El periodista de radio y televisión (y pionero español del formato podcast) Toni Garrido (Felanich, Mallorca, 1973) y el compositor, guitarrista y multipremiado productor discográfico Javier Limón (Madrid, 1973) se conocieron trabajando en la radio, hace casi veinte años, cuando ninguno de los dos era famoso. Su complicidad es, pues, casi la que se establece entre compañeros de colegio: una admiración mutua que se alimenta de bromas y piques constantes entre dos personas que son, además, muy divertidas.
Pero, con el paso del tiempo, uno se convirtió en figura radiofónica, antes de convertirse en pionero e impulsor del fenómeno de los podcasts –¡y ganador del premio Ondas al mejor podcast por «XRey»!, la audioserie sobre la historia del Rey Juan Carlos I y su abdicación–. El otro se centró en su tarea de compositor y productor discográfico –¡8 Grammys en su haber!–, logrando el éxito internacional con proyectos como “Cositas buenas”, de Paco de Lucía, o “Lágrimas negras”, el disco en el que juntó a Bebo Valdés y Diego El Cigala, y una infinidad de artistas. Desde hace varios años imparte clases de producción, composición flamenca y escritura de canciones en la prestigiosa universidad Berklee College of Music de Boston. En su charla conjunta hablan de la evolución de los medios de comunicación, del autoempleo como medio de hacerse empresario y hasta del futuro del idioma español.
Siempre empezamos la charla preguntándoos cómo os conocisteis…
Toni Garrido (TG): Nosotros nos conocimos en la radio, a través de Mamen Mendizábal.
Javier Limón (JL): Sí. Yo estaba ahí, de colaborador con Mamen Mendizábal y tú estabas en la redacción, haciendo Hoy por hoy Madrid, y de ahí pasaste a Radio Nacional. ¡Fíjate!, al final he tenido mucho más contacto contigo que con Mamen. ¿Cuántos años estuviste en Radio Nacional?
T. G.: Creo que cinco, contigo. Porque yo te traje a Radio Nacional.
J. L.: Yo empecé a adelgazar en Radio Nacional; perdí 60 kilos y me tenía que hacer fotos constantemente, porque iba cambiando de aspecto físico continuamente. Y ahí fue cuando tú pasaste de ser asalariado a ser empresario.
T. G.: Sí, bueno… No. Yo paso de ser asalariado a buscar el autoempleo, que es algo que creo que está generalizado en nuestra generación. Tú sí viste antes que nadie la necesidad de crear tu propia compañía para dar servicio a tus propias necesidades, facultades y recursos. ¡Pero yo no! Como tú bien sabes, a mí me han echado de todos los sitios de trabajo. Pero no pasa nada. Está bien. Nosotros hemos sido invitados a las mejores fiestas de Madrid… ¡pero una sola vez!
J. L.: (Se ríe).
T. G.: Nunca pensé en ser empresario. ¡Yo tuve la obligación y la necesidad! Después de la salida de Radio Nacional, que todavía mucha gente recuerda, muchos nos quedamos sin saber qué hacer…
Tú, en cambio, eres productor musical. Por la mañana te levantas y vas a producir o vas a componer. Pero, en mi negociado… Yo no soy director de programas: alguien decidía que yo iba a dirigir un trabajo concreto. Y cuando esa persona decidía que ya no iba a dirigir ese programa, yo ya no era ni director ni presentador
J. L.: Pero de eso hace diez años…
T. G.: Sí, en el año 2012. En ese momento, cuando salimos de Radio Nacional, me dijeron que ya no íbamos a volver nunca. Tú, en cambio, seguiste con lo tuyo.
J. L.: Pero por la misma razón. Hay un dato importante y es que tú y yo tenemos la misma edad. Hemos vivido en paralelo situaciones política y socialmente muy similares. Y creo que yo también me vi forzado a montar mi estudio y mi sello discográfico, en función a cómo me iban también echando la compañías de discos y para poder hacer lo que quería.
Hay dos cosas que estaría bien analizar. La primera es si tú crees, como decía Antonio Banderas en El Hormiguero, que España es un país de jóvenes que buscan una oposición para ser funcionarios, frente a mercados más agresivos, como Estados Unidos, donde los jóvenes buscan ser emprendedores y arriesgarse para obtener más éxito.
T. G.: Tú vives en Estados Unidos y conoces bien esa política. Pero, a lo que me preguntas sobre lo que dice Antonio Banderas, te respondo que sí, que muy bien dicho, por supuesto. Pero yo matizaría.
J. L.: Yo tengo la sensación de que el español joven está cambiando.
T. G.: ¡Ahí voy! Yo veo mi entorno, el de la comunicación, y percibo que no nos han enseñado a hacerlo, no ha sido algo que saliera de nosotros, porque no vivimos en ese entorno competitivo que tú si viste rápidamente: que la música era competición y que había que buscar rápidamente la forma en la que generar recursos a base de esfuerzo propio.
