Este año ha habido un malentendido. Las famosas que han paseado con orgullo sus vestidos delante de los flashes de medios de todo el mundo han confundido recrear sueños con caer en ellos. Pocas, por no decir ninguna, han conseguido hacernos soñar con la temática propuesta para la edición 2024 de la MET Gala, el evento dedicado a la moda que creó Eleanor Lambert en 1948, catapultó Diana Vreeland en 1973 y heredó Anna Wintour en 1995.

Las instrucciones parecían claras. The Garden of Time (El jardín del tiempo), inspirada en el relato distópico de J.G. Ballard, era la temática elegida para la cita anual tan esperada en el Instituto del Traje del Museo Metripolitano de Arte de Nueva York, MoMA; y como viene siendo costumbre desde su fundación, al evento social y benéfico le sigue una exposición con temática también relacionada. Para esta ocasión, la exposición llevaba por nombre Sleeping Beauties: Reawakening Fashion, que en español se traduce como «bellas durmientes: el despertar de la moda». Sin embargo, más que recrear la inspiración que provocan los sueños, las famosas que han desfilado por las puertas del museo nos han sumido en un profundo sueño a quienes estábamos atentos a las pantallas de nuestros móviles.

Lógico es que haya tantas formas de entender un mensaje como personas lo leen, y cierto es también que las instrucciones admiten cierto margen de maniobra. Cuando la organización de este evento social anunció la temática se podía esperar que la naturaleza jugara un papel fundamental en la elección del atuendo, incluso que los colores pasteles llevaran la voz cantante. De alguna manera, iba implícito en la propuesta. Lo que no se podía esperar es que la interpretación libre diera para tanto despropósito. Ha habido flores. Ha habido colores pasteles. Pero nadie ha brillado. Nadie ha acaparado titulares. Nadie ha visto su traje viralizado en las aperturas de las cabeceras digitales. Nadie va a pasar a la historia por haber sido la mejor vestida en la Met Gala de este año.

En definitiva, nadie ha sido Blake Lively. La actriz más esperada en cada una de las ediciones y que ha dejado a todos esperando un vestido que nunca llegó. Su ausencia en la gala de anoche ha sido más reseñable que la elección de indumentaria de quienes si se dejaron ver por la alfombra roja. Convertida en todo un icono de este evento después de sus apariciones a lo largo de los años, sus vestidos siempre han dejado a todos con cara de asombro, incluso a su propio marido, el también actor Ryan Reynolds, quien en la gala de 2022 aplaudió con la mirada la sorpresa que contenía el traje de Blake: su vestido se transformó de color, pasando de un tono cobrizo a un azul celeste, convirtiendo a la famosa en una versión humana de la Estatua de la Libertad. Clavó la temática, con gracia e imaginación, respetando la petición de homenajear a la arquitectura de Nueva York en sus años dorados. Lo hizo eligiendo el monumento más conocido de la ciudad, pero sin caer en tópicos. No hubo disfraz, no hubo performance, no hubo revuelo, sólo una simple caída del nudo que ajustaba su vestido para hacerlo cambiar de color y dirigir todos los focos hacia su persona y hacia su vestido hecho a medida por Atelier Versace. Siempre guiada por su propia intuición, porque no trabaja con estilistas y prefiere ser ella quien contacte directamente con las firmas de moda para participar en el proceso creativo de principio a fin.

Y ya lo había hecho antes. Blake sí se lee las instrucciones de uso. Blake sí hubiera brillado. Blake sí nos hubiera hecho soñar, hubiera sido una bella durmiente, hubiese hecho resurgir la moda del letargo en el que sea que está sumida, hubiera, sin ninguna duda, llegado a la cita con el estado más viviente de la naturaleza que la cabeza nos permita imaginar.

No pudo ser. Y, aunque algunas famosas han defraudado y otras no han convencido del todo, la ausencia de Blake se hizo menos dolorosa cuando Mona Patel apareció en escena con su Iris Van Herpen, propuesta del estilista Law Roach. La empresaria india conquistó la alfombra roja con un vestido mecánico de mariposas vivientes. La firma holandesa que firmó este vestido es conocida por fusionar la tecnología con la artesanía tradicional propia de la alta costura. No hay mejor ejemplo de su trabajo que el que desfiló anoche en las escaleras del MoMA. Figuras de mariposas en los brazos cobraban vida cada que se activaba el mecanismo que las proporcionaba la ilusión de tener vida, mientras que la pieza pegada al cuerpo combinaba transparencias con toques en tono nude, rosa, dorados y blancos.

Mona Patel no fue Blake Lively. Tampoco lo necesitó, al menos, no ayer, pero hizo uso de las reglas de estilo que la actriz pone en práctica cada vez que se deja ver por una alfombra roja: cumplir las normas siguiendo un estilo propio, con creatividad, sin exageración, priorizando la temática a otro tipo de intenciones. Como casi consiguieron Zendaya (vestida de John Galliano para Maison Margiela), Sarah Jessica Parker (Richard Quinn) o Lana del Rey (Alexander McQueen), y quedando muy lejos de conseguirlo Rosalía, Shakira, Penélope Cruz y Dua Lipa, entre tantas.

Ahora que el sueño al que nos invitaron ya se ha disipado y volvemos a estar todo en pie, lo único que nos queda es sumergirnos en la necesidad onírica de volver a ver a Blake Lively mover sus ideas de estilismo por la pasarela del MoMA en 2025. Por deleitarnos con el sello de identidad y distinción que la actriz aporta a la fiesta organizada año tras año por Anna Wintour y que, sin titubeos, debería conocerse como el día internacional de Blake Lively. Sorry not sorry, AW.