Hay un negocio mayor que el que mueve la belleza, y es de las falsificaciones que se dan en dicha industria. Lejos de vivir en un país con una sector sano y libre de fraude, España destaca por representar las dos caras de la misma moneda: el país ha conseguido reducir su marca de reproducción ilegal de productos, pero sigue siendo uno de los más afectados a nivel europeo. ¿A qué se debe? 

Según el último estudio del impacto económico de las falsificaciones, publicado por la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO), estas suponen pérdidas de 16.000 millones de euros en ventas anuales y la destrucción de cerca de 200.000 puestos de trabajo para los sectores de la moda, la cosmética y la juguetería de toda la UE. En un intento de desmenuzar en qué se traduce esto para la industria dedicada a embellecer la vida de las personas –estéticamente hablando–, Stanpa (Asociación Española de Perfumería y Cosmética) analiza este estudio en lo referente a la cosmética y la perfumería. Un adelanto: las cifras alertan, en especial, para España.

Aunque sin que sirva de consuelo, no encabezamos el ranking. Año tras año, Francia sigue manteniéndose como el país líder en este tipo de falsificaciones. En términos absolutos, nuestros vecinos presentan pérdidas anuales de hasta 800 millones de euros en ventas. Una cifra preocupante teniendo en cuenta que las pérdidas estimadas en el continente ascienden a 3.169 millones de euros al año. O lo que es lo mismo, el 4,8% de las ventas totales de un sector que superó los 65.000 millones de euros en ese mismo periodo. Sin que sirga sirviendo de alivio, tampoco somos el segundo país más perjudicado. Bulgaria, Chipre, Rumanía, Portugal y Hungría están por delante. Pero sí somos los siguientes.

Somos el séptimo país de Europa en presentar un mercado cosmético afectado por el lado oscuro de este negocio. Aquí, las falsificaciones suponen pérdidas anuales de ventas del 5,5% para el sector. Esto se traduce en pérdidas económicas de 398 millones de euros y la destrucción de más de 3.600 puestos de trabajo cada año. Cifras escalofriantes que, más allá de su impacto negativo en la economía del país, alertan de una serie de efectos contraproducentes para la salud de las personas. 

En palabras de Pilar García, directora técnica de Stanpa, “los perfumes falsificados son un fraude, tienen una composición muy distinta a los originales e incluyen disolventes industriales, componentes tóxicos o prohibidos, algo que es muy grave para la salud de nuestra piel”. Estas declaraciones llevan a pensar en el porqué de seguir comprando y utilizando las imitaciones de las que el mismo mercado se hace eco.  La respuesta la da el mismo estudio de EUIPO. Un tercio de los europeos considera aceptable comprar estas opciones cuando el precio del producto auténtico es demasiado elevado, proporción que aumenta hasta la mitad cuando los compradores son jóvenes.

¿Se podría decir que es la propia economía la que invita a burlarse de la economía?

En el caso español, ocho de cada 10 consumidores son conscientes de los perjuicios mencionados tanto en la salud, como en la seguridad y en la economía, y afirman estar de acuerdo con la otra cara que esconden estas falsificaciones: el apoyo a organizaciones criminales, la ruina de negocios y la destrucción de empleos, y el favorecimiento de un comportamiento poco ético. Aun conociendo los daños que estas malas artes pueden causar en las marcas productoras y en la sostenibilidad económica de los países, los encuestados de este informe creen que los altos precios de los productos originales son los responsables de estas acciones. Sin embargo, las marcas imitadas se diferencian de sus imitadores en la calidad de sus productos –materias primas seleccionadas al detalle, procesos de investigación largos y mano de obra especializada–, algo que tiene que verse reflejado en el precio final. El debate está servido.