¿Lunático o visionario? Se hizo famoso con la afirmación de que no sería feliz hasta que no viviéramos todos en Marte y es hoy una de las personas más ricas de la Tierra. Aunque los planes de Elon Musk de ser enterrado en una galaxia muy, muy lejana no han cambiado, aquí y ahora, tiene aún mucho que celebrar.
El 8 de enero de este año, aproximadamente a las 11.30 de la mañana en la costa Este de Estados Unidos, Elon Musk (Pretoria, Sudáfrica, 1971), conocido por ser el fundador de algunas de las empresas de tecnología más avanzadas, así como impulsor de las ambiciones espaciales más locas, protagonizó otro hito histórico más. Su patrimonio neto se disparó unos 12.500 millones de dólares, hasta los 189.700 millones, convirtiéndolo, durante un momento, en la persona más rica del planeta en la lista FORBES, que dio inmediatamente la noticia. Por primera vez, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, quien ostentaba el récord de permanencia en el número uno del ranking mundial con cuatro años consecutivos (con una breve irrupción del magnate francés del lujo Bernard Arnault), cayó al segundo puesto con un patrimonio neto acumulado de 185.000 millones de dólares.
Sin embargo, en un giro de los acontecimientos, las acciones de su compañía de vehículos eléctricos Tesla cayeron un 8%, recortando su patrimonio personal unos 14.000 millones en una sola noche. Al igual que el propio Elon Musk, su fortuna no podía hundirse por mucho tiempo. Pocos días después, gracias a un rápido rebote de las acciones de Tesla, Musk arrebató de nuevo el primer puesto a Bezos con una impresionante recuperación de 7.800 millones de dólares, que situaba su patrimonio neto en 183.800 millones de dólares frente a los 182.400 millones del fundador de Amazon.
Al cierre de esta edición, el movimiento yo-yo continuaba. La volatilidad de las acciones de Tesla devolvió a Bezos al liderazgo de la lista de los más ricos con una diferencia de tan sólo 200 millones sobre Musk. Y el juego continuará durante gran parte del año. En un movimiento sorpresa, el magnate francés del lujo Bernard Arnault, que hasta finales de mayo se situaba en el tercer puesto con una diferencia aparentemente insalvable de 30.000 millones, se colocó a la cabeza de la lista gracias al despetar poscovid de su clientela de Estados Unidos y China que ha impulsado los ingresos de LVMH hasta una cifra récord: 16.700 millones de dólares en el primer trimestre de 2021.
El ascenso vertiginoso de Musk es todo un logro si se tiene en cuenta que, en 2014, se situaba en el puesto 47 de la lista FORBES de los estadounidenses más ricos, con un patrimonio personal que sobrevolaba los 9.400 millones de dólares, en su valor actual ajustado con la inflación.
En buena medida la escalada meteórica de Musk comenzó con SpaceX, su emblema para la fabricación de naves aeroespaciales, que nació en 2002 con el objetivo de hacer más asequibles los viajes al espacio y cumplir con el mandato de su a menudo parodiado fundador de catalizar la colonización de Marte por parte de la humanidad.
«Me gustaría ir a Marte, aunque depende de la edad que tenga al llegar allí… Pero no se trata de que yo vaya a Marte. Estamos desarrollando nuevas tecnologías para permitir que vaya un gran número de personas y puedan desarrollar una ciudad autosuficiente en Marte«, dijo a FORBES en 2014.
Las ambiciones interplanetarias de Musk a menudo eclipsan la historia sobre sus orígenes, que tienen sus raíces en un suburbio muy pegado a la tierra en Pretoria, al norte de Johanesburgo, Sudáfrica. Nacido en 1971, de madre canadiense y padre sudafricano, desde el principio quedó claro que Musk era único.
“Siempre sorprendía con sus ocurrencias. Cuando era muy pequeño, a los tres o cuatro años, me preguntaba: ‘¿Dónde está el mundo entero?’. Este tipo de interrogantes me hicieron darme cuenta de que era un poco diferente”, recordaba su padre, Errol Musk, en una entrevista de 2012 con Forbes África.
