Opinión Andrés Rodríguez

Por qué este libro sobre el mal dormir no te hará bostezar

El mal dormir

Los periodistas duermen mal, o duermen poco y prefieren la noche, o quizá sean las tres cosas, porque la atención que ha provocado el ensayo de David Jiménez Torres “El mal dormir” en el planeta mediático ha sido enorme. ¿Por qué? Debe mal dormir más gente de la que uno imagina y está muy bien escrito. Leerlo te mantiene en vilo.

A mí el libro tampoco me dejó dormir esta semana. Ni usted lector ni yo, plumilla, disfrutamos del sueño unihemisférico de las ballenas o los delfines que dejan la mitad de su cerebro dormido mientras el otro lado se dedica a lo que se dedican los cetáceos (expulsar aire por el espiráculo, no agua) y los mamíferos saltarines, a circunnavegar el globo. No padezco insomnio, pero desde que despuntaron las canas duermo como los gatos, avizor. Alerta, pero ¿de qué? De todo y de nada, pero vigilo mi vigilia y me aproximo al mal durmiente, que es ese que se despierta antes de lo que querría. Nunca dejo que el despertador me despierte y así “gano tiempo” y pierdo sueño.

Ganador del Primer Premio de No Ficción de la editorial Libros del Asteroide, el libro viene avalado por el superventas Andrés Trapiello (68), el filósofo Jorge Freire (37), Juan Tallón o Karina Sainz Borgo. Si la vida es sueño como escribió Calderón, el insomnio es también vida, una vida jodida y nebulosa, pero vida al fin y al cabo.

El autor apunta dos teorías por las que “reparador” es más una palabra del diccionario Leroy Merlín que un calificativo para el buen dormir. La primera: que los maldurmientes fueron antaño los vigilantes del grupo de homínidos, los serenos del sueño de los otros. Imagine el lector la heroicidad de los marinos solitarios, -que nadie se pierda el libro de David Ruiz “Irse” editado por Elba contando sus andanzas por los siete mares o los testimonios de Didac Costa con esos sueños húmedos de media hora, alarma, media hora, alarma, media hora y pitidito para estirar el gaznate a ver si en el radar sigue todo bien-. O el sueño de los soldados que duermen “lo que se pueda, cuando se pueda, donde se pueda”.
La segunda razón de este mal dormir ya cronificado podría ser la industrialización con sus turnos de obreros de ocho horas que han empujado al trabajador a dormir seguido para entrar pronto en las fábricas, rompiendo el sueño natural que sería de dos periodos, uno más corto y un segundo más largo, y si le sumamos la siesta, tres.

Hay más de cien trastornos de sueño distintos. Entre ellos la apnea, ese ronquido gutural que corta la respiración y despierta al roncado que se cree morir, pero no, sólo se despierta. No confundir con la apnea submarina. Yo apneo, tú apneas, si tu pareja también apnea pues entonces menuda sinfonía. La sospecha de que el insomne elige siempre parejas que duermen como troncos de manera inconsciente ha sido una de las hipótesis que más han llamado la atención a los periodistas durante la gira de promoción. Se habla de “dormir juntos”, pero no es cierto. Más preciso me parece acostarse juntos, que para el común de los mortales significa tener relaciones sexuales.

El tema es complejo. Hay personas que duermen más de las horas que creen dormir. Hay personas que presumen de que están perfectas habiendo dormido cuatro horas. Hay vicepresidentas que presumen de lo que trabajan a costa de quitarse de dormir y hay tertulianos que madrugan para opinar sobre todo esto.

El que duerme mal, gruñe, protesta y se siente mal nada más hacerlo como si la víctima tuviese que comprender que le pesan las piernas porque dio mil y una vueltas o porque apretó la mandíbula con tal fuerza que podría quebrar la torre Eiffel.

Gracias al sueño recordamos. El sueño es el registrador del recuerdo. Es nuestra copia de seguridad. El insomne olvida, pero cuando se acuesta vuelve a plantearse todo, cada detalle, cada cosa la masculla o la reimagina hasta que amanece y ve que todo sigue igual, pero él tiene más sueño. El insomne es un experto en encontrar preguntas abiertas y si están cerradas tiene la llave para abrirlas. El monólogo interior se convierte en una montaña rusa. Y así el zombi se lanza a la lectura, para mal leer, para leer triste. Por eso Cervantes escribió de Alonso Quijano que “Del mucho leer, y el poco dormir se le secó el celebro, de tal manera que vino a perder el juicio”.

El que duerme mal lleva siempre el cristal empañado, se siente torpe y está seguro de que los demás le ven así. El sabe que la glándula pineal se la está jugando y encarga melatonina a los colegas que cruzan el charco o se mete en la deep web para pillarse una de 12 miligramos, aunque luego, como el autor, la mordisquee para ir dejando la dependencia psicológica y su pareja conviva con un tarrito de pastillas o gominolas mordisqueadas por la ansiedad. Es probable que el insomnio se herede, espero que no se le pegue a usted con la lectura de este ensayo que recomiendo.

El mal durmiente se siente culpable, se siente infantil por no saber organizar su sueño como un adulto. Probablemente, pertenezca a un cronotipo: biotipos horarios, nocturnos (el búho) y diurnos (la alondra) y que te pongas como te pongas tu sueño y después tu vida o se ajusta a eso o serás un arrastrado. Un zombi.

David Jiménez recomienda poco o nada para solventar el sueño, pero sí que hila fino cuando dice: “¿Qué pasaría si no nos importara dormir?”. Y me parece un buen paso, antes de que Morfeo pase de tí, pasa tú de él, que verás como así viene. La dimensión del cansancio como fuerza invisible. La industria del dormir mejor, según Time Magazine, facturará en el 2023 más de 100.000 millones de dólares.

En la foto de la solapa David tiene cara de sueño. O al menos a mí me lo parece. Y cita el autor al sabio Sancho Panza: “el sueño es balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto”. Y eso resume los problemas del homo agitatus, hermano pobre del sapiens y ya muy lejano del erectus, más bien que sobrevive “encorvadus” por la hipoteca y la angustia de la prisa. Por eso duerme mal.

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