Nacido en Buenos Aires (1949) en el seno de una familia emigrante de origen judío askenazí, Ekaizer comenzó su andadura profesional en Argentina, primero en televisión y más tarde en prensa. A finales de 1977 se traslada a España, trabajando en numerosos medios como Cambio 16 y La Vanguardia, diario del que fue redactor jefe en su delegación de Madrid. Después ha trabajado como director en Cinco Días, adjunto a la dirección del diario El País o como editor ejecutivo del diario Público. El año 2013 regresa a El País donde continúa trabajando como colaborador. Ekaizer es un periodista de investigación de los que quedan pocos, y por indagar en asuntos turbios ha sido amenazado en alguna ocasión. “No es que haya temido por mi vida, pero sí que me amenazaron personajes como Javier de la Rosa, quien llego a decir, con notario presente, que Mario Conde tramaba una operación para eliminarme”. En el 2000 le otorgaran el Premio Ortega y Gasset por sus trabajos sobre el caso Pinochet. Además, es autor de 11 libros. Ahora trabaja en un nuevo libro que va sobre el juicio de la Audiencia Nacional contra el mayor de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero. “Pienso que es el caso Dreyfus del siglo XXI en España”.
Ante el impacto económico y social causado por la pandemia, el Gobierno ha aprobado medidas económicas para proteger a familias, trabajadores, autónomos, empresas… ¿Cree que es suficiente este plan de choque para hacer frente a la crisis que nos viene?
Vamos a ver, lo primero es ver qué es esta crisis… Se habla de recesión, de la recesión del 2007-2008, pero el problema es que esto no tiene parangón con nada que conocemos en nuestra generación. No es una recesión clásica ni un bache en el ciclo económico. El mercado de trabajo, la yugular del funcionamiento del sistema capitalista de producción, se ha tenido que paralizar. Las industrias, los empleados, los trabajadores, tanto por cuenta propia como por cuenta ajena, no pueden ir a trabajar porque sus vidas corren peligro. Esto no había pasado nunca. En el caso de las guerras, a las que se echa mano en los discursos, no ocurre así. La economía se moviliza en las guerras y se plantea una redirección de la misma, pero la situación actual es todo lo contrario: la economía está desmovilizada. Cuando tienes una situación así, todo el sistema se altera. El Estado puede cumplir el papel de “comprador en última instancia”, por así decirlo, el que cubra durante cierto tiempo lo que las empresas y trabajadores van a perder. En ese sentido, las medidas que se han adoptado en España son parecidas a las de otros países: tienden a garantizar que la gente no pierda ingresos y que las empresas, a su vez, que dejan de vender porque la gente no compra, puedan subsistir. Son medidas necesarias y útiles, pero el problema es que estamos ante una crisis que va a ser más prolongada de lo que se cree, con segunda ronda del virus, incluso después de ser controlado.
El FMI prevé que el PIB de España caiga un 8% en 2020, el paro llegue al 20,8% y que el déficit se alcance el 9,5%. Si se confirman estas presunciones, ¿sería terrible para la economía española?
Le doy poca credibilidad a estas cifras. Porque todavía no sabemos cuál va a ser la duración del virus ni la amplitud de la propagación, por ejemplo, a los países emergentes. No sabemos cuándo se va a descubrir una vacuna, ni cuándo se van a levantar definitivamente las normas de confinamiento y distanciamiento social… Y si no sabes eso, es muy difícil hacer previsiones. Lo cierto es que la economía española y la mundial perderán varios meses de producción. Cuando un país se paraliza desde el punto de vista productivo, la economía se viene abajo. Lo acabamos de ver en China. Nuestras cifras de la Seguridad Social en abril no parecían tan malas como las de marzo. Si en algún momento del mes de mayo se pone en marcha el Ingreso Mínimo Vital (IMV), que es una renta que se le va a dar a un millón de hogares en pobreza extrema (tres millones de personas), se podría desatascar lo que los anglosajones llaman pent-up demand, demanda acumulada; en otros términos, la gente reanudaría el gasto, y ello relanzaría la demanda agregada, y el consumo dentro de ella. Si se ayuda a sacar esa demanda acumulada, cuando la gente empiece a salir y a acudir al trabajo, aunque sea parcialmente, se habrá detenido la caída de la economía en un punto. Para eso sirve el acuerdo del IMV. Y, pese a que ha habido diferencias en el Gobierno, finalmente se ha resuelto con un pacto entre Iglesias y Sánchez.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, defiende que la UE necesita “de inmediato” un Plan Marshall para superar la crisis del Covid-19. Con las habituales discrepancias que hay entre los países del norte y del sur, ¿cree que se puede llevar a cabo?
Esto es muy difícil. Ya se ve que el coronabono “no pasará”. Si vemos lo que ha pasado hasta ahora, una buena parte de la crisis y propagación del coronavirus en Europa tiene que ver con la incapacidad de los ministros de Sanidad para desarrollar una acción conjunta. Entre febrero y marzo la descoordinación era clamorosa… Teníamos nuestra propia Wuhan en Europa, en Italia, y ello no se tuvo en cuenta. Hubo descoordinación, pasividad e inacción, fundamentalmente entre el 13 de febrero y el 6 de marzo. Y es en estos 22 días cuando el virus gana la batalla de la propagación. ¿Por qué? Porque en este periodo no se hace nada sustantivo. Y cuando los ministros se reúnen el 6 de marzo, prácticamente no llegan a ninguna conclusión fundamental para la acción coordinada de los países, es más, cada uno hace lo que le parece bien. Por ejemplo, los partidos de fútbol, los conciertos de música o las manifestaciones de más de 10.000 personas se suspenden en algunos países y en otros no. Por lo tanto, lo que ha habido es una desorganización completa de la acción sanitaria, y si a eso le sumamos el hecho de que en los últimos diez años los sistemas sanitarios han sido recortados en casi todos los países, en unos más que en otros, lo que tienes es una situación en la que la sanidad europea asiste inerme al virus. Y en materia financiera y económica, si se compara con lo que está haciendo en EE UU, observas una diferencia abismal: el programa de dos billones de dólares aprobado por el Gobierno norteamericano equivale al 9% del PIB de EE UU, mientras lo que hasta ahora hemos aprobado en Europa equivale al 1% del PIB europeo. Esto da idea de que Europa está arrastrando los pies y corre el riesgo, como ha dicho el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, de que, ante un agravamiento de las diferencias económicas (como ya pasó en el 2008, pero ahora a una escala gigantesca), se haga muy difícil que el sistema del euro y la UE, tal como la conocemos, puedan subsistir.
¿Esta conducta pone en peligro a la UE?
Me parece evidente. Cuando países como Alemania y Holanda, en particular, se convierten en el látigo de los países del sur como Italia y España, pero también Francia, lo que hacen es explotar la posición relativa favorable que detentan los países del norte de Europa. Y eso qué implica, el superávit en sus cuentas corrientes. Pero cuando unos países exhiben superávit en sus cuentas corrientes, ello implica que otros luzcan déficit, entre ellos España. Esta situación es muy peligrosa. Alemania manda, y sus portavoces son Holanda, Austria y otros países del norte de Europa. Y son temerarios: están poniendo en peligro la existencia misma de la UE a una escala como no hemos visto nunca.