¿Quién controla al que controla? Esta pregunta ha acompañado a la expansión de las redes sociales durante la última década. El director de computación del MIT, Michail Bletsas, me explicaba que las grandes plataformas de internet han tratado de controlar la propagación de la desinformación utilizando diversos filtros computarizados y humanos. Pero, a diferencia de la pornografía, que es relativamente fácil de segmentar, el filtrado de la desinformación exige moderadores de contenido más sofisticados y personalizados.
Habría que invertir más en herramientas de inteligencia artificial, pero eso significa un aumento de los costes operativos para las plataformas sin ningún beneficio directo por el lado de los ingresos. Basta mirar las gráficas de la última década: el negocio de Meta, Google o Amazon no ha dejado de crecer. ¿Cómo convencer a los accionistas de que reduzcan sus beneficios para responder a un imperativo social cuando sus propios usuarios tienden a compartir un 70% más rápido y con mayor difusión los contenidos falsos?
Después de una larga tramitación, el Parlamento Europeo acaba de dar el visto bueno definitivo a la nueva Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de Mercados Digitales (DMA). Asha Allen, del Centro de Democracia y Tecnología, celebraba en Wired el paso adelante, pero apostillaba que ahora viene lo peor, porque la nueva regulación tendrá que implementarse “cuesta arriba”.
Se habla, por ejemplo, de 150 expertos dedicados a monitorizar las grandes plataformas, con un presupuesto de entre 20 y 30 millones de euros anuales que pagarán las propias empresas que, según la DMA, queden señaladas como gatekeepers. Aunque probablemente no sea suficiente si se quiere dar eficacia al Centro Europeo de Transparencia Algorítmica.
Sólo con un compromiso fuerte de los reguladores nacionales tendrán sentido medidas como la exigencia de que los gigantes de internet presenten de forma periódica evaluaciones de impacto en los derechos humanos (HRIA). Conseguir que no se repita la sensación de desencanto de los primeros años de aplicación del Reglamento de Protección de Datos no resultará sencillo. La buena noticia es que Europa ha vuelto a establecer el estándar en uno de los aspectos más resbaladizos del mundo online. Era necesario iniciar el camino.
En paralelo a sus instituciones, la sociedad lleva tiempo tratando de dotarse de mecanismos de salvaguardia frente al avance sostenido de lo artificial con rostro natural. El presidente y CEO de Hewlett Packard Enterprise, Antonio Neri, escribía en el Foro de Davos que estamos en un estadio superior a la Era de los Datos, que es la Era del Insight, de la Visión, en la que de momento aventajamos a las máquinas. El auge del wokeísmo y los intentos del gabinete del ya ex primer ministro Boris Johnson de controlar la BBC abrieron un interesante debate en torno al concepto de “neutralidad” en Reino Unido.
En la reciente edición del Aspen Ideas Festival se ha podido comprobar el desarrollo de disciplinas dedicadas a poner en valor lo que nos hace humanos, muchas de las cuales convergen en una nueva frontera en materia de igualdad: la salud. ¿Cómo acabar también con la brecha sanitaria?
Anjan Chatterjee fundador y director del Penn Center for Neuroaesthetics, explica que las personas tienden a combinar belleza y bondad, un sesgo cuyas implicaciones van desde el mundo laboral hasta la propensión a recibir sanciones. La neuroestética tiene tanto que decir en materia de filtros y memes de TikTok.
La Iniciativa Chan Zuckerberg, promovida por el matrimonio de Mark y Priscila, ha anunciado en Aspen que compartirá con la comunidad biomédica mundial las bioimágenes de todo el cuerpo humano en tiempo real (comenzará mapeando de manera integral proteínas y otras macromoléculas en las células) a través de la una herramienta gratuita de código abierto llamada napari. En 10 años aspira a ver en directo todo el cuerpo.
Las enfermedades mentales se sitúan en el centro de esa búsqueda de la igualdad en salud. Preocupan mucho las altas tasas de depresión y tendencia al suicidio. A ellas se dedicaron varias intervenciones en las Big Ideas de Aspen, incluida una muy emotiva de la activista Hailey Hardcastle quien instó a incluir el aprendizaje social y emocional (social emocional learning) en todas las facultades.
La desigualdad en salud se observa en la alimentación, en la soledad de los adolescentes, y es susceptible de ser medida. Rob Knight, fundador y director del UCSD Center for Microbiome Innovation, invita a identificar las disparidades de bienestar en las ciudades analizando las deposiciones de sus habitantes en las aguas residuales, porque el 99% de la información sobre nuestro cuerpo proviene de las bacterias intestinales, y sólo un 1% de nuestro ADN. No hay nada más humano.