Lewis Hamilton (Stevenage, Reino Unido, 40 años) ha sorprendido al confirmar lo que hasta ahora era solo un rumor entre aficionados y coleccionistas: ha vendido toda su colección de coches. El siete veces campeón del mundo de F1 se ha desprendido de toda su colección de superdeportivos, una de las más codiciadas del planeta, que incluía piezas exclusivas de Ferrari, Mercedes, McLaren, Pagani o Shelby. “Me he deshecho de todos. Hoy en día estoy más metido en el arte. Si comprara uno, sería un Ferrari F40, pero lo veo más como una obra artística que como un coche”, explicó el británico en la previa del Gran Premio de Azerbaiyán.
La decisión supone un giro radical en su imagen pública, hasta ahora ligada a la pasión por los deportivos más exclusivos del mercado. Se estima que la venta, realizada durante los últimos meses, le ha reportado en torno a 11 millones de euros. Entre las joyas a las que ha dicho adiós figuran un Pagani Zonda 760 LH hecho a medida, un LaFerrari Aperta, un Mercedes AMG One, un Shelby Cobra de 1966, un Mustang GT500 de 1967, un McLaren F1 valorado en más de 13 millones de euros y hasta un monoplaza de Fórmula 1, el Mercedes W04 de 2013.
Según Hamilton, dos motivos pesan en esta decisión: la coherencia con su discurso sobre la sostenibilidad y su creciente interés por el arte contemporáneo. El piloto insiste en que ahora su mirada se dirige más a galerías y colecciones que a garajes, aunque concede que el mítico Ferrari F40 podría ser la excepción. Más que un vehículo, asegura verlo como una escultura con ruedas.
El guiño al F40 no es casual. Lanzado en 1987 y supervisado personalmente por Enzo Ferrari antes de su muerte, es un coche de culto y símbolo absoluto de la marca italiana. Hamilton incluso posó junto a una unidad durante su presentación como piloto de Ferrari, pero insiste en que lo contempla más como un objeto artístico que como un superdeportivo para conducir.
Lo cierto es que su desapego por la conducción fuera de los circuitos no es nuevo. En entrevistas previas ya había confesado que no disfrutaba del tráfico ni de la conducción urbana. En 2020 dejó de usar sus superdeportivos para desplazarse en un Mercedes eléctrico, y en 2022 llegó a declarar que “no le gusta conducir en absoluto, salvo en competición”. Este historial refuerza la coherencia de su decisión, aunque no evita cierta polémica.
Lo que no admite discusión es el impacto de esta liquidación en el mundo del coleccionismo. La salida al mercado de piezas tan exclusivas supone una oportunidad única para museos privados, coleccionistas millonarios y casas de subastas. Hamilton, por su parte, parece haber cerrado una etapa para abrir otra, en la que el arte sustituirá al rugido de los motores en sus inversiones y pasiones personales.