La sociedad española ha pasado de una dictadura al caos, con un muy breve periodo de luz entre medias. Y en ese periodo hemos empezado a pensar cómo son las empresas a las que queríamos dedicarnos. Hace cuarenta años, este país era muy distinto. No teníamos la posibilidad de ser independientes ni la opción de la imaginación. En cambio, tus hijos, los niños nacidos en este siglo, ya no se plantean trabajar de nueve a cinco.
J. L.: A mí, por ejemplo, jamás me llamó una compañía de discos para producir un artista. A mí me llamaban los artistas y entonces yo me ponía en comunicación con las compañías de discos. Es cierto que el modelo de seguridad que se vendía antes, eso de “estudia una ingeniería de telecomunicaciones, que ya verás que viene Iberdrola a contratarte” se ha acabado. Con la globalización y la digitalización, las posibilidades profesionales de chavales que se inventan Facebook han crecido. Y esa es la siguiente reflexión que quería compartir contigo, porque yo no conozco en España a un tío más en la vanguardia de la digitalización, del marketing, de la comunicación, que tú. ¿Cómo analizas estos diez años, en los que has sido testigo principal de la digitalización? Hace diez años tú y yo estábamos en Radio Nacional. Tú también habías hecho televisión; pero es probable que en otros diez años no exista la televisión analógica, salvo para deportes y noticias, y lo mismo con la radio.
T. G.: Si nos vamos diez años atrás no existía ni TikTok. Para mí es importante intentar, al menos, estar en la vanguardia. Estamos acostumbrados a un mundo tan vertiginoso, en el que todo va cambiando tanto, salvo en los ministerios que diría Antonio Banderas, y la comunicación es un sitio privilegiado, en el que ves las cosas venir, aunque no te enteres de todas ellas. Así que me parece que estar en la vanguardia es la única opción. No sé si la otra opción nos llevaría a otro negocio.
J. L.: Es como cuando llegó la electricidad y la industria se dividió en dos: las que podían usar la electricidad, y las que no. Así de claro. Lo mismo ha ocurrido con la digitalización años después.
T. G.: Yo tengo un amigo de un pueblo de Teruel que me contaba la emoción de su abuela cuando al pueblo llegó la electricidad. La emoción de encenderla y apagarla. Yo, en cierto modo, comparto esa emoción. Estamos apenas entendiendo, rascando la superficie de algo que se puede llevar por delante la televisión y muchísimas cosas más. Y tú, que vives en Estados Unidos, ¿cómo se ve España desde allí?
J. L.: España es un país referencial. Estábamos hablando antes de que empezara la entrevista, de Howard Gordon, que es el mejor productor de televisión que tenemos en Estados Unidos, que viene a España a producir y a vivir.
Por una parte, España tiene fama de que se vive mejor que en ningún otro lado del mundo. Pero, además, tiene otra fama: de gran nivel creativo, por ejemplo, y de gran nivel estético, etcétera. Para ese mercado estadounidense, que es tan competitivo, capaz de lo peor y de lo mejor, la única opción ganadora, como Rosalía o C. Tangana, es traer una raíz que aportar. Haciendo música anglosajona en español es muy difícil competir. Haciendo simplemente hip-hop o blues, o rock o pop es muy difícil competir contra Alicia Keys, Beyoncé o Billie Eilish. La única manera es traerte tu raíz, como hizo Antonio Carlos Jobim, o como Caetano Veloso, como Alejandro González Iñárritu o Rubén Blades o cualquier artista que haya entrado en ese mercado.
Yo, además, con mis hijos hacemos una cosa que nos divierte mucho, que es jugar a ser caucásicos blancos, latinos o europeos. Y ese triángulo es muy divertido a la hora de relacionarte con la gente, porque dependiendo de lo que nos conviene así nos comportamos. Como los flamencos, que a veces son de izquierdas, a veces de derechas… ¡Menos para atrás, para donde haga falta!
T. G.: En cuarenta o cincuenta años, en Estados Unidos habrá más hispanohablantes que hablantes de inglés. Pero también es muy probable que el castellano que estamos tú y yo hablando desaparezca, porque las redes sociales van por ahí, porque los contenidos van por ahí. ¡Y el acento…! Para mí el acento siempre ha sido una unidad para medir la distancia. ¿Crees tú que dentro de cuarenta años todos hablaremos ese español latino homogéneo?
