Una buena historia que se precie siempre debe estar aderezada con aventuras y vicisitudes, con viajes y personajes fascinantes, pero también con negocios, alianzas y pactos. Y la de Osborne tiene mimbres suficientes para componer varias novelas: esta saga, por la que han transitado desde comerciantes a banqueros, intelectuales, diplomáticos o artistas, lleva 250 años ligada al mundo de los negocios, expandiendo su icónica marca mucho más allá de los vinos de Jerez. Pero, si hablamos de ellos, esta familia tiene mucho que decir.
La historia de los Osborne como compañía comienza a principios del siglo XIX en el Puerto de Santa María (Cádiz). En el Marco de Jerez (zona al noroeste de la provincia), aquellos fueron años cruciales en los que, tras una sentencia favorable del Consejo de Castilla por la que se suprimía el Gremio de Cosecheros de Jerez –que se consideraba un Estado dentro del Estado– y sus ordenanzas, las bodegas pudieron abordar por primera vez integralmente todo el proceso de elaboración y comercialización de sus productos.
En ese contexto de transformación de la vitivinicultura tradicional en una agroindustria vinatera moderna, promovida por ilustres productores y comerciantes de todas las latitudes –como sir James Duff, Juan Haurie o Juan Nicholas Bölh de Faber– muchos encontraron en Cádiz una puerta al comercio internacional, así como la posibilidad de mercadear con el famoso sherry (denominado así por el nombre árabe de Jerez, Sherish), uno de los vinos de mayor prestigio del mundo.
Thomas Osborne, el visionario
Thomas Osborne Mann, un joven inglés procedente de Exeter, Condado de Devon, llegó a finales del XVIII interesado por el creciente comercio de los vinos del Marco de Jerez, primero a Cádiz y, posteriormente, al Puerto de Santa María donde se quedaría definitivamente.
Allí se hizo amigo de James Duff, cónsul británico en Cádiz que producía vino junto a su sobrino William Gordon. En 1772, después de varios años dedicado al comercio de vino y otros géneros, Duff, constituyó junto a Juan Haurie, un francés nacionalizado español, una compañía a la que Osborne Mann, vinculado en origen a la firma como prestamista, se incorporaría como socio principal en 1830.
A la muerte de Duff, el cónsul alemán Juan Nicolás Böhl de Faber, se hizo cargo de la dirección de la compañía. Thomas, que se había casado con una hija de este, Aurora Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, se implicó a fondo en el pujante negocio de exportación de Duff Gordon y, una vez convertido en reputado comerciante y banquero con experiencia, fue quien saneó, capitalizó y desarrolló un negocio con oportunidades de expansión por todo el mundo. Pero, sobre todo, dio origen a una saga familiar que se ha extendido a lo largo de siete generaciones.
Aurora Böhl de Faber, la continuadora
Tras el fallecimiento de Thomas Osborne en 1854, se produce un momento de inflexión en la compañía. Y la protagonista de este capítulo no es otra que su viuda. Aurora Böhl de Faber –hermana de la célebre Cecilia que ha quedado inmortalizada bajo el seudónimo literario de Fernán Caballero–, marca el futuro de la sociedad al tomar la sabia decisión de optar por su continuidad, en vez de vender su parte y vivir de las rentas. Mientras criaba a sus hijos llegó a adquirir el 100% de la empresa en 1857.
Una vez consolidado el legado Osborne, la sucesión pasó a manos de sus hijos. El mayor, Tomás (ya escrito a la española) se dedicó al comercio de vinos, mientras que Juan Nicolás, que había heredado la afición a las letras de la familia materna, escogió la carrera diplomática. Tomás Osborne Böhl de Faber, segundo conde de Osborne, fue además un entusiasta de la tauromaquia, patrocinando en 1880 la construcción de la plaza de toros del Puerto de Santa María.
Expansión internacional
Poco a poco la marca Osborne se fue dando a conocer en todo el mundo gracias a su expansión internacional y a sus relaciones entre las más selectas esferas de la época: en sus archivos aún hoy se conserva correspondencia procedente de casas reales europeas, de destacadas personalidades, como Washington Irving, así como de comerciantes de vinos de las más importantes casas comerciales en Inglaterra, Estados Unidos, Australia, Rusia, Alemania, México o Filipinas.
Aunque el negocio empezó con la comercialización exclusiva de vino de Jerez no fue hasta principios del siglo XX cuando empezarían a aparecer nuevas vías de ingresos y Osborne se consolidó como grupo a través de la adquisición de otras empresas del mismo sector en años posteriores.
Sin embargo, en esta larga historia de éxito hay un capítulo que destaca por la dimensión de su figura: la del toro de Osborne.
Larga vida al toro
En 1956, fruto de una prodigiosa campaña de publicidad de uno de los brandis más consumidos en la época, Veterano, las carreteras de España se llenaron con unas vallas de acero con la silueta de un toro que ha acabado siendo una suerte de símbolo nacional. Su famoso indulto, generado por el clamor popular tras la prohibición de publicidad en las carreteras, dio paso a logo de una compañía que hoy aglutina un porfolio de producción y distribución de bebidas espirituosas que incluye marcas míticas como Veterano, Magno, Carlos III, Anís del Mono, además de otras como el ron nicaragüense Flor de Caña o la ginebra Nordés.
Asimismo, la compañía es propietaria de la marca de productos 100% ibéricos Sánchez Romero Carvajal y de una división de vinos que cuenta con caldos de Jerez, Rioja y Oporto.
Las dimensiones de la compañía, que hoy preside Ignacio Osborne Cólogan (Santa Cruz de Tenerife, 1953), perteneciente a la sexta generación, cuenta con más de 1.000 empleados y está presente en 70 países. Y todo, en manos de una gran familia que se apellida Osborne.