Opinión Enrique Tellado

Año 30 (2054 de la antigua era)

Cuando parecía que la humanidad comenzaba a cobrar consciencia de que algo había que cambiar si queríamos subsistir, las catástrofes imprevistas y los errores humanos concatenados nos han conducido por un camino inesperado.

Es curioso cómo ha evolucionado todo. Con la perspectiva que me dan mis 80 años recién cumplidos no sé valorar si este mundo es mejor o peor que el anterior. Lo que sí está claro es que es diferente. Y hemos llegado hasta aquí sin quererlo, sin programarlo, casi sin pensarlo, pero sin duda, sin haberlo decidido. Cuando parecía que la humanidad comenzaba a cobrar consciencia de que algo había que cambiar si queríamos subsistir, las catástrofes imprevistas y los errores humanos concatenados nos han conducido por un camino inesperado.

Le llamamos a este período la Era Computacional. Son los superordenadores los que nos permitieron sobrevivir, y ahora son ellos los que marcan el camino. Las principales reglas que permiten mantener el orden son fijadas por ellos. Son reglas claras que permiten una sociedad que convive en libertad y respeto. Dentro de ellas, claro, sin rebasarlas.

Las reglas no se pueden infringir. Esta es quizás la característica más llamativa de esta sociedad y la que marca la nueva era. Que no se puedan infringir es algo literal: cuando alguien va a saltarse una regla, fallece. Inmediatamente. No se detiene su voluntad ni se altera su comportamiento. Las computadoras no intervienen sobre la voluntad de las personas. Pero las eliminan si van a incumplir una norma. Simplemente, su corazón deja de latir. No existe policía, ni ejército, ni cárceles, ni jueces, ni ningún tipo de controles más allá de los que fijan las supercomputadoras, y el único mandamiento es que hay que cumplir las normas.

La libertad es muy amplia, dentro de esos límites. Existe una convivencia sin desigualdades de ningún tipo por razones de sexo, creencias u origen. Hay un absoluto respeto por el prójimo, y también infinidad de posibilidades para desarrollarse como persona. Las supercomputadoras han hecho un buen trabajo en este sentido, quizás han plasmado en reglas el funcionamiento social al que todos decíamos aspirar en la era anterior.

Es una sociedad, de alguna forma, computacionalmente democrática y universal. Si bien el poder legislativo está en manos de las supercomputadoras, existe una especie de poder ejecutivo en manos humanas. Cada cierto tiempo un algoritmo definido por las supercomputadoras selecciona los candidatos de dos partidos antagónicos que deben definir su programa social. Luego son votados y deben ejecutarlo. Su mandato no es por un período establecido a priori, sino que viene también definido por un algoritmo, que evalúa la bonanza del programa social definido y la calidad en su ejecución. Durará lo que estime la computadora que debe durar para hacer una sociedad mejor. De esta forma el sistema democrático tradicional se enriquece con los controles agnósticos de las supercomputadoras.

Existe producción y riqueza abundante para cubrir las necesidades del planeta. En verdad esto ya existía en la era anterior, si bien su reparto era desigual y o bien no encontrábamos un sistema para repartirlo mejor o bien no interesaba encontrarlo. Hoy por hoy la gestión de la producción y su reparto está en manos de las supercomputadoras. De esta forma se evita la sobreexplotación de los recursos y el consumo excesivo. Se mantiene un equilibrio que nos hará perdurar. La gente lo asume, lo comprende, y, efectivamente, no merece la pena intentar cambiar este sistema.

Curiosamente a esta sociedad de progreso ilimitado, con un esplendor aún por conocerse, hemos llegado de forma inconsciente. Tras la época de esplendor del cambio de siglo se pasó a una época de crisis económica, catástrofes naturales, pandemias y guerra. Un conflicto que empezó entre una venida a menos Rusia y una pobre Ucrania fue “escalando” hasta convertirse en conflicto mundial. Quizás ambos contendientes buscaban esa mundialización. Y la mediocridad de los dirigentes mundiales hizo el resto.

Prácticamente se consumió todo el stock de arsenal nuclear existente. La destrucción fue severa. La población quedó diezmada. El terreno no contaminado se redujo a la mitad. Y la capacidad productiva era irrisoria. Tan solo una red de supercomputadoras ubicadas en búnkeres remotos mantuvo cierta actividad de forma autónoma.

Los primeros años tras el 24, año del llamado Human Bang, caracterizado por el holocausto nuclear, fueron de una terrible miseria entre la población superviviente, mayoritariamente en el llamado Tercer Mundo en la era anterior. Pero los científicos supervivientes decidieron dar mayor autonomía a las máquinas para superar la situación y solventar los problemas de miseria y producción. Poco a poco, la autonomía fue creciendo, y el objetivo fijado a las supercomputadoras de hacer sobrevivir a la humanidad, derivó en una delimitación de nuevas reglas que constituyen la era actual.

Y quizás haya sido la solución perfecta: que no seamos los humanos los que fijemos las reglas de juego. A punto estábamos de destruir el Planeta, y a punto hemos estado de extinguir la Humanidad. Nos creíamos superiores y libres, y lo llevamos hasta un punto extremo. No sé si hoy la sociedad es mejor o peor. Y tampoco podría escribirlo, porque no se puede criticar a las supercomputadoras. Sean felices.

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