Hace unos meses tuve la suerte de coincidir en una comida con una persona a la que yo considero un gran conocedor del mundo tecnológico. Muchos años trabajando en él, combinado con una fuerte curiosidad y una tremenda capacidad para formarse a través de la lectura le convierten en una persona con unas opiniones muy interesantes a la vez que, normalmente, muy certeras. El caso es que hablando sobre el desarrollo de la inteligencia artificial él defendía que la fase de euforia y avance que estábamos viviendo tocaría pronto a su fin, al no lograr implementaciones efectivas de las aplicaciones, para a continuación entrar en otro período de menos euforia e inversión.
Los fines de semana tengo la oportunidad de compartir vestuario con chicos jóvenes aficionados al mismo deporte que yo practico. Últimamente son cada vez más frecuentes las conversaciones sobre ChatGPT, o cómo lo han utilizado para hacer un trabajo de historia o una poesía en gallego. Con alegría y naturalidad han encontrado una herramienta que les reduce significativamente el tiempo de trabajo para atender a sus deberes escolares, a la vez que generalmente les incrementa la valoración que obtienen.
A todos nos ha pillado un poco desprevenidos la brusca irrupción de ChatGPT. Es probable que comenzase a haber cierto consenso hacia una desaceleración de las inversiones en inteligencia artificial, cuando el escenario ha cambiado bruscamente: Samsung previene a Google de que podría dejar de usar su buscador, las grandes comienzan a anunciar de nuevo grandísimas inversiones en desarrollar IAs propias, y muchas voces autorizadas firman un manifiesto para poner en “stand-by” durante un período el desarrollo de la Inteligencia Artificial hasta que podamos evaluar con detenimiento la implicación que puede tener en nuestras vidas.
En el mismo vestuario de mi club, los chavales van descubriendo los mismos temas que los mayores nos cuestionamos sobre ChatGPT, pero sin firmar manifiestos sino asumiéndolo de forma natural. El otro día uno comentaba cómo le había pedido a la IA una canción de un artista determinado y que hablase sobre un tema concreto. La IA respondió con una letra que encajaba a la perfección con lo pedido. El chico la compartió con su grupo de trabajo y cuando decidieron escucharla en Spotify… descubrieron que la canción no existía y que la habría creado el propio ChatGPT. Eso sí, con las características propias de la creación del artista. Me dijeron que a partir de ahora lo chequearían todo con la Wikipedia…
Las incógnitas son muy grandes: cómo distinguir la verdad de la generación propia de la IA, cómo remunerar el contenido utilizado para el entrenamiento de la máquina, cómo “dirigir” su desarrollo y mantenerlo bajo control, cuáles son los principios éticos y morales que deben regir su funcionamiento y sus decisiones, cómo evitamos que se usen para “hacer el mal” (y quién define qué es el mal…). Todas estas cuestiones acompañadas por la aparente ventaja monopolística de ChatGPT sobre los demás, ha levantado señales de alarma. Por otra parte, el Sr. Bill Gates, fundador de Microsoft, propietario de la empresa que desarrolla ChatGPT obvia esos temores y se muestra entusiasmado con el potencial que muestra su criatura.
Yo estoy con Bill, permítanme la familiaridad. Considero que ChatGPT es esa implementación efectiva de la IA que estábamos esperando y que evitará un período de letargo. También considero, como ya he dicho en otras columnas, que el potencial de la Inteligencia Artificial a largo plazo para lograr soluciones a temas que aún no hemos podido resolver es enorme: cura para determinadas enfermedades, el cambio climático, asignación más eficiente de los recursos limitados, etc. Frenar o ralentizar su desarrollo, ya sea por un período de letargo y baja inversión o por una decisión consciente de los dirigentes, ralentiza nuestro desarrollo.
Todos los grandes inventos en la humanidad han traído como consecuencia grandes cambios. En muchas ocasiones, en el corto plazo, los cambios generaron trastornos y desequilibrios que no fueron positivos de forma inmediata. En ocasiones, también, provocaron cambios que a largo plazo requieren solución (véase el uso de combustibles fósiles para generar energía y su efecto contaminante además de destructor del medio ambiente). Pero aparentemente y gracias a estos inventos la sociedad se ha ido desarrollando y mejorando las condiciones de vida de los seres vivos del planeta.
Grandes excepciones, como el desarrollo de armas nucleares, han intentado controlarse por consenso y el resultado es descorazonador. Creo que intentar poner un freno artificial al desarrollo de la IA acarreará más problemas que ventajas, generando desigualdad.
Hoy la humanidad debe ser consciente del reto al que se enfrenta y actuar en consecuencia: ¿es posible aprovechar los beneficios que aportará la Inteligencia Artificial minimizando sus impactos negativos? Ésta es la gran pregunta y en la que los firmantes de los manifiestos y los principales gobiernos deberían, en mi opinión, trabajar de forma coordinada. Debemos asumir que la Inteligencia Artificial ha llegado para quedarse, y que con su aportación el ser humano vencerá nuevos obstáculos. Curar enfermedades incurables, mejorar la distribución de la riqueza, disminuir la contaminación en el planeta o revertir el cambio climático son grandes retos, que solos, probablemente, no podremos resolver. Con la IA, probablemente, sí.