El joven Musk era tan excéntrico como buen estudiante. “Lo llamábamos La Enciclopedia porque había leído la Enciclopedia Británica y la Enciclopedia de Collier y recordaba todo. También lo llamábamos genius boy (“niño prodigio”). Podías preguntarle cualquier cosa. Recuerda que esto fue antes de Internet; supongo que ahora lo llamaríamos directamente Internet”, cuenta su madre, Maye Musk, en su autobiografía de 2019, A Woman Makes a Plan.
En sus años en el Pretoria Boys High School (PBHS), considerado uno de los más prestigiosos en Sudáfrica, Musk era un adolescente retraído que encontraba compañía en los ordenadores. Aprendió a programar con un antiguo manual y, en 1984, llegó a vender por unos 500 dólares a una revista de computación un videojuego de temática espacial que había desarrollado, llamado Blastar; seguramente el primero de sus proyectos tecnológicos.
“Recuerdo a Elon bastante reservado y callado”, contaba en 2012 a Forbes África Gavin Ehlers, delegado de curso de PBHS en 1988, el año en que Musk se graduó. “Creo que formó parte del club de informática en el colegio, pero más allá de eso no se dejaba ver mucho en las actividades comunes”.
Con todo, a pesar de su notable talento y su situación acomodada, la infancia de Musk está plagada de desafíos. Como el niño más pequeño, bajito e inteligente de su clase, era un blanco fácil para los acosadores, que lo atormentaron hasta los 15 años. “Di el estirón tarde. Así que durante años y años fui el más pequeño y el más bajito de la clase… Las pandillas del colegio hacían cacería conmigo, literalmente me cazaban”, dijo Musk a la revista Rolling Stone en 2017.
En casa, las cosas no fueron más fáciles. Sus padres se divorciaron en 1980. Esos primeros años tumultuosos contribuyeron en gran parte a dar forma al hombre en el que Musk se convirtió después. Incluso de joven se mantuvo firme a sus principios. En aquellos tiempos, en la Sudáfrica del apartheid, el servicio militar de dos años era obligatorio para todos los hombres blancos que habían completado su educación secundaria o terciaria.
En su objeción de conciencia, Musk dijo que no comulgaba con lo que el Estado estaba haciendo con sus ciudadanos. “No tengo problemas con el servicio militar per se, pero servir en el ejército sudafricano que reprimía a las personas negras simplemente no me parecía una buena manera de pasar el tiempo”, explicaba en el libro Rocketeers (Michael Belfiore, 2007).
A los 17 años, Musk se mudó a Canadá donde comenzó la universidad en 1989. Después de varios traslados, se graduó en la Universidad de Pensilvania, parte de la prominente Ivy League de Estados Unidos, con una doble titulación en Físicas y Economía, lo que lo encaminó decididamente hacia el emprendimiento tecnológico. Como todos los grandes, abandonó su programa de doctorado en Standford y fundó en 1995 su primera compañía, Zip2, con su hermano pequeño, Kimbal, quien ha sido su socio a lo largo de toda su carrera como emprendedor.
“Cuando mi hermano y yo montamos nuestra primera empresa, en lugar de alquilar un apartamento nos hicimos con una pequeña oficina en la que dormíamos en un sofá. Estábamos sin blanca, tanto que sólo teníamos un ordenador, de modo que la web funcionaba durante el día y por la noche yo programaba. Siete días a la semana… todo el tiempo. Tuve brevemente una novia durante ese tiempo y para estar conmigo tenía que dormir en la oficina”, dijo con una sonrisa en un discurso de graduación en 2014 en la Universidad del Sur de California (USC).
El trabajo duro es la piedra angular en el espíritu empresarial de Musk. Cuando alguien le pregunta sobre su éxito, siempre repite el mismo lema: superar a la competencia en la medida de lo posible para conseguir esa ventaja tan importante. “Si los otros trabajan 50 horas y tú, 100, a lo largo del año sacarás el doble de trabajo que los de la otra compañía”, continuaba en la USC. A él le ha rentado: en agosto de 2020, entró en el exclusivo club de los cienmilmillonarios, al que sólo pertenecen cinco hombres en el mundo, entre ellos el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y el veterano titán tecnológico Bill Gates.
