He tenido la fortuna de trabajar durante cinco años en una empresa cuyo propietario era un fondo de capital privado. Mi experiencia con ellos ha sido, probablemente, la más gratificante y enriquecedora desde el punto de vista profesional. Son varias las razones de ello, y las intentaré desgranar a lo largo de la columna.
No les quiero ocultar el motivo de esta columna, que no es otro que mi indignación mientras escucho cómo un representante político habla con desprecio de los fondos especuladores que compran vivienda. Para salir de dudas acudo al diccionario. Especular significa efectuar operaciones comerciales o financieras con la esperanza de obtener beneficios aprovechando las variaciones de los precios.
En general, creo que el ser humano, en la medida de sus posibilidades, intenta siempre obtener beneficios en aquellas situaciones que domina. Un futbolista aprovecha sus cualidades diferenciales y el deseo del público por verle jugar, para negociar un buen salario. Un fontanero nos cobra por realizar una reparación que la mayoría de los mortales somos incapaces de efectuar. Entonces, si alguien es capaz de anticipar un comportamiento de los precios y beneficiarse de ello, olé por él, ¿no?
En estos momentos en que los precios están disparados por diversas razones (y nos decían que la inflación sería pasajera…) siempre está bien buscar muchos y diversos culpables de que los precios suban. Los llamados “fondos especuladores” que invierten en vivienda serían unos de ellos. Al no personalizar el insulto en un individuo concreto resulta más cómodo trasladarlos hacia el imaginario social -votantes, al fin y al cabo- como si de seres malignos que solo buscan el mal de la humanidad se tratara.
Pero es curioso pensar que si hablamos simplemente de fondos inmobiliarios (ahorrándonos el calificativo peyorativo, aunque no debiera serlo, especulador) resulta que probablemente un porcentaje alto de españoles inviertan en ese tipo de activos. Y si no directamente, a través de planes de pensiones privados que algunos Gobiernos vieron como posible salvavidas ante una crisis –insalvable– del sistema público de pensiones. No olviden que, hasta hace bien poco, el Gobierno incentivaba fiscalmente la inversión en este tipo de planes.
Igualmente, también resulta sorprendente pensar que, probablemente, habrá unos cuantos de esos fondos especuladores que invierten en vivienda que… ¿se imaginan lo que voy a decir? ¡Que pierden dinero! Especulan, se equivocan, y acaban perdiendo lo invertido. Porque sino, si solo se pudiera ganar, quizás estaríamos todos en el negocio. Menudo chollo eso de la especulación que solo se puede ganar. Incluso me atrevo a sugerir a los gestores del dinero público, ese que no es de nadie, que si les sobran unos eurillos los inviertan en especulación para asegurar el futuro de las pensiones (nota: tómese esta sugerencia como pura ironía). Esto es un tema que también pasa con los empresarios, que muchas veces se les traslada a la opinión trabajadora como unos seres riquísimos que siempre ganan y se aprovechan de los trabajadores, pero esto queda para otra columna. Misma idea, al fin y al cabo, alguien tiene que llevarse la culpa.
A los fondos se les llama también en ocasiones fondos buitres. Aquí mi análisis no tiene tanta profundidad, puesto que existe una acepción en la RAE que califica buitre a la persona que se ceba en la desgracia de otro, pero aplicarla a estos fondos, sinceramente, me parece una necedad y un total desconocimiento de su funcionamiento. De hecho, yo tildaría ese calificativo como “populista”.
Pero como decía al principio, quería explicarles las razones de valorar tan positivamente la etapa en la que trabajé para un fondo buitre: en esos fondos trabajan profesionales de primer nivel, muy trabajadores y con un talante constructivo. La forma de trabajo es terriblemente racional: se discuten las ideas, se valoran pros y contras, y no hay mucho más criterio de decisión que la creación de valor: aquella idea que crea más valor se ejecuta, las que son subóptimas se desechan. A pesar de que reina el buen ambiente, no hay política. Es decir, a la gente se la valora por sus acciones y su comportamiento, no por sus amistades (o por cuanto hagan la pelota al de arriba). En general, es un sistema justo y eficiente.
Personalmente, fui feliz en esa etapa (a pesar de muchos sinsabores y decisiones dolorosas que debimos afrontar). Me duele cada vez que se refieren a los fondos como especuladores o buitres, porque cubren una función en la que otros no se meten (normalmente porque no se atreven, ya saben ustedes eso del binomio rentabilidad riesgo: si la rentabilidad esperada es alta es porque el riesgo que se asume también lo es). Me cuesta pensar cómo funcionaría nuestro sistema capitalista sin ellos: ¿quién cubriría su función? ¿Una empresa con problemas directamente cerraría? Piénsenlo bien, porque a lo mejor nos conviene tratarlos con cierto respeto… e incluso un poco de admiración.