Opinión Glòria de Castro

Carta a mi ex jefa

Su primera novela es una ácida radiografía sobre el mundo laboral, las políticas de conciliación y un grito anticapitalista escrito con (mucho) humor negro.
Foto: Eduardo Martínez-Gil

Querida X,

Sé que vas a leer estas líneas, recuerdo haber visto muchas veces esta revista en la mesa de tu despacho de grandes ventanales soleados con vistas a Arturo Soria. 

Quería hablarte de mis gallinas. Y, en concreto, de sus excrementos. Las gallinas los depositan en grandes montañas encima del suelo cubierto de paja del gallinero. Los sábados por la mañana agarro un gran cubo y la pala y los voy sacando, apilándolos en un rincón del huerto. Los excrementos de gallina son tremendamente ricos en nitrógeno y también contienen potasio y fósforo, que es lo que necesitan las plantas para crecer más fuertes y sanas. 

Seguro que no lo sabías. Yo tampoco. Nunca hicimos anuncios sobre fertilizantes orgánicos. Pues bien, cuando todo ese montón de estiércol mezclado con paja se seca, lo esparzo por encima de la tierra del huerto, que descansa en invierno, para que en verano podamos recolectar tomates, lechugas, pepinos, calabacines y berenjenas.  

A la vez, las pieles y hojas de los tomates, lechugas, pepinos, calabacines y berenjenas se las damos a las gallinas, que las comen, las cagan y crean fertilizante que da de comer al huerto, en un sistema circular hermoso y perfecto. 

«Para dejarlo todo y ponerse a hacer tartas hay que, primero, tener huevos»

¿Recuerdas las horas que pasábamos en interminables reuniones intentando encontrar la belleza? Y estaba aquí. En lo más banal. En la mierda. También te quería contar que, a pesar de todo, a veces, me parece oír voces. “Una licenciatura, cinco idiomas, veinticinco años trabajando en grandes multinacionales para acabar así, lidiando con heces”

A veces es tu voz, a veces son las voces a coro de los líderes del G-20 posando en la Fontana di Trevi, o Elon Musk, burlándose y señalándome. Miro a mis gallinas que picotean, felices, arañando el suelo. Tienen sus rincones favoritos donde depositan huevos de color blanco y marfil y rosado y yo tengo que jugar a encontrarlos. 

Me acuerdo, en concreto, cuando me dijiste, después de pedirme la reducción de jornada, eso de ¿por qué no te marchas? ¿por qué no te vas a tu casa a hornear tartas?, en que al final tenías razón. En que no cambiaba este rincón del mundo por la oficina de grandes ventanales soleados. 

Por eso te escribo, para darte las gracias. Por haberme hecho esa pregunta. Por haberme convertido en una mujer valiente. Porque para dejarlo todo y ponerse a hacer tartas hay que, primero, tener huevos

Glòria de Castro es escritora y acaba de publicar la novela El instante antes del impacto (Lumen).

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