De entre todas las prendas de mi armario, hay una a la que tengo especial cariño: una parka verde comprada hace una década y que está llena de agujeros por todos los bolsillos. Desde el exterior sigue teniendo un buen aspecto, o eso creo yo, pero por dentro está hecha una chapuza. De vez en cuando, me da alguna alegría cuando encuentro monedas o billetes antiguos en sus entrañas. No sé cómo sobrevive, pero sigue ahí, dotándome de una confianza especial cada vez que me la pongo. Algunas prendas tienen eso, que son capaces de darnos un punto extra cuando nos las enfundamos. Me compré este abrigo en un H&M de Berlín porque en cuanto la vi pensé en Liam Gallagher y me dije: sí, muchacho, esta prenda va a potenciar tu carácter. Hoy todavía simulo mascar chicle cuando me la pongo. Me miro al espejo, empiezan a sonar unos acordes y yo, sencillamente, digo que Today is gonna be the day…
Mira que hay debates absurdos. Que si la pera o la manzana, que si Terminator 2 o Terminator 1, que si The Office inglesa o americana, que si Telepizza con masa fina o tradicional… (Huelga decir que la opción 1, en todos los casos). Pero, de entre todos los debates, no hay uno tan disparatado e innecesario como el que compara a Oasis con Blur. Respeto máximo a la banda de Damon Albarn, pero Oasis juega a otra cosa. Es la diferencia entre una imagen y un icono, entre la canción y el himno, entre el cantante y el frontman; pero, especialmente, es la diferencia entre ser un virtuoso o que te salga natural. A mí me mueven los segundos, aunque estén agujereados.
25 años de (What’s the story) Morning Glory
Hoy, en un mes en el que se cumplen 25 años del lanzamiento de (What’s the story) Morning Glory?, pienso en los hermanos más famosos de Manchester, especialmente en Liam Gallagher, el más carismático de ambos, y en lo bonito que es el talento cuando es innato, pero, sobre todo, cuando es genuino. Decía el soberbio (en todos los aspectos) vocalista de Oasis que, si hubiera recibido clases de canto, terminaría cantando como cualquier otro. Cada vez que escucho los acordes de Wonderwall y su ronca voz rompiendo esa melodía casi pop celebro que no acudiese a ninguna academia, porque es lo inesperado y casi erróneo de su forma de cantar lo que hechiza, lo que le hace único.
El bendito error de que exista Liam Gallagher, una especie en extinción, nos recuerda por qué la mayoría de las veces nos gusta más lo feo con encanto que lo innegablemente bello, nos genera una intriga muchísimo mayor. Liam Gallagher podría haber sido tu compañero de clase de universidad, un tipo cualquiera algo desaliñado, con cejas tosarianas y que se emborrachaba los jueves. Liam Gallagher es y sigue siendo cualquiera de tu barrio, algo impresentable, por qué no decirlo, pero con un talento innato descomunal. Y cuando se sube al escenario ves que, efectivamente, habitualmente la magia, la fluidez, el ‘mojo’ y la autenticidad no se aprenden. Y que su magnetismo es siempre muchísimo mayor.
Me pongo mi parka verde para ver si me inspira a que las cosas me salgan así de fáciles, así de naturales, como si no costasen, como cuando Guti daba un taconazo. Me pongo mi parka verde para ver lo sencillo que resulta para un tipo con patillas picudas, los brazos atrás y las manos sujetando una pandereta generar comunión, trasladarnos a un ambiente de pub e invitarnos a que explotemos aquello en lo que de verdad somos buenos, aunque sea distinto a lo que se espera o a lo habitual. Hoy escribo este texto para celebrar que hace 25 años alguien consiguió que yo todavía siga viendo cualidades mágicas en una parka verde.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.
Kerman Romeo, Marketing y Comunicación.