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Fotogalería | Retratos de la ganadería brava y sus empresarios

El oficio de ganadero taurino, un sector que aporta 140 millones de euros en IVA al año, pervive hoy gracias a la pasión y el romanticismo de unos profesionales enraizados al campo y sus valores.

Fotografías de Pablo Lorente.

El campo bravo está más vivo que nunca. Desde hace más de 400 años, la prosapia del arte de la selección ganadera moderna se desarrolla coaligada con la vocación de ser torero. Dos voces de un contrapunto exquisito, de alta escuela, esencia del gen taurino, que se produce desde que el mundo es mundo, le pese a quien le pese.

La suerte y magia de la genética taurina cobran sentido desde nuestras raíces más primitivas. Las pinturas rupestres nos lo aclaran como un encerado académico de la historia, una cepa original de la que emergió el mito del minotauro, tronco y casta de la que pende la lucha de un toro y un hombre en las arenas romanas, la muerte de Manolete, los paseos que me regaló mi padre al dejarme montar a Campera entre los toros y la inmensidad del campo; o cuando aprendía en los tentaderos de Alcurrucén con mi querido y añorado abuelo Pablo: torero, ganadero y amante sin medida del toro bravo.

Hace tiempo escuché de mis dos abuelos, Eduardo y José Luis, que en el campo bravo existen las ganaderías porque subsisten los ganaderos. La ganadería brava parte de sus orígenes en cinco encastes históricamente fundacionales: Cabrera, Vistahermosa, Vazqueña, Jijona y Gallardo, pero hoy se puede decir que hay tantas ganaderías como ganaderos.

Cada criador maneja y selecciona su ganado de manera única, reflejando tanto su gestión ganadera como su personalidad. Y es que el concepto de bravura que predomina según un hierro u otro es relativo. Completamente subjetivo. Mágico.

El ganadero moldea la bravura del toro como un alquimista, mientras la afición y la tradición taurina se cultivan desde la niñez, conceptos clave a tener en cuenta para quienes aspiran a expresarse en este mundo tan especial. Porque esta dedicación va más allá de un trabajo; es un estilo de vida sacrificado y de altos costes. Cada ganadería tiene sus propios desafíos financieros y cuidados intensivos. Preservar el hábitat del toro y la riqueza medioambiental de las dehesas es uno de ellos, y su atención constante en sanidad, alimentación y manejo, también. Y a medida que crece el número de cabezas de ganado, aumenta la importancia del ganadero en el negocio taurino. Un romanticismo costoso. Una maravillosa vocación que no llena el bolsillo, pero sí el espíritu.

El informe del mercado ganadero de la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia revela un aumento significativo en los costes de producción desde 2018. Los precios de las materias primas utilizadas en la ganadería han aumentado considerablemente: los productos zoosanitarios un 25%, el pienso un 40%, el forraje un 150% y el gasóleo un 47%, mientras que el precio del toro permanece igual que hace 15 años. Estos datos representan un desafío para la agricultura en general y para el campo bravo en particular, lo que ha llevado a las protestas del campo a la ciudad. A pesar de esto, el sector aporta 140 millones de euros en IVA al año, aunque el Ministerio de Cultura solo destina 60.000 euros a la tauromaquia. Aun así, más de 300 ganaderías bravas en España y Portugal, y en otros países como Francia, México, Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador, mantienen viva esta tradición universal que trasciende barreras generacionales, culturales y sociales, ya que aquí solo se entiende de respeto y vocación.

Por esto, desde mi más tierna infancia, cada rincón de aquellos paisajes camperos propios de un western atemporal quedó grabado a fuego en mí. Ante la imperiosa realidad, convivir en una era y sociedad donde lo artificial y utilitario vence a lo real y emocional, el campo bravo rescata los sentidos y nos envuelve en un mundo que escucha, suena, huele, piensa, siente y se expresa: la mirada de un semental, el olor a pasto fresco, un herradero, los atardeceres del invierno extremeño y los paseos infinitos al son del galope con Gastón, eterno y fiel amigo. Lienzo vivo y perpetuo.

Y como fin último de esta forma de vida está la lidia del toro bravo, el pináculo del arte supremo del toreo. El torero crea una faena que fusiona diferentes formas de expresión artística. Esta práctica es una experiencia épica y emocional, una reivindicación del arte extremo y del goce estético. El toreo, como una danza efímera, representa la gloria eterna que trasciende la fugacidad de la vida. Un símbolo perdurable de una tradición arraigada en nuestra identidad cultural. Porque la fiesta brava es para siempre. Gracias, papá.

Historias que contaba el abuelo Pablo

Encerrona en Andújar, Jaén, 16 de junio de 1963. Pablo Lozano toreó convaleciente de una cogida que sufrió en Guatemala días antes. La vergüenza y raza torera hace que estos hombres antepongan su vocación, vida e integridad al dolor de una cornada. “El torero nunca va a conseguir refrendar la faena perfecta, pero su obligación es acercarse lo máximo posible a ella. No hay toros malos; hay toreros buenos que hacen a un toro malo, mejor”, contaba el propio Pablo Lozano.

Pedro Gutiérrez Moya ‘El niño de la capea’

“El toro no enseña ninguna maldad, transmite todo lo que tiene que ser un ser humano: solidario, soñador, apasionado y trabajador. El progreso y el sueño no acaban nunca. La gente está acostumbrada a la muerte del toro, pero eso no es así. Mañana hay otro animal que te sigue enseñando a ser mejor persona. Todos los días se aprende gracias a la existencia del toro bravo. Esta misma forma de vida se la inculqué a mis hijos, Perico y Verónica, y hoy me siento muy orgulloso de ellos, porque han decidido coger el camino del esfuerzo, la solidaridad, del amor por lo que son los sueños. Ahora veo que hacen lo mismo con mis nietos, Carmencita, Pedro y Paulina, y es el mayor regalo que me pueden hacer. Gracias a la existencia del toro bravo somos una familia unida. La filosofía del toro es perfecta. Te mantiene vivo el sueño mientras un toro bravo esté vivo”, explica el ganadero.

