Ser verde ya no es sólo un estado de ánimo, ni una posición ideológica. El español Miguel Ángel Sánchez Valero es senior director de Global Sourcing Strategy en el gigante norteamericano de la distribución Walmart, un área de negocio con 60.000 millones de dólares de presupuesto anual. Tiene despacho en la sede central en Arkansas (EEUU). En su última visita a nuestro país, avanzó un innovador acuerdo de Walmart con el grupo bancario HSBC para adelantar los pagos a los proveedores: el coste de la financiación dependerá de la puntuación en sostenibilidad que otorgue a cada empresa la entidad sin ánimo de lucro Carbon Disclosure Project (CDP). Cuanto más verde seas, intereses más bajos. “Estamos volcados en la logística regenerativa”, me dice Sánchez Valero con firmeza.

Pero ¿qué significa ser verde? Ese es, me explica Adonai Herrera, director de Fondos Ambientales del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), el elephant in the room del momento. Recientemente, ha llegado a la opinión pública la batalla política sobre si la energía nuclear y el gas natural pueden recibir esa adscripción. Un choque en el que se ha impuesto Francia, a la espera de lo que diga el Parlamento Europeo.

Pero esa es sólo la parte más mediática del debate abierto por la Comisión sobre la taxonomía europea de las finanzas sostenibles, es decir, sobre la definición de qué actividades son y no son verdes, aplicando parámetros cuantitativos. Los ya más de 800 folios del compendio reunidos hasta ahora serán la llave para que cualquier asset manager, cualquier responsable de inversión en fondos sostenibles o director de riesgos de un banco, suba o baje el pulgar cuando una empresa solicite financiación. Escalofriante. Y países como China, India y Corea del Sur imitan a Europa. EEUU, de momento, va por libre.

Por cierto que el grupo de trabajo configurado por la DG FISMA para elaborar esta taxonomía no está repartido por países, de modo que la presencia española se ha ceñido a directivos de compañías y algunas organizaciones. Lo cual siempre es un motivo para que las pymes echen en falta ese brazo lobbista que no acaban de construir en Bruselas. Naranjas a cambio de aerogeneradores fue el trueque con el que alguna compañía energética española se abrió mercado en Sudáfrica, que ir de ‘verde’ también impone condiciones, y quién lo impide.

Hay una variante más en todo este asunto, que constituye la gran derivada a seguir a partir de ahora. El equipo de Adonai Herrera ha comenzado a trabajar en una metodología similar a la que se aplica para medir el riesgo climático, donde ya se ha conseguido un cierto grado de objetividad en torno a las mediciones de CO2, para impulsar la financiación de proyectos que protejan a la naturaleza y a la biodiversidad.

Quizás, piensan, el camino sea emular el sistema conocido como Shadow Carbon Pricing, de uso ya generalizado. Se podría crear un Shadow Nature Pricing que analice el valor financiero de los ecosistemas naturales y determine la posibilidad de que un proyecto reciba o no inversión. Interesante propuesta. El camino de la transformación verde de la economía es uno de los grandes vectores de innovación y, no deja de ser curioso, quizás vaya a transformar más radicalmente al sector financiero que a ningún otro.