17 de octubre de 2023. Mohammed Salem acaba de ser padre. Entra en la morgue del hospital Al Naser en la ciudad de Jan Yunis, a 25 kilómetros de Gaza. Entre llantos desesperados de personas buscando a sus familiares, Salem saca su objetivo y toma la foto que le proclamaría ganador del premio Ortega y Gasset de Periodismo 2024 a la mejor fotografía. Las protagonistas de la imagen son Inas Abu Maamar (de 36 años), agachada junto a una camilla, sollozando y abrazada al cuerpo de un menor. No se percibe si es niño o niña, pues el cuerpo está envuelto en un sudario, tras ser alcanzado por un ataque aéreo israelí. Se llamaba Saly y tenía 5 años. Con ella murieron también su madre, su hermana y sus tíos. Ahmed, el hermano de Saly, de cuatro años, estaba fuera de la casa cuando fue alcanzada y sobrevivió. Ahora vive con su tía. Pero tiene pocas ganas de jugar, cuenta. Habla poco, salvo para preguntar dónde está su hermana Saly.

Hace menos de una semana todos ellos dieron la bienvenida al Ramadán, el periodo más sagrado del islam, en el que los fieles ayunan durante el día y se reúnen a compartir un festín, el iftar, al ponerse el sol. Sin embargo, según la BBC, la mitad de la población de Gaza se está muriendo de hambre y 9 de cada 10 personas no pueden comer todos los días. 

La fotografía ganadora del Premio Ortega y Gasset 2023 a Mejor Fotografía. © Mohammed Salem.

Esto es algo que sabe de primera mano Laura Lanuza (Huesca, 54 años), cofundadora y directora de comunicación de la ONG Open Arms, fundada en 2015 con el fin de rescatar a migrantes que huyen de sus países por el Mediterráneo, generalmente en patera. 

¿Cómo nace la ONG Open Arms? 

Toda mi carrera profesional ha discurrido en el mundo editorial. En 2015 trabajaba en la Editorial Bloomer, y un día quedé con mi amigo Óscar [Camps, director de Open Arms] a tomar un café. El día anterior, 2 de septiembre de 2015, había aparecido ahogado en la playa de Turquía un niño de 2 años, Aylan Kurdi y su foto ocupó las portadas de todos los periódicos del planeta. Óscar, que en aquel momento era socorrista, me dijo: ‘He pasado la noche en vela pensando qué podemos hacer para parar esto’. Como tenía 15.000 euros ahorrados se subió a un avión en dirección a Lesbos. Al llegar se encontró una realidad salvaje. A la costa de Lesbos, una isla muy turística en Grecia, llegaban miles de personas en pateras, huyendo de Siria y Afganistán, jugándose la vida en el mar. Ninguna organización les ayudaba.

Portada el periódico francés Le Monde, 2 de septiembre de 2015.

Como comunicadora me obsesioné con tratar de dar voz a esas personas y empecé a subir contenido a redes. El 28 de octubre de ese año se dio el naufragio más grande del Mar Egeo y medios de todo el mundo comenzaron a llamarnos. Abrimos una página de crowdfunding para seguir ayudando en la isla y, lejos de ver cómo se solucionaban las cosas, vimos cómo se empezaba a criminalizar a la gente. Había 300 personas en el agua, como si un Boeing 747 se hubiera caído al mar. Nadie hacía nada. Entre cuatro socorristas en dos motos de agua y algunos pescadores que estaban faenando en la zona hicimos el rescate. 

El Open Arms remolcando las dos toneladas de comida que ofrecía World Central Kitchen. © Santiago Palacios

Habéis abierto un corredor humanitario que llevaba más de 20 años cerrado. ¿Con quién y cómo habéis negociado? 

Todo empezó hace año y medio en Ucrania. En aquel momento la zona de Odessa estaba en alto riesgo de entrar en hambruna. José Andrés, de la ONG World Central Kitchen, (hoy de actualidad por la muerte de 7 de sus voluntarios en un ataque con bombas a su convoy tras un desembarco de alimentos en Gaza) nos propuso una colaboración por mar. Hicimos una misión conjunta subiendo por el mar Negro y entrando por el Danubio. Como nos adaptamos bien a las emergencias, cuando empezó el conflicto entre Israel y Palestina, José Andrés nos volvió a contactar: “Israel acaba de aprobar el corredor humanitario desde Chipre. Tenemos que trabajar para poder utilizarlo”

Cargamos el barco de comida y nos fuimos a Chipre. La mayor dificultad de esta misión ha sido la última milla. En Gaza no hay puerto. Israel lo destruyó hace tiempo y es imposible desembarcar allí. Se hizo un espigón con restos de edificios que habían sido derruidos. Las conversaciones fueron con la embajada de Israel en Chipre. José Andrés tiene 60 cocinas en el norte de Gaza. Además es cercano a Biden y eso facilita las cosas en términos de negociación. Con mucha creatividad y pocos recursos presentamos cuatro proyectos para llevar a cabo la misión. Nos compraron el último, que consistía en que nuestro remolcador, arrastraría una plataforma flotante, con las 2 toneladas de comida encima. Al llegar a la playa el equipo de WCK engancharía la plataforma al espigón para poder empezar el reparto. Desde fuera puede parecer que fue llegar y repartir la comida, pero hubo muchos contratiempos y trabajo previo. 

La población gazatí está hirviendo hierbas del suelo para paliar la falta de alimentos. ¿Qué tipo de comida incluíais en estas 200 toneladas de alimento? 

