Una de las cosas que más me gusta de estar en casa es no tener que pensar, poder vivir con el piloto automático puesto, deambular a base de automatismos. Son las tres de la madrugada, aprieta la vejiga y, a pesar de que la casa está a oscuras, caminas por ella como si fueras un tren entre raíles. Atinas a abrir a la primera la puerta de la habitación (los que duermen con la puerta abierta son sospechosos de algo grave), caminas con determinación por un pasillo más oscuro que un deshollinador y llegas al baño y no tienes que toquetear la pared para hallar el interruptor, sino que das la luz sin problema alguno. Luego apuntar a esas horas es algo más difícil por motivos que no vienen al caso, pero todo lo demás ha sido casi robótico, de una precisión de francotirador. Y es que, cuando uno adopta los mecanismos, la vida es mucho más cómoda. 

Todos los que hayáis cambiado de casa alguna vez entenderéis la frustración de no manejar los automatismos. Acostarte y recordar que el interruptor no estaba tan cerca, querer cargar el móvil y no tener claro dónde están los enchufes, abrir el armario y encontrar las galletas en vez de los vasos. La novedad nos obliga a aclimatarnos, algo que no es fácil, al menos las primeras semanas. Esa sensación de incomodidad provoca que muchas veces nos arrepintamos inicialmente cuando cambiamos algo, ya sea nuestra ciudad, nuestro trabajo o nuestra casa. Uno se siente tan extraño como un pato en el Manzanares. Hasta que acaba dejando de pensar y recordar, hasta que encuentra los mecanismos que le permitan manejar el nuevo contexto.

Ha pasado ya más de un año desde que se supiese de esta pandemia y, a pesar de que avancen los meses, me cuesta encontrar los mecanismos de este año. Por supuesto que rara es la vez que se me olvida ponerme la mascarilla al salir de casa y, lógicamente, mantengo una distancia mayor con la gente por la calle, pero hay una sensación constante de jet-lag que me hace preguntarme más veces que nunca en qué mes estamos o la hora que es. El otro día me sorprendí dudando de mi edad. Todo esto suena exagerado; para qué engañarnos, lo es, pero pienso que resume esa sensación que tenemos de haber dejado de vivir en nuestra casa para trasladarnos a pernoctar en una morada ajena. No sé qué diría la ley, pero me encantaría que pronto nuestra vida antigua derribase la puerta de esta casa de una patada.

Pero no va a volver, o al menos no a la velocidad que queremos. Ya sea cuando uno cambia de trabajo, se muda o se marcha al extranjero, llega un momento en el que lo único que sirve es dejar de pensar en el pasado y asumir el nuevo contexto, dejar de preguntarse por qué se está ahí para estar ahí. Tal vez haya llegado ya el momento de abrir las puertas de este año a oscuras, de saber dónde están los interruptores y los enchufes, de interiorizar de una vez por todas los mecanismos de estos meses. Es difícil, pero no queda otra. Algún día, tarde o temprano, volveremos a casa. Pero no todavía, así que más nos vale aprender el camino hacia el baño para no tener ningún problema que luego haya que limpiar.

Feliz lunes y que tengáis una gran semana.