Berta Vázquez (Kiev, Ucrania, 1992) conoce bien la música del azar. Actriz por casualidad pero con una fuerte vocación artística desde su infancia, emprende ahora nuevos rumbos profesionales: acaba de publicar su primer libro, A veces soy la noche, y pronto estrena la serie Bienvenidos a Edén, pero ella ha aprendido a relativizar los paraísos terrenales.
“Calma. Lo decía hace poco Robert de Niro. Cuando tienes éxito, conviene mantener la calma”, dice Birtukan Tibebe –su nombre real– con tono de voz pausado. Una palabra muy relevante en momentos convulsos… porque esta actriz y música de origen ucraniano y etíope recurre a ella justo el día que se publica su primer libro de poesía mientras en los telediarios dan cuenta de los bombardeos en su ciudad de nacimiento.
A veces soy la noche (Espasa, 2022), es un poemario en el que recoge reflexiones y experiencias, paisajes y sueños, y en el que da cuenta de una pulsión creativa que siente desde niña. Porque después de unos años dedicada exclusivamente a la interpretación y protagonizar éxitos como la serie Vis a vis o la película Palmeras en la nieve, un día se dio cuenta de que necesitaba “rellenar los huecos” que dejaban los rodajes, y el vacío de la espera ante nuevos trabajos. En los últimos tiempos ha compuesto y autoproducido A year without you, un disco con su dúo de música electrónica, Museum, y ha rodado una serie para Netflix, Bienvenidos a Edén. Pero cuando piensa en poesía, ella está en calma.
Dedicarse a la música o escribir un libro, ¿responde a un impulso artístico o a la obligación de ganarse la vida?
Pues a ambos por igual. El trabajo de un actor tiene una parte complicada que sucede también en otras disciplinas, y es que casi nada depende de ti. Eso implica que a veces hay parones, épocas en las que no trabajas y no sabes muy bien por qué, haces pruebas pero no te cogen… Aunque va por ciclos, cuando no trabajas es bastante duro psicológicamente, porque pasas de un extremo a otro: de estar en un set, aquí o en otro país, con un equipo que durante mucho tiempo es como tu familia, y vives en una especie de burbuja. Pero al día siguiente vuelves a tu casa a poner tu lavadora y esperar a que te vuelvan a llamar. De ti sólo depende hacer bien tu papel. Y ante esa incertidumbre, procuro hacer otras cosas que den salida a mi energía. Si no, me volvería un poco loca.
«Trabajar siempre es terapéutico»
Escribir o componer, sin embargo, sólo depende de usted, y en ello pone sus experiencias o su visión de la vida. ¿Es terapéutico?
Lo bueno es ocupar tu tiempo en lo que te gusta y para mí trabajar siempre es terapéutico. Hacer música, actuar, escribir o pintar es una forma de sentirme útil, al menos conmigo misma.
La literatura nos conecta, ¿cómo espera que lo haga su libro?
Escribo desde pequeña, pero como un hobby, una manera de autoexpresión. Pero es difícil saberlo. No sé si mucha gente lee poesía, o no como antes. Pero estoy ilusionada y tranquila.
¿Qué le gusta como lectora?
Es curioso porque desde hace tiempo hay temas que de repente me interesan mucho y lo leo todo, de ciencia, de alimentación o filosofía… Ahora leo menos ficción, pero siempre me interesan cosas que me hagan pensar.
El conflicto en Ucrania también nos hace pensar. Y usted, por raíces familiares, ¿cómo lo está contemplando?
Desde que empezó la guerra, me ha hecho reflexionar mucho. Creo que vivimos en una especie de burbuja de confort, de sociedad moderna, de estado de bienestar y aunque tenemos nuestras luchas sociales y personales, creo que estamos desconectados de otras realidades que no están tan lejos. Pero, por otro lado, me maravilla ver a tanta gente que en este momento está ayudando. Se ha generado una especie de comunidad que me parece preciosa, porque es como volver un poco a pisar tierra firme y a plantearnos de nuevo nuestro sistema de valores.
Estas semanas estamos observando con estupor la huida de miles de ucranianos, obligados por la necesidad y la supervivencia.
Sin querer hacer ningún tipo de análisis sobre la guerra, pensaba en la parte que me toca, por mi familia. Hace poco me contaban algo de la sociedad etiope, que es bastante particular, porque nunca se han dejado colonizar y tienen una especie de espíritu indomable. Mi padre viajó a Kiev para estudiar en la universidad. Y por mi parte materna, mis bisabuelos también salieron de Alemania tras la guerra mundial, huyendo de una situación de pobreza, de violencia y siendo muy humildes. Pero a la vez, con la guerra en Ucrania, hay una cosa que me conmueve mucho, que es la valentía que tienen esas personas que han dicho “yo me quedo”. En una guerra es tan valiente el que se va como el que se queda.
Su vida profesional también ha sido de algún modo itinerante. De hecho, en su trabajo usted también se ha reinventado algunas veces. ¿Encuentra alguna relación con su vena artística?
No sé si esto tendrá que ver con que he vivido en distintos sitios, en Kiev, Valencia, Alicante y ahora Madrid, o que simplemente soy una persona inquieta y curiosa… A veces creo que pienso demasiado. Tengo 30 años y todavía me gustaría hacer 800.000 cosas. Pero, en lo profesional, siento que en España los sectores artísticos en ocasiones están muy fragmentados, y lo noto porque a menudo me preguntan si ahora “soy cantante o escritora”. Creo que es una mentalidad es un poco limitante, sería más interesante que cualquier expresión creativa conectara con el resto de disciplinas. Estaría bien que nos retroalimentásemos.
También se atreve con la dirección: va a codirigir su primer cortometraje, El viaje. ¿De qué trata?
Es un corto que trata la salud mental, donde vamos a intentar reflejar desde una perspectiva realista y humana este contexto a veces tan olvidado y tan importante. El corto está ambientado en los años 20 y la protagonista es una joven bailarina con depresión que inicia un “viaje” en un tren. Durante este trayecto tan especial, veremos cómo ella se plantea el propósito de su vida y duda de si seguir o no adelante y la veremos en todo el recorrido con la idea de “bajar del tren”. Mientras, vamos viendo cómo se enfrenta a diferentes momentos de su vida, con diferentes edades. Y no es hasta cuando llega al último vagón, y se encuentra a su yo anciana, cuando la hace entender que necesita pedir ayuda pero que, con todo lo malo y todo lo bueno, la vida merece ser vivida, siempre.
Suele contar que su llegada a la interpretación fue de manera casual –alguien le paró por la calle– y enseguida conoció el éxito y la popularidad. ¿Cómo se gestiona eso siendo tan joven?
Si soy sincera, más que vivirlo, lo sufrí. Es verdad que cuando eres joven tienes en la cabeza esa fantasía de la popularidad, creo que es algo que está en el inconsciente colectivo: que ser popular te coloca en una posición privilegiada. Pero luego tiene una cara oscura. Está bien ser popular y tiene cosas muy buenas, pero a mí me costó asimilar esa invasión de mi espacio personal y no entendía nada. No estaba acostumbrada y nadie me había ni siquiera advertido cómo se vive esa vida, con paparazzi en la puerta de casa. Cuando todo eso te llega de un día para otro, es un poco surreal y esa presión es difícil de gestionar. Ahora ya han pasado unos años y sé relativizarlo.
Pero su vida sigue generando interés: es una parte de su trabajo. Y además, a las actrices se les exige estar siempre perfectas.
Sí, por eso creo que es importante mantener la calma y los pies en la tierra. Porque todo lo que sube baja. Y reírte un poco. El verano pasado estaba feliz en Ibiza y yo, que siempre he sido muy delgada, comía muy bien y cogí peso. Yo me veía fantástica, con curvas, así que subí una foto. ¿Y sabe lo que dijeron? ¡Que si estaba embarazada!
Al menos usted controla lo que cuenta. Lo hace desde su cuenta de Instagram (@berta__vazquez, 2,3 millones de seguidores). ¿Qué diría a los que anhelan esa influencia sobre esa fama rápida?
Tengo una hermana de 21 años y hablo mucho con ella sobre las redes sociales, porque es algo que forma parte de su generación. Por eso trato de explicarle que la realidad no está ahí, que hay que estudiar, formarse… Además, el mundo va tan rápido que tampoco sabemos realmente lo que durará cada red ni adónde nos conducirá la tecnología.
¿Es usted una persona religiosa?
Realmente no, pero creo que la religión es una necesidad del ser humano, como ser espiritual, a la que recurrimos para explicarnos cosas. Ser nihilistas nos hace cínicos, pero para mí es evidente que hay algo más. Antes de nosotros ya estaban los planetas, los sistemas solares. Así que siempre me he preguntado quiénes somos, quién habrá creado todo esto que llamamos naturaleza y me parece mágico que plantar una semilla y regarla haga surtir una cosa distinta. Somos fruto de algo.
Su próxima serie para Netflix es Bienvenidos a Edén. ¿Cuál es su paraíso particular?
Yo lo encuentro en situaciones muy sencillas: me basta estar con mis amigos, gente maravillosa alrededor, compartir momentos, sentido del humor, buena energía. Me gusta la gente buena, sin prejuicios y positiva. Para mí, eso es el paraíso.
Maquillaje y peluquería: Carlos M. para The Artist Talents (Keka) con productos Termix y Lancôme.