Parte de la carga la habíamos llevado nosotros en el barco (80 toneladas), la otra parte la ponía WCK. Harina, arroz, garbanzos, lentejas, atún… La comida iba directamente a las cocinas de WCK. Aproximadamente un millón de raciones. La gente opina que es una gota en el océano, pero explícale eso a las familias que han podido comer caliente después de estar bebiendo agua con hierbas del suelo para alimentarse. 

La operación estuvo en vilo en todo momento. Cualquier cosa que pasara en tierra podría repercutir en nuestra trayectoria y que nos obligaran a volver. 

Una lancha de Open Arms se aproxima a la playa de Gaza para proceder al reparto de alimentos. © Santiago Palacios.

¿Cómo fue el desembarco?

La situación de las personas allí es desesperada. En este tipo de operaciones hay que tener todo muy atado porque se pueden dar momentos desagradables. Por eso nos ordenaron quedarnos lejos de la orilla. Estuvimos entre seis y ocho horas desembarcando. En ese tiempo veíamos, oíamos y sentíamos las bombas caer. Los voluntarios de las neumáticas estaban a 50 metros de la playa. Retumbaba el cuerpo. Veíamos la bomba, después la columna de humo y tras ello el paracaídas de ayuda humanitaria. Era muy duro. Se veían tanques, cuerpos en la costa… 

¿Qué riesgos corríais? 

Antes de zarpar esperamos a que todas las garantías estuvieran cubiertas para salir de Chipre. Sabíamos que asumíamos un riesgo alto, pero si es cierto que por radio, el ejército de Israel nos comunicó que a partir del desembarco todo lo que hiciéramos era responsabilidad nuestra. Nos preguntamos: ¿vamos adelante o no? Y así lo hicimos, los voluntarios iban con chalecos antibalas. 

Varias lanchas listas para desembarcar la plataforma flotante con los alimentos de World Central Kitchen. © Santiago Palacios.

¿Habéis notado grandes diferencias con la situación en Ucrania?

La situación no tiene nada que ver. En Ucrania se han involucrado muchos países que han formado una alianza. Tanto a nivel administrativo como de ayuda humanitaria las facilidades han sido enormes. En este conflicto ayudar es extremadamente complicado, pues no hay garantías de seguridad en el terreno y se está bloqueando la ayuda.

Lo que está claro es que el nivel de destrucción, de uso de armas indiscriminado, el desplazamiento forzado, de los miles de civiles muertos, de niños, supera cualquier conflicto hasta ahora desde la segunda guerra mundial en un tiempo récord.

¿No es horrible hablar de récords en este sentido?

Que te digan que hay más de 17.000 niños muertos es desesperante. A día de hoy no se ha conseguido un alto el fuego, si no que encima se dificultan las vías de ayuda humanitaria. Hasta en las guerras hay reglas y no se están cumpliendo. Se está usando el hambre como herramienta de guerra y se están bombardeando hospitales. Lo peor de todo es que la comunidad internacional no hace nada, con la capacidad de presión que tienen muchos de esos países… ¿qué intereses hay detrás? Mientras tanto la población civil muere. Nosotros no somos la solución. La solución es la paz. La solución es el bloqueo de ventas de armas a Israel. La solución es la apertura de vías de entrada de ayuda humanitaria. 

¿Cómo afrontáis los costes que implica ejecutar este tipo de misiones?

Una misión en el Mediterráneo central de seis semanas cuesta 240.000 euros. Afortunadamente el 90% de los recursos son donaciones de la sociedad civil [si quieres hacer donaciones pincha aquí]. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Necesitamos combustible, tripulación profesional… Gracias a la comunidad de donantes podemos seguir. No solemos solicitar subvenciones ni de Europa ni del Estado para evitar sentirnos atados. 

¿Qué energía se respira en el barco antes de una misión como ésta? 

El ambiente que se respira en las travesías es impactante. El espíritu de cohesión es tan grande… Es complejo porque era la primera vez que hacíamos algo así y estaba todo por hacer, a diferencia de las misiones en el Mediterráneo central, que ya va todo rodado. Las personas se complementan con los trabajos a hacer a bordo de forma impresionante. La gente está motivada porque las probabilidades de que esto saliese eran nulas. Cuando se consiguió, la gente estaba ilusionada, aunque había tensión, porque hasta el último momento no sabíamos si salimos o no. Todos eran conscientes del riesgo que corrían. Me recordó a cuando empezamo. La fuerza que tiene el ser humano cuando quiere ayudar, se multiplica de forma exponencial. 

El ser humano lleva migrando desde que apareció en la Tierra. ¿Por qué crees que la población occidental juzga desde el privilegio a aquellos que huyen de sus lugares de origen?

Por miedo. Decía José Luis San Pedro que el miedo es la herramienta más poderosa que hay. Si tu educas en el miedo y comentas que la gente que viene te va a robar y a hacer daño, tendrás miedo y querrás proteger lo tuyo. Es miedo a lo diferente, cuando debería ser al revés. Agradecer lo que nos pueden aportar estas personas con su diferencia. Si sumas el miedo al odio el resultado es un cóctel letal que deshumaniza y criminaliza. Esto hace que el planeta cada vez sea un sitio peor. De la misma manera que los animales migran sin fronteras, ¿por qué el ser humano hace esto, desde una clara posición de privilegio? Es por miedo. Para que haya un 1º mundo tiene que haber un 3º. Ahora son unas las personas que migran, pero en unos años seremos nosotros. 

* Si quieres colaborar para que Open Arms siga realizando misiones visita su página web y haz tu aportación