El viaje a la cima, no obstante, no ha sido fácil. En 2018, Tesla se encontraba en una situación desesperada: la compañía tenía problemas para construir un producto viable y suponía una sangría económica diaria. Musk había agotado ya la fortuna que había conseguido levantar con sus negocios anteriores, en parte con la venta de su participación de 165 millones de dólares en PayPal, la pionera de los pagos online, tras su salida como CEO. Dirigir la compañía en aquellos momentos fue un peaje caro.
En una entrevista muy personal en The New York Times, Musk revelaba que había perdido el sueño y que había pasado su cumpleaños trabajando en la fábrica, donde empleaba también gran parte de sus días y noches. El trabajo lo absorbió hasta el punto de casi perderse la boda de su hermano Kimbal, en la que era el padrino. Desaliñado, Musk admitió que, aunque lamentaba los estragos que causó en su vida, no se arrepentía de su firme determinación para sacar a Tesla del borde del colapso. “Desde el punto de vista operativo, para Tesla ya ha pasado lo peor. Pero desde el punto de vista del dolor personal… lo peor está aún por llegar”, dijo a The New York Times.
Musk no puede ocultar su pasión en todo lo que hace. Tras dejar PayPal y vender su participación, usó gran parte de los 165 millones de la venta para fundar las empresas con las ha forjado su nombre: SpaceX y Tesla. Cualquier emprendedor experimentado lo habría considerado un movimiento arriesgado, pero Musk no estaba dispuesto a ceder en sus ambiciones, al contrario, estaba decidido a hacerlas realidad.
“Creo que hubo una semana en la que literalmente trabajé 120 horas en la fábrica. Ni siquiera salí a la calle”, contó Musk en 2018 al programa de televisión 60 Minutes. Su intensa ética de trabajo no sólo ha servido para transformar Tesla, sino que ha inspirado a otros jóvenes emprendedores a levantar la industria del vehículo eléctrico y hacerse ricos en el proceso. Entre ellos, William Li, fundador en 2014 de la fabricante de coches eléctricos Nio, quien en 2020 multiplicó por 12 su fortuna gracias a sus participaciones en la compañía, que cotiza en Estados Unidos. De hecho, ahora se encuentra entre las 500 personas más ricas del mundo según el índice de milmillonarios de Bloomberg. O el emprendedor chino He Xiaopeng, presidente de XPeng Motors. Él también ha visto dispararse su fortuna un 600%. En conjunto, las pocas fortunas de la industria del vehículo eléctrico, que monitoriza este índice, han aumentado unos 140.000 millones de dólares, incluyendo la subida de 111.000 millones de Musk.
Al margen de su estatus en los rankings de multimillonarios, que han alimentado su popularidad, Musk mantiene un pequeño pero leal nicho de seguidores, todos concentrados en su cuenta de Twitter, su medio favorito de comunicación. Los muskianos, como se los conoce, lo ven como un superhéroe de la era moderna, a la vez emprendedor tecnológico concienzudo y semidios. Aunque esto no impidió que sus declaraciones sobre el impacto que las medidas de la administración Trump contra el covid-19 habían tenido en su negocio provocaran una reacción en contra a la que se sumaron incluso algunos de sus fieles seguidores. Todo está olvidado ahora que el empresario sudafricano reina en el Olimpo de los hombres más ricos del mundo.
Mientras su riqueza puede servir de tema comodín para una conversación en cualquier parte del mundo, resulta difícil ignorar el legado de Musk en el terreno empresarial. El viaje de aquel tímido y apasionado joven emprendedor al influyente magnate industrial que es hoy ha sido propulsado no sólo por su fe en el trabajo, sino también por esa habilidad para que sus sueños lo lleven hasta las estrellas y más allá.
Para las generaciones futuras, Musk se habrá ganado su lugar en la historia no sólo por concebir ideas con un potencial estratosférico, sino por perseguirlas de forma activa, hasta Marte si es necesario.
Este reportaje se publicó inicialmente en Forbes África.