En la era de la inteligencia artificial, del análisis masivo de datos, de las energías verdes y la sostenibilidad… resulta que se desata una guerra. Cuando empezábamos a vislumbrar un futuro mejor, con ciertos compromisos para la subsistencia del planeta y la diversidad de sus especies, cuando la inteligencia artificial parecía que se convertiría definitivamente en un complemento para la solución de problemas complejos hasta ahora irresolubles… Pues ha tenido que llegar el ser humano de nuevo a complicarlo todo.
Yo formo parte del grupo de los grandes creyentes en el progreso que traerá la inteligencia artificial y el desarrollo tecnológico que conlleva. Me gusta vislumbrar un futuro en el que la riqueza sea suficiente para mantener una calidad de vida alta, las oportunidades sean universales y el ser humano pueda cultivar sus valores de forma que se cree una sociedad mejor en la que vivir. Realmente estoy convencido de que una parte de la ecuación, aquella que consiste en que una gran cantidad del trabajo pueda ser realizada por máquinas, liberando al ser humano de la obligación de dedicar un tercio de sus horas al mismo, se logrará fácilmente. Tengo más dudas sobre la parte social de la ecuación, aquella que exige la revisión del modelo de convivencia actual hacia uno en que el ser humano pueda aprovechar la productividad alcanzada para desarrollarse como sociedad (y en paz).
Incluso la aparición del covid se podía haber analizado como un reto pasajero que sin duda superaríamos. No sin daños, no sin dolor y pena, no sin aprender determinadas lecciones, pero lo superaríamos. Y parece que ya estamos a punto. Es un alivio ver cómo la investigación científica es capaz de dedicar incontables recursos a la búsqueda de vacunas y tratamientos que limitan el impacto de este virus. Y aunque nada despreciable, el daño ha sido muy inferior al de pandemias anteriores, donde el desarrollo de la tecnología y la investigación estaban menos avanzadas.
Es evidente que si hubiera escrito esta columna hace unos meses no habría mencionado la paz de forma explícita. Daba por hecho que lograr la paz es un objetivo compartido por todos los seres humanos y del que no íbamos desencaminados. Cada vez hay menos guerras en el mundo, duran menos y están más acotadas en cuanto al daño a la población civil. ¿O debo decir “había menos guerras”?
El escenario ha cambiado de unas semanas a esta parte. Un país decide invadir otro. El otro se intenta defender. El resto observamos e intentamos detener esta acción, pero no sabemos muy bien cómo hacerlo. Y es que el país que inicia la invasión tiene armas nucleares. Sí, ¡armas nucleares! Un montón, creo que 6.000 cabezas nucleares. Y 6.000 son un montón, no sé si dan para destruir el planeta entero, porque no he leído el daño que pueden hacer tantas cabezas… Pero me temo que sí. Y me surgen al menos tres preguntas.
La primera es sobre el valor de los tratados internacionales: ¿de qué le ha servido a Ucrania firmar el Memorándum de Budapest? Inicialmente, Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña daban garantías de seguridad a Ucrania por ceder su armamento nuclear. Luego se unieron Francia y China. Es evidente que Rusia viola este acuerdo, pero también el resto de potencias lo hacen. ¿O acaso la garantía de seguridad que se ofrecía a Ucrania simplemente alcanzaba a establecer determinadas sanciones económicas a quién violara el acuerdo? Especialmente grave es el caso de China, que ni sanciones económicas toma.
El precedente que se genera en política internacional con este incumplimiento generalizado de un acuerdo firmado por los máximos responsables de las mayores potencias del planeta obliga a pensarse muy bien cómo va a ser la convivencia entre naciones en el futuro. ¿Cuál puede ser la confianza para firmar acuerdos si pueden no respetarse? ¿Hay solución a esto (en forma de garantías pignoraticias, por ejemplo)?
La segunda pregunta sería sobre el porqué de la acción de Putin. Personalmente he intentado, desde mis absolutas limitaciones, ponerme en los pantalones de Putin e intentar averiguar qué puede estar pasando por su cabeza. No encuentro respuesta. Podría llegar a entender medidas de presión con el suministro de energía, para seguir considerándose un mandatario de relevancia internacional, pero no. Incluso seguir intentando amedrentar el ciberespacio, y que Rusia fuera considerada una potencia tecnológica (o una amenaza tecnológica) en la era de la inteligencia artificial, los coches autónomos y las megabases de datos que pueden influenciar el comportamiento de las masas, pero tampoco. Ha optado por la dominación territorial (incomprensible para un país con un PIB del tamaño del de España) y la amenaza atómica.
Respecto a cómo evitar que esta situación pueda repetirse en el futuro, la respuesta supongo que está en la responsabilidad democrática de los ciudadanos a la hora de ejercer el voto. Incluso en las garantías que se puedan establecer en los sistemas democráticos cuando un gobernante se aparte del programa electoral para el que se le ha votado. Nada sencillo, no, porque hoy estamos muy lejos de una situación en la que los programas sean la tabla de evaluación de la gestión de un gobernante.
Y me surge una tercera pregunta aún más inquietante: ¿cuál es el futuro de las armas atómicas? Si hay futuro, es decir, si no optamos por un uso indiscriminado de las armas atómicas en caso de que esta crisis escale -como dicen ahora- ¿cuál va a ser el papel de este tipo de armas en el futuro? Hoy por hoy, parece que consideramos la amenaza de Putin de usar armas atómicas como creíble. Ya no son un mero elemento disuasorio e incluso garante de una paz duradera.
Entonces, la tentación de cualquier gobernante será obtener estas armas que pueden marcar la diferencia. Estas armas que hacen que tu país pueda actuar impunemente frente a otro por el mero hecho de que posee armas atómicas. Una ventaja nada desdeñable. O podemos optar por una desnuclearización generalizada y verdadera, donde no vale que algunos se queden con las armas que tienen y los demás no puedan desarrollarlas, sino que se tengan que desmantelar todas y cada una de las armas nucleares existentes en el planeta. Somos muchos ciudadanos y muchos países los que deberíamos exigir esa desnuclearización total, y si no tomar medidas sancionadoras contra todos los países que mantengan ese arsenal. Un tratado de desnuclearización con dos categorías ya ha demostrado que no sirve para nada.
Y son muchas más las dudas y preguntas que me surgen. Y es mucho, también, el temor a que la guerra se descontrole. Y es mucha la pena por las personas que la están sufriendo. Una vez más, ha venido el ser humano a complicarlo todo.