Si su nombre te resulta particular espera a conocer su historia. Jamaica Ruiz (Madrid, 36 años) se llama como la isla, sí, pero no es coincidencia. A su padre le encantaba Jamaica por su conexión con el punk londinense de los setenta. El dato no es anecdótico: es hija de Juan Carlos Ruiz, el fundador de Charlie, la marca española por excelencia especializada en equipamiento y ropa de boxeo.
«Mi padre no ha heredado nada, construyó todo desde cero», cuenta orgullosa. Juan Carlos Ruiz nació en una familia pobre que se dedicaba al contrabando en el Estrecho durante la posguerra. Pero no se resignó. Su afición por las artes marciales le llevó a Tailandia donde se formó en muay thai y para sufragar esos largos y costosos viajes importaba ropa de deporte de Tailandia y discos de Londres. Fue el principio del éxito. En 1987 creó Charlie, una empresa líder en su sector que lleva casi cuarenta años distribuyendo su material a gimnasios y boxeadores prestigiosos. «Viva Bruce Lee y la posguerra», dice entre risas, en alusión al personaje que puso de moda las artes marciales en España, allá por los años 80.
De su padre ha heredado la melomanía, la pasión por viajar y por los deportes. «Yo empecé a andar en su gimnasio», recuerda. Llegó a trabajar en la tienda como dependienta pero no quiso quedarse toda la vida a la sombra de su padre. De él también heredó un espíritu emprendedor que le ha llevado a los destinos profesionales más variopintos.
Todo empezó con el baloncesto (mide 1,82): jugó en categorías inferiores del Estudiantes desde los 8 años hasta que se rompió las dos rodillas. «Aplico la visión espacial de camaleón de la cancha a mi puesto de microfonista en los rodajes: necesito calcular la trigonometría espacial de la cámara con la óptica correspondiente, la luz y el movimiento del actor».
Actualmente trabaja como Production Sound Mixer (responsable máxima de sonido directo en rodaje), un puesto tradicionalmente ocupado por hombres. «He sido la primera mujer jefa de sonido con la que han trabajado la mayoría de mis compañeros». Y añade: «Me he criado en un mundo de chandal, siempre rodeada de chicos, por eso nunca me he sentido intimidada por los comentarios garrulos ni forzada a demostrar mis capacidades».
Cuando de niña dejó el baloncesto decidió dedicarse profesionalmente a su pasión por viajar y se formó como azafata de vuelo: «No me pegaba nada así que entré en crisis aspiracional. No tenía ni idea de qué quería hacer con mi vida, fue una sensación horrorosa». El surf le trajo la idea de dedicarse al sonido por su afición a la música.
Aunque es fan del grupo de rap rock de los noventa Rage against the machine, fue La Pantoja quien desvió su rumbo de la música al cine. Empezó grabando el biopic sobre la tonadillera como auxiliar: «No había visto nunca una cámara de cine o una pértiga, era todo nuevo. Había salido de la cueva de los conciertos y de pronto me encontré rodando exteriores rodeada de gente, camiones…».
Tiempo después, montó un estudio de postproducción de sonido que compaginó con estudios de carpintería: «Mi esencia son Art Attack y el Coronel Tapioca, una brújula y un trozo de cartulina con tijeras». Pero ella, carne de exteriores, volvió a los rodajes: «Trabajar en el estudio era muy creativo pero odiaba estar encerrada en un cuarto a oscuras».
Y entonces llegó el boom. La casa de papel (Alex Pina), el primer giro clave de su carrera, en 2016. Desde entonces, compaginó ficción y documentales hasta 2018: «Me tocó la lotería cuando me fichó uno de los mejores técnicos de España, Jorge Adrados, que trabaja en rodajes internacionales. Buscaba una técnica de sonido porque muchas actrices internacionales preferían ser microfonadas por mujeres. Así me incorporé al rodaje de Narcos México primero y después la serie Westworld, fue como entrar en Matrix».
Jamaica ha reflexionado mucho sobre el contacto físico que requiere su profesión: «Se debería escribir un tratado sobre microfonar: hay un componente psicológico clave en ese gesto porque supone invadir el espacio físico de una persona. Se da por supuesto que un actor o actriz tiene que prestar su cuerpo a todo pero no tiene por qué sentirse a gusto con el contacto físico con alguien a quien no conoce de nada. Hay que aproximarse con empatía antes de sacar un transmisor».
Y el giro definitivo: La sociedad de la nieve. «Fue como hacer la mili. Me vino muy bien estar en forma porque rodé en Sierra Nevada y también en los Andes. Es el proyecto más difícil que hemos hecho todo el equipo: en España fuimos quinientas personas. Fue un desafío mayúsculo: tenía que microfonar a 15 actores a 3.000 metros de altura dentro de un avión con una inclinación de 45º. Se me dormían las piernas aguantando la posición. Hubo tanta camaradería en el rodaje que se generó una sociedad dentro de la sociedad de la nieve«.
Como reflexión sobre la posición que ha logrado alcanzar, Jamaica concluye: «Quiero que me llamen porque soy buena haciendo mi trabajo, no porque contratar a una mujer da puntos para las ayudas del Ministerio de Cultura». Y reivindica con impotencia y visceralidad la necesidad de medidas de conciliación que permitan a las mujeres desempeñar profesiones técnicas en el cine: «Es genial fomentar la diversidad en puestos que históricamente han desempeñado solo los hombres pero hay un problema endémico en la industria: la falta de conciliación. Una mujer que quiere ser madre no puede plantearse las jornadas de un rodaje. Uno de los motivos por los que aún hay más hombres que mujeres en el cine es porque nosotras nos vemos obligadas a sacrificar el tiempo necesario para criar a nuestros hijos y estar con la familia».
Actualmente, está rodando su segunda serie como Production Sound Mixer, Legado (Carlos Montero, 2024) -la primera fue Respira (Carlos Montero, 2023)-, con una inversión ambiciosa para trabajar con la mejor equipación («Podría haberme comprado una casa con el dinero que he invertido»). Sobre liderar un equipo afirma: «cuando eres mujer afrontas con especial sensibilidad la forma de cuidar y proteger a un equipo que prácticamente se va a convertir en tu familia».