es necesario cerrar oficinas y servicios centrales, y eso obliga a aligerar el empleo. No hay más remedio”. También Javier Díaz-Giménez, economista y profesor de Economía en IESE Business School, manifiesta a esta publicación que prefiere esos daños colaterales a “empleos que no puedan justificarse por las condiciones del mercado y que se tengan que financiar a cargo de los contribuyentes”.
En los próximos meses y años se seguirán bajando persianas. En muchos casos se deberá al desarrollo de canales digitales, en otros será fruto de las fusiones venideras, porque coinciden la mayoría de expertos en que llegarán –sin especificar timing–, en que la operación CaixaBank-Bankia ha reactivado la marcha de la concentración. Nos remite Santiago Carbó a las necesidades de consolidación, que “están ahí y hay margen para reducir el número de entidades”, aunque plantea que “con las fusiones siempre hay que tener en cuenta las ventanas de oportunidad. Dado que vivimos momentos de incertidumbre, uno de los aspectos más destacados de la fusión CaixaBank-Bankia ha sido la celeridad de la negociación y puesta en marcha“.
Cautelosos son los estudiosos de las ciencias económicas a la hora de concretar con nombre y apellidos esas potenciales sumas bancarias. Convienen Carbó, Maudos y Gasol en emplear la sorna para asegurar que ellos no tienen una bola de cristal, aunque el decano del Colegio de Economistas de Cataluña apunta a Forbes que “las autoridades monetarias europeas y nacionales desearían la creación de un banco nacional a escala europea: Santander + BBVA“. Combinación que Maudos descarta porque “son dos grandes bancos con presencia en muchos países, pero sin solapamientos“. Se atreve a dar un paso más allá el catedrático de la UPF José Luis Peydró, que dice a Forbes que “si tuviera que apostar, diría que habrá alguna fusión con el Sabadell“.
Concentración / poder de mercado
El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, ve “margen para la consolidación” sin menoscabar la competencia porque, recuerda Javier Díaz-Giménez, “la concentración puede limitar los derechos de los consumidores siempre que sea excesiva“. No obstante, recalca el director de Estudios Financieros de Funcas que “es un error confundir concentración con poder de mercado. Pueden darse más ‘bofetadas’ entre tres bancos que entre diez”. Para Anton Gasol, una nueva oleada de fusiones sí alimentará “el fantasma de un oligopolio de los llamados ‘campeones nacionales”. Al cierre de 2019, los cinco grandes bancos controlaban el 67,4% de los activos del sector, según recoge el informe EU structural financial indicators 2020 del BCE.
Otro de los indicadores importantes a tener en cuenta es el llamado Índice Herfindahl, que calibra el grado de concentración atendiendo a las cuotas de mercado. Este medidor establece que una puntuación por debajo de 1.000 puntos describe mercados altamente competitivos, superado ese hito se refiere a entornos de concentración moderada y por encima de 1.800 puntos detecta contextos de excesiva concentración. El índice de la banca española se situaba a finales de 2019, también conforme a los datos del Banco Central Europeo, en los 1.110 puntos, siendo el decimotercer país entre los 27 de la Unión Europea con mayor escala de concentración. En otras grandes economías fluctúa desde los 277 puntos de Alemania hasta los 643 de Italia o los 654 de Francia.
El sector bancario italiano también ha comenzado a mover ficha en el tablero de las fusiones nacionales para buscarle pareja al rescatado Monte dei Paschi y los expertos no descartan que la jugada se replique a nivel europeo, donde los bancos siguen siendo más pequeños que sus pares en Estados Unidos y China. José Luis Peydró menciona como deseo del BCE “que Europa se parezca en ciertos aspectos a Estados Unidos, con una economía menos bancarizada y un mayor peso de fintech, bigtech y banca en la sombra”.
Santiago Carbó considera que una mayor consolidación en el resto de Europa dependerá “de que el mercado esté lo suficientemente calmado para que esos proyectos puedan desarrollarse sin sobresaltos. Y, en los últimos años, el sobresalto ha sido demasiado común”. También la Autoridad Bancaria Europea, en su estudio The EU banking sector: first insights into the Covid-19 impacts, de mayo de 2020, advierte de que las fusiones y adquisiciones “pueden implicar riesgos operativos elevados en momentos de tensiones importantes. Por lo tanto, cualquier intento de reducir costes podría ser desafiante a corto plazo“.
La pandemia acucia
Los males que aquejan a toda la banca europea eran ya endémicos antes de la emergencia sanitaria global, pero esta ha venido para darles mayor altavoz y –quizás– acelerar una nueva fase de consolidación, porque la crisis presionará todavía más a la malherida rentabilidad bancaria. “La evolución de la pandemia lo condiciona todo. Puede ser el empujón definitivo que lleve a algunas entidades a tomar una decisión que ya estaban contemplando“, subraya el profesor del IESE.
Entre las variables que pueden influir en su avance está “el futuro aumento de la morosidad, que ya está provocando que las entidades bancarias acometan profundas provisiones, en anticipación al deterioro que la pandemia provocará en el crédito”, comenta a Forbes María Rodríguez, consultora del área de banca de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Rodríguez entiende que esta recesión recuperará “uno de los retos de los últimos años, la gestión de los activos improductivos ante el previsible incremento de los impagos y, por ende, de la tasa de mora”. Detalla, además, que “la evolución del deterioro del crédito será fundamental para saber si el capital actual que mantienen las entidades es suficiente o si necesitan fusionarse para poder afrontar las pérdidas crediticias futuras“. Acentúa Joaquín Maudos que también será determinante “la prolongación en el tiempo de los bajos tipos de interés, que penalizan mucho el margen con el que intermedian los bancos, así como el desapalancamiento de la economía que supone menos negocio para los bancos”.
Argumenta la también consultora de banca de AFI Marta Alberni que otro de los procesos pendientes que la Covid-19 podría estimular es el de la digitalización porque “va a provocar, previsiblemente, que los clientes hagan un menor uso de los medios tradicionales bancarios, especialmente de las oficinas, y deriven la búsqueda de servicios y productos hacia otros canales”.