J. L.: Yo creo que tú, por ejemplo, porque eres mallorquín, entiendes muchísimo mejor a Toni Segarra hablando catalán que a mi tío Gaspar, de Huelva, que se dedica a las vacas. Y yo te garantizo que no le entiendes. Los acentos, llevados al extremo, acaban siendo idiomas. Puede ocurrir que, al final, los acentos nos alejen. Yo echo en falta levantar la bandera del español como idioma de unión, no de separación. Y digo esto porque, efectivamente, volviendo al negocio de la comunicación, si tú pones Univisión o Telemundo, ves que se ha quedado como un nicho en Estados Unidos exclusivamente para la gente que no habla inglés, cuya integración en la sociedad estadounidense está “en vías de…”. Hay un observatorio del Instituto Cervantes de Boston, asociado a la Universidad de Harvard, que se limita simplemente a observar el español en Estados Unidos. Y los análisis son increíbles. Por un lado ves cómo Univisión va desapareciendo y para abajo, pero, a la vez, todo el mundo –los gringos, los anglos– ve La casa de papel en español, subtitulada. Yo creo que, en el buen sentido, se está intercambiando un español cuantitativo de bajo nivel cualitativo, por lo contrario, por un español de calidad.
T. G.: En muchas cuestiones de nuestra cultura, Bud Bunny es más importante que el ministro de Cultura.
J. L.: En términos numéricos de negocio, no te quepa la menor duda. Sony US Latin, que hace apenas siete años era una empresa de veinte personas, muy pequeñita, ahora mismo roza el 40% de toda la facturación mundial Sony. Eso es una barbaridad. Lo latino es cool en Estados Unidos. Como te decía antes: Howard Gordon me ha escrito hoy un correo electrónico en español. Él, militante del español. Él, que es el creador de Homeland, me escribe en español. ¡porque mola escribir en español!
T. G.: En el lenguaje, el inglés resulta mucho más brillante. Y, sobre todo, tiene algo que en España solamente había una persona capaz de reproducir, que es Alberto Ruiz-Gallardón, un tipo muy desagradable que era muy maleducadamente amable. En eso, los ingleses son capaces de mandarte a tomar por saco muy amablemente. ¿Y aquí? No. Aquí, cuando alguien te manda a tomar por culo, dice “vete a la mierda”.
J. L.: Eso no es del español: es de España, porque para los latinoamericanos nosotros somos muy toscos hablando, casi rozamos la mala educación.
¿En algún momento os habéis planteado que hacer negocios juntos o eso es algo que, por el bien de la amistad, no hacéis?
J. L.: Hemos hecho muchos negocios juntos. Yo he sido colaborador tuyo en programas de radio. Tú eras el productor de Un lugar llamado Mundo, y creo que hay una colaboración constante. Tú participaste en los libro-discos del proyecto Refugio del Sonido, para El País. Y curiosamente, seguimos siendo amigos…
T. G.: ¡A pesar de haber trabajado juntos! (risas). Yo reconozco que cada vez me cuesta más trabajar con según qué personas. Porque este negocio no es un negocio: tú puedes poner todo el talento, todo el criterio, y nadie te garantiza nada. Igual que para ti sería imposible trabajar con un músico o un compositor si algo no fluye: es algo que va mucho más allá del pensamiento y del conocimiento. Para mí, poder decidir con quién trabajas ayuda a hacer básicamente lo que me da la gana.
J. L.: Ahora, lo de los podcast. Hablemos del tema de los podcast, porque siempre hablamos de cómo te adelantaste a los tiempos.
T. G.: A mí lo que me interesa del podcast es el cambio de la narrativa. Tenemos que empezar a contar las cosas de otra manera. La forma en la que nos comunicamos ha evolucionado y me parece que los medios de comunicación se han quedado en declamar las palabras, cuando ahora mismo la cosa es mucho más orgánica e incluye una forma de hablar mucho más natural.
Ahora cada cual va con sus cascos inalámbricos y eso nos ha permitido descubrir que hay muchas cosas que aprender, en el tiempo que empleamos yendo de acá para allá. Y se ha generado una narrativa completamente nueva.
Hay grandísimos profesionales en los medios tradicionales, pero la radio ya no me habla a mí, pese a que yo soy el público objetivo: de mediana edad, de Madrid… tengo todas las papeletas para que la radio vaya a por mí, pero yo pongo la radio y no me hablan. Sin embargo, cuando encuentro un podcast con un buen contenido sí me hablan a mí. Y consiguen contarme historias maravillosas del deporte, de la vida, de psicología.
J. L.: Ahora gestionas tú el control del tiempo. Siempre me decías que tenías que llenar tres horas de programa de radio, que te pagaban por corretear horas y horas y horas. Y es verdad: pones la radio y muchas veces se nota que están rellenando y estirando, mientras que con el podcast eso cambió… Yo, por ejemplo, escucho en Boston programas de radio, de noticias, pero en la mayoría de las ocasiones espero a que se acabe el programa para poder escuchar su podcast y poder pasar rápido todo lo que no me interesa, incluida la publicidad.