El auge de las monedas virtuales por el desarrollo de la tecnología blockchain ha acelerado una tendencia que ya estaba en marcha en el sistema monetario internacional: la progresiva sustitución del dinero físico por el virtual. Los partidarios de la desaparición del efectivo sostienen que acabar con el cash es la mejor vía para reducir la corrupción y luchar contra la evasión fiscal, el tráfico ilegal de bienes y la economía sumergida. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de los burócratas amparados ideológicamente por buena parte de los economistas dedicados a las políticas públicas –entre los que destaca el norteamericano Kenneth S. Rogoff– la realidad es que el uso del efectivo no para de crecer y, lejos de tener un carácter residual, cada vez está más presente en nuestras sociedades.
¿Vamos realmente a un mundo sin dinero con denominaciones para expresar la riqueza distintas a las actuales? Algunos piensan que sí. Realmente estamos inmersos en un periodo de cambios monetarios, pero la banca no pretende una ruptura con el sistema fiduciario, sino mantener el actual modelo monetario complementándolo con las ventajas que proporcionan las herramientas digitales.
“El objetivo de las entidades es poner a disposición de los ciudadanos los medios de pago más convenientes, de acuerdo con el nuevo entorno digital, donde la inmediatez, la disponibilidad, la facilidad de uso son las claves y todo ello sin descuidar la seguridad. Estos factores están disponibles en las transacciones electrónicas que, además, son mucho más eficaces desde el punto de vista económico que los instrumentos basados en papel. Lejos de promover la eliminación del efectivo, el sector bancario propugna la eficiencia y la conveniencia en las transacciones de pago del día a día”, indica Pilar Clavería, asesora de pagos, operaciones y procedimiento de la Asociación Española de Banca (AEB).
Pero una cosa son las entidades financieras y otra la banca central, que es la que dicta las políticas monetarias y que tras la reciente crisis ha cobrado un papel fundamental en las economías de todo el planeta. Para estos entes públicos la desaparición del efectivo serviría para aplicar medidas no convencionales sin tener que pasar por el sistema bancario, es decir, crear represión financiera mediante una política de tipos de interés negativos que obligue a los ciudadanos a consumir o invertir, desincentivando que mantengan saldos de tesorería positivos. Los grandes patrimonios que hayan apostado por la liquidez para afrontar la incertidumbre pueden ser expoliados sin posibilidad de escapatoria si la banca central se queda sin armas para afrontar la nueva crisis y decide apostar por esta vía.
Las razones por las que las tarjetas de crédito son mejores que el efectivo
Derribando mitos
Los datos desmontan el mito de que el efectivo tiende a desaparecer. Los investigadores del Banco Central Europeo (BCE) Henk Esslink y Lola Hernández publicaron un documento en noviembre de 2017 que no deja lugar a dudas sobre las preferencias de los hogares por el cash en el Viejo Continente: casi el 80% de todas las transacciones en puntos de venta se realizan en efectivo, representando el 54% del valor total de todos los pagos en la eurozona.
No es la única cifra que pone en cuestión el mensaje oficial de que el dinero contante y sonante está en desuso. El pasado marzo el Banco de Pagos Internacionales (BPI) constató que el efectivo en circulación continúa creciendo, incluso en las economías más avanzadas, “lo que demuestra que a pesar del crecimiento de los pagos digitales el apetito de las personas por el cash no ha disminuido”, indica a Forbes Guillaume Lepecq, director general de la International Currency Association (ICA). En concreto, la demanda de efectivo ha aumentado desde el 7% del PIB en el año 2000, hasta el 9% en 2016 en una muestra de 50 países en la que los mayores incrementos se han registrado en Hong Kong y Japón. Sólo Rusia y Suecia experimentan una disminución en la demanda de efectivo.
Lepecq hace referencia también al uso de efectivo en Estados Unidos, mencionando la ‘Encuesta sobre Elección del Método de Pago del Consumidor’ que publicó la Reserva Federal estadounidense el pasado mes de mayo, “donde se afirma que tanto el uso de efectivo como el de otros métodos de pago se han mantenido estables durante los últimos diez años”. La encuesta de la FED muestra como las tarjetas de débito, con el 31,8%, y el efectivo, con el 27,4%, son los métodos de pago más populares.