Miguel Ángel Perera

El pasado 10 de abril, esta figura del toreo extremeña hizo realidad uno de sus sueños más deseados después de veinte años de alternativa. Abrió la puerta del príncipe de la Maestranza de Sevilla tras cortar tres orejas a un encierro del Parralejo. “El toro bravo es mi maestro de vida y profesión. Su existencia me ha enseñado los valores más elementales que todo hombre debería tener: el respeto hacia las personas mayores y la importancia de la humildad y la prudencia en las relaciones con los demás, independientemente de su situación o experiencia. También me ha demostrado que alcanzar nuestros sueños requiere de un gran sacrificio, dedicación y persistencia, y que en esta vida no existen los atajos”.

Vitoriano del Río

Vitoriano del Río nos regaló un momento inolvidable. A sus 80 años recitó en su casa el famoso poema de don Álvaro Domecq y Díez recogido en la página 57 del Cossío que dice así: “Despacio, como planean las águilas seguras de sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se doma a un caballo. Despacio, como se apartan los toros en el campo. Despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio”.

“Parte de mis inicios como ganadero”, recuerda el propio Vitoriano, “fueron en la casa de don Luis Algarra. Me entró por los ojos un toro castaño de su hierro, pero El Vito, un banderillero de mi confianza, me hizo cambiar de opinión: «Don Vitoriano, si usted se conforma con lidiar en plazas de segunda –como Antequera, Sanlúcar de Barrameda y, con un poco de fuerza, Jerez–, pues compre el castaño, aunque yo sé que usted no se conforma con eso. Llévese usted mejor aquel toro burraco, con cara de bondadoso y buena gente. No se va a arrepentir. Así podrá usted ir a Bilbao, Sevilla, Madrid…». Y así me convenció. Ese toro burraco es Aldeano y hoy sigue siendo la joya genética de mi ganadería”, concluye con una sonrisa.

La dehesa

El toro bravo no solo es un protagonista de la fiesta brava, sino también un guardián invaluable de la dehesa, un ecosistema vital para la biodiversidad y el medio ambiente en la península ibérica. Como esa encina centenaria que cobija las fincas de la cabaña brava, símbolo del arraigo y de la fuerza que transmite la tierra y lo perenne, la existencia de las ganaderías y manejo adecuado son fundamentales para asegurar la sostenibilidad y la conservación de este paisaje único y su rica biodiversidad.

José Escolar

“Soy un ganadero tremendamente apasionado y aficionado al campo bravo. Es donde más disfruto; apartando toros, cuidándolos y estando pendiente de todas las labores ganaderas. Mi familia y yo pensamos que tenemos en nuestras manos un tesoro genético único y por eso estamos encantados. Mis hijas y nietos también son muy buenos aficionados. Tengo muy buenos descendientes que van a continuar con la ganadería y que están encantados con el encaste. La afición está con nosotros y estamos encantados de hacerles felices gracias a la personalidad de nuestros toros”, asegura.

Aurora Algarra

“Desde pequeñita, ser ganadera de toros bravos ha sido mi gran sueño y pasión. Esto nace de un sentimiento, de una vocación. Al igual que un torero; se nace y luego se puede hacer. Yo nací con esta gran vocación y he tenido la suerte de, a lo largo de los años, desarrollarla. Estoy súper orgullosa como mujer, como ganadera y como criadora de ser parte de la existencia de este animal único. Para mí es un privilegio tremendo. Todo un orgullo y satisfacción personal. Esta profesión no la cambiaría por nada del mundo, aunque económicamente no sea rentable, pero tiene otros muchísimos valores de calidad de vida, de fortaleza y ejemplo de cara a la sociedad. Los mismos valores que les intento también inculcar a mis hijas para que sigan en esta profesión tan extraordinaria”, afirma Aurora.

La bravura

La ganadería brava actual no tiene nada que ver con la de hace 400 años. La evolución es real tanto en la forma de torear como la selección de la bravura. Los ganaderos seleccionan a sus animales en los tentaderos y en los ruedos de las plazas de toros de las ferias, con profesionalidad y exigencia. Las faenas son muchos más exigentes, largas, técnicas y –por ello– el toro tiene que embestir mejor que nunca.

Fernando Lozano

“Para ser torero hay que estar las 25 horas que no tiene un día pensando en el toro. Nunca agradeceré lo suficiente a mi padre, a mi familia, el haberme inculcado el amor al toro y a su mundo. Nacer dentro de este entorno, haberme criado con los valores más puros, los auténticos, los que han hecho que el mundo sea mundo. Y mi satisfacción es comprobar que estos valores se transmiten a las nuevas generaciones de la familia gracias a que también se han criado en el mundo del toro bravo. En el mundo más auténtico y real», comenta.

Pedro Gutiérrez ‘Perico’ ‘El capea’

“Crecer en el seno de una familia dedicada a la ganadería y a la tauromaquia ha moldeado mi personalidad. El mundo del toro encarna valores que hoy en día escasean en nuestra sociedad, tales como cumplir con la palabra dada, el honor, el orgullo, la entrega, la responsabilidad, la perseverancia, la nobleza y el valor, que en última instancia se resume en la plenitud de la bravura”.

*Isabel Lozano, además de periodista, es hija y nieta de ganaderos.

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