No se sabe mucho acerca del origen del fundador de la Dinastía Guinness, Sir Arthur Guinness. Ni siquiera su fecha de nacimiento exacta, que se data entre 1724 y 1725. Lo que sí que se sabe es que el joven Arthur, irlandés protestante y plebeyo en una sociedad donde la nobleza lo dominaba todo, trabajó al servicio de un vicario como contable, lo que le dio la oportunidad de saber leer, escribir y cuadrar cuentas, algo poro común por entonces para quienes no fueran miembros de la nobleza. El vicario fue luego ascendido a arzobispo, lo que hizo que su paga subiera y empezara a hacer planes con sus propios ahorros.
Arthur compró su primera fábrica de cerveza en 1755, cuando tenía 30 años. Pero no fue hasta 1759 cuando compró la famosa fábrica de St. James Gate, en Dublín. Durante ