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Las legumbres, ese antiguo objeto de deseo

Las legumbres, ese antiguo objeto de deseo
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Benito Pérez Galdós se atrevió a decir en una ocasión que la culpa de todos los males que sufría España la tenía el cocido. No en vano, el ingrediente principal de ese suculento plato tan referenciado en sus obras, hizo que su amigo Valle Inclán le apodase Don Benito, ‘el garbancero’. Galdós, como Cervantes, Quevedo, Azorín y otros grandes de nuestra literatura, han reconocido la noble labor que han desempeñado las legumbres durante años para calmar el hambre de España.

Pero la literatura no es la única evidencia que tenemos de la importancia de las legumbres en nuestra cultura popular. Los dichos y los refranes también han citado este alimento en sus formas más variadas: “Si tienes pan y lentejas, de qué te quejas”, “Las alubias en el estómago entran cantando, y salen gimiendo y llorando”, “Lentejas, comida de viejas”, “Dios da habas al que no tiene quijadas”… por no hablar de ese apócrifo dicho popular entre los periodistas de moda y belleza que suelen ‘lamentarse’ de la cantidad de caviar que hay que comer para llevar las lentejas a casa…

Suerte y prosperidad

A lo largo de la historia las legumbres han gozado de gran predicamento, por su agradecido cultivo y sus poderes alimenticios, pero también ha sido objeto de algunas fobias. Néstor Luján, por ejemplo, relataba que “a los romanos el garbanzo les inspiraba el mismo menosprecio que hoy le tienen los franceses, y en general, todos los países europeos. En los suburbios de la antigua Roma se exhibía a un esclavo cartaginés, con cara de tonto, comiendo garbanzos y a la gente le bastaba verle para morirse de la risa”. 

Suerte distinta corrían las lentejas, consideradas por aquellos romanos como un amuleto y un símbolo de prosperidad. Desde entonces, en Italia comer ese plato en Nochevieja da buena suerte, heredado del antiguo ritual de regalar un saquito de cuero lleno de lentejas con la esperanza de que se conviertan en monedas de oro.

Los egipcios también las cultivaban y veneraban, y en algunas de sus tumbas no sólo las incluían para el viaje al más allá de sus difuntos, sino que se han encontrado representados garbanzos alubias y lentejas. En la Antigua Grecia las habas se utilizaban para emitir el voto en el ágora y en América del Sur, además de cultivar las judías que luego importarían a Europa los primeros conquistadores, las empleaban como moneda de cambio. En España, el cultivo de las leguminosas vino de Roma –en Italia las lentejas son la estrella de la cena de Nochevieja como símbolo de riqueza y suerte–. Los cartagineses nos trajeron los garbanzos. Y las judías las importaron los conquistadores de América, donde sus judía y frijoles se cultivan desde hace 9.000 años, según restos de excavaciones aztecas o incas, que fueron integradas con facilidad en este nuevo ámbito. Así, el refranero sentenciaría que garbanzos y judías hacen buena compañía, aunque también señalaría sus diferencias: “Dijo el garbanzo a la judía: si apostásemos a gustosos, no me ganarías, Y dijo la judía al garbanzo: pero a tierno, yo te gano”.

Come sano y salva el planeta

Los expertos desgranan los beneficios nutricionales que las legumbres incorporan a nuestra dieta cotidiana, además de la consideración de un recurso natural que ha sido soporte de la alimentación humana durante siglos.

Estos alimentos contienen muchos nutrientes, un alto contenido en proteínas e hidratos de carbono, y su fibra está entre las más saludables. Su ingesta regula los niveles de colesterol, ayuda al control de la glucemia, promueve la pérdida de peso y previene la aparición de enfermedades cardiovasculares. Pero, además de su valiosa aportación a la pirámide alimentaria, su cultivo protege el riesgo de erosión y agotamiento de los suelos, requiere menos agua y fertilizantes, favorece la rotación, su producción es barata, apenas tiene desperdicio, se aclimata a cualquier temperatura y reduce la emisión de gases de efecto invernadero.

Hoy los consumidores, los productores de alimentos y los agricultores de todo el mundo son conscientes de la importancia del papel que desempeñarán las legumbres en los objetivos de la Agenda 2030, entre cuyas metas se encuentra erradicar el hambre en el mundo, además de asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos y aplicar prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad sin afectar al medio ambiente.

Por eso y desde que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró 2016 como Año Internacional de las Legumbres, cada 10 de febrero se celebra el Día Mundial de las legumbres.

En todas partes cuecen habas

Las legumbres y su extensión quijotesca siempre han borboteado en la olla de la cultura popular. En España uno lleva las lentejas a casa, se gana las habichuelas y en todas partes cuecen habas.  Y también han tenido su ración política. Memorable fue el día en que, allá por los años 90, en medio de un debate presupuestario y a propósito del derroche derivado de la Expo, la Olimpiadas o el Quinto centenario, Manuel Fraga le espetó a Felipe González: “¿Acaso sabe usted a cómo están los garbanzos?”. Porque en España al Estado tienen que cuadrarle las cuentas, pero a los españoles el cocido.

El director de cine Bigas Luna, también dio cuenta es ese carácter galdosiano en la película Huevos de oro, donde un arrogante y zafio promotor inmobiliario achacaba el mal carácter a nuestra dieta: “El español está en estado permanente de mala leche. ¿Y sabes por qué? Por los garbanzos. Los garbanzos dan mala leche”.

Pero más allá de la mandanga, también hay hueco para la poesía. Más de uno habrá sentido el pequeño y placentero ‘momento Amélie’ que proporciona meter las manos en un saco de legumbres, habrá soñado con una mata de habichuelas mágicas o se habrá sentido incómodo con un guisante bajo el colchón, pero todos sin excepción hemos comido legumbres. Que valen poco, pero dan mucho juego.

Y si no, que se lo digan a Javier Krahe, que en una de sus canciones narraba con sorna aquella historia bíblica en la que Esaú, el hijo mayor de Isaac, le vendió a su hermano Jacob los derechos de primogenitura… por un plato de lentejas.

“Esaú, 

si las lentejas con su hechizo 

no te han llenado hasta el hartazgo,
ten un poquito de ambición.

Esaú, 

so tragón, 

que al menos sean con chorizo. 

Olvida ya tu mayorazgo”

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