Como vemos, a pesar del esfuerzo de muchos intelectuales para preconizar el fin del efectivo como un proceso voluntario, la realidad es bien distinta. El dinero físico tiene su función y razón de ser, por lo que es demandado y utilizado por los ciudadanos de forma masiva porque es un medio de pago universal y garantiza la privacidad. Entonces, ¿qué intereses hay en que desaparezca?
Como explica a Forbes el economista y profesor Juan Ramón Rallo “en última instancia el objetivo auténtico de eliminar el efectivo, más allá de la excusa que se suele utilizar de lucha contra el fraude y la delincuencia, es poder aplicar tipos de interés negativos cuando el banco central así lo considere oportuno. Y no hay que olvidar que esto supone básicamente una transferencia de riqueza desde el acreedor al deudor: como todos somos acreedores del banco central en tanto en cuanto tengamos su divisa en nuestro activo pues si nos aplica tipos negativos le transferimos riqueza al sistema bancario. Y porque el dinero nos quemaría en las manos habría un incentivo forzado a consumir o invertir en cualquier cosa para evitar que la rentabilidad negativa nos impacte. En este sentido las criptodivisas constituyen un refugio frente a eso”.
Efectivamente, el desarrollo de las nuevas tecnologías y la proliferación de las denominadas fintech ha servido de caldo de cultivo para el nacimiento de centenares de nuevas divisas virtuales al margen de la banca central, que se han abierto paso durante la Gran Recesión generando lo que muchos consideran la nueva burbuja del siglo XXI y otros califican de revolución sin precedentes.
La más desarrollada es el bitcoin, que aspira a convertirse en una alternativa real a las monedas de curso legal y que en algunos lugares y entre determinados colectivos ya se utiliza, además de como activo de inversión, como un medio de cambio comúnmente aceptado, es decir, como dinero.
Criptodivisas ¿alternativa o burbuja?
En su libro El patrón Bitcoin (Deusto, 2018) el profesor Saifedean Ammous demuestra que esta nueva divisa virtual es “el primer ejemplo operativo de dinero electrónico que automatiza las funciones de un moderno banco central y las convierte en predecibles y prácticamente inmutables mediante la programación de un código descentralizado entre miles de miembros de la red, ninguno de los cuales puede modificarlo sin consentimiento del resto”. Para este profesor y otros muchos economistas, Bitcoin es el intento del mercado de recuperar de alguna forma el idílico patrón oro que abandonaron los políticos en la segunda mitad del pasado siglo para aumentar el gasto público y, con ello, sus posibilidades de ser reelegidos a costa de la estabilidad de la moneda y la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos.
No obstante, todavía tienen que ocurrir muchos factores para que las criptodivisas sean una alternativa real al sistema monetario actual. La primera de ellas es que reduzcan su volatilidad, ya que uno de los aspectos esenciales del dinero es ser reserva de valor y, para ello, su precio o cotización debe ser estable. Basta observar la evolución del bitcoin en los últimos años para comprobar como este principio no se cumple. La demanda especulativa provocó un incremento de la cotización de esta divisa virtual que alcanzó su punto máximo a finales de 2017 y desde entonces la caída ha sido sostenida.
Los reguladores observan con preocupación la volatilidad de estas monedas virtuales. Como destaca a Forbes Pablo Suárez, gerente del área de Regulación del Sector Financiero de PwC, “la agencia bancaria europea (EBA) ha publicado varios reportes analizando cómo va a regular el ecosistema fintech poniendo especial atención en las criptomonedas y alertando de la posible existencia de burbujas y de los riesgos que suponen para el consumidor, dos de los aspectos que más preocupan a los reguladores en estos momentos”.
En cuanto al uso de estas nuevas divisas, Suárez señala que hay que distinguir dos focos principales. En primer lugar está el que se registra en las economías desarrolladas, “donde han tenido una gran aceptación como activo de inversión para protegerse de los efectos de las políticas monetarias expansivas”. Pero sobre todo “donde hay una mayor atracción por parte de los ciudadanos es en las economías emergentes, donde son una herramienta para protegerse de la inseguridad, la baja bancarización y la hiperinflación”.
