José María Aznar no lleva bigote, pero José María Aznar siempre llevará bigote. En ese espacio entre boca y nariz no hay nada desde hace un par de años, pero yo siempre seguiré definiéndolo como “un señor con bigote”. Ese vacío, ese ‘horror vacui’, si acaso sólo tintado por una sombra o un amago de vello que en otra persona jamás llamaríamos mostacho, parece un hueco para pintar y colorear. Llama tanto la atención como la ausencia del cromo de un futbolista en tu álbum Panini, se nota como el brochazo que diste sobre la pintura de tu casa para tapar un desperfecto, su estampa parece el dibujo al que le quitan atributos en el juego de buscar las 7 diferencias que tienen algunos periódicos. Me maravilla este hecho paranormal, que no hace otra cosa que poner de manifiesto el peso que tiene el pasado.
El expresidente del Gobierno no lleva bigote, pero lo llevó en el momento en que más impacto tuvo, y, por ello, lo llevará siempre. Lo que fuimos y lo que tuvimos, cuando genera hábito, nos acompaña hasta el final. Decía Albert Einstein que se desintegraba antes un átomo que un prejuicio; podríamos extrapolar y decir que se desintegra antes un átomo que el pasado. Antes que un bigote. No hay nada que cueste más cambiar que una percepción, el hábito que los demás han generado sobre ti. Muchas veces es sólo un atributo físico, pero tantas otras son nuestros actos, nuestra conducta, las que generan un precedente difícil de virar. Quizá una losa, pero también un escudo ante afrentas futuras que uno pudiera cometer.
Porque las opiniones, los juicios y las percepciones cambian muy poco. Uno está hecho de la primera impresión que causó, de la percepción en su momento de apogeo y muy poco de sus cambios. Cambiar es maravilloso, pero en la mayoría de las ocasiones lo hacemos sobre un punto de partida. Siempre serás más o menos sobre una base inalterable, que es el antes. Nadie cambia la percepción que tiene, como mucho la modula o la actualiza, otros la afeitan. Pero el pasado, el momento en el que se creó, seguirá siempre ahí. Nadie se deshace del pasado. Si alguien fue considerado arrogante, mañana será menos arrogante, pero no humilde; si alguien cogió fama de trabajador, para la persona que lo juzgó podrá haber tenido un traspiés puntual, pero nunca será un vago.
Quizá la clave en todo esté en ser conscientes cuanto antes de los hábitos y los precedentes que estamos generando, darnos cuenta hoy de cuál será nuestro pasado para poder jugar con él y llevarlo hacia donde queremos, para sentirnos cómodos con lo que proyectaremos. José María Aznar ya no lleva bigote, pero a mí nadie puede convencerme de que en ese hueco algo más grande lo normal no hay un tupido e inconfundible mostacho negro. Porque el pasado pesa mucho más que los hechos presentes.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.