De hecho, hay zonas de África y Latinoamérica donde estas monedas virtuales están empezando a cumplir una función similar al dólar –ser una alternativa fiable a la divisa local– aunque todavía estamos en los albores del cambio. “Existen dos velocidades en la adopción de las criptodivisas, la de los ciudadanos y empresas de las economías emergentes que las adoptan por propia necesidad y la de las regiones más avanzadas donde son una alternativa de inversión en un escenario de tipos de interés en mínimos históricos. El gran reto es conseguir que la regulación de este nuevo escenario tenga un carácter transnacional. El desafío es global y la respuesta también debe ser global”, concluye el responsable de regulación de PwC.
En España reina el efectivo
Si centramos la mirada en España, la cuestión mas relevante es la resistencia cultural que todavía existe al uso del pago mediante sistemas electrónicos. La consultora Analistas Financieros Internacionales (AFI), en colaboración con Banco Santander y Mastercard, lanzó en 2017 un proyecto de investigación pionero en la localidad cántabra de Suances que mostró la existencia de una enorme resistencia de consumidores y comerciantes al pago digital.
“Según las estadísticas de accesibilidad de medios de pago alternativos al efectivo en España, salvo algunos colectivos muy determinados, estamos todos muy bien equipados: la práctica totalidad de los ciudadanos tiene al menos una cuenta bancaria y una tarjeta de débito. Es decir, que disponen de un medio de pago alternativo al efectivo. Pero cuando observamos las estadísticas de uso comprobamos que los pagos cotidianos se siguen realizando en efectivo. Existe una brecha entre el acceso y el uso, del cual se derivan situaciones de ineficiencia. ¿Para qué queremos tener medios de pago alternativos si cuando uno va a pagar con tarjeta el que tienes enfrente sólo acepta efectivo?”, indica a Forbes Verónica López, consultora de AFI y directora del proyecto Cantabria Pago Digital.
Esta experiencia piloto ha demostrado que “el mundo de los pagos es un mercado de dos lados y si no funcionan ambos al unísono no funciona”, explica López, por eso “hay que poner el foco en garantizar que cada uno pague con el sistema que considere que le es más conveniente”. Además, hay que señalar que el coste de utilizar efectivo no es residual: “hay que explicarles a los comerciantes que la gestión del cash no tiene un coste cero, ya que te expones a que te roben, tienes que tener un sitio adecuado para guardarlo, te pueden dar billetes falsos y finalmente debes acudir al banco a depositarlo. Eso es lo que un comerciante debe valorar cuando se plantea adoptar un sistema de pago electrónico”, añade la consultora de AFI.
Esto no quiere decir que la gestión de las transacciones digitales no tenga importantes costes asociados. Mantener las redes a salvo de ciberataques y de accidentes que provoquen cortes en el suministro son dos de los elementos que más preocupan a los ciudadanos, que siguen considerando al efectivo como un instrumento de pago seguro que, además, mantiene a salvo su privacidad. Y llegamos a otro de los elementos fundamentales: la posibilidad de gobiernos y grandescorporaciones de monitorizar nuestras compras y rentabilizarlas con el big data.
“Hay una línea muy fina entre garantizar la protección de los datos y aportar servicios asociados a los mismos. Nuestras vidas están monitorizadas por los bancos y el resto de emisores de medios de pago electrónicos, y el gran reto de las autoridades públicas es establecer cuál es el límite”, señala a Forbes Eduardo Cobas, secretario general de Aproser. “Damos la bienvenida a todos los medios de pago pero tiene que garantizarse la seguridad de su uso y la libertad de elección; llevar efectivo debe ser una decisión personal y ser protegida por los reguladores, ya que su uso es legítimo y hay poderosas razones que lo soportan”, añade el experto.
Los banqueros centrales están comprobando que el dinero en efectivo cumple una función social y que no se puede eliminar sin asumir costes de gran calado. Pero la aspiración de los gobiernos a controlar las transacciones económicas seguirá presionando al sistema financiero para eliminar el cash. La paradoja es que esto puede generar un movimiento reactivo y alimentar la creciente demanda de efectivo, junto con un mayor interés por el uso de criptodivisas. Al final el mercado siempre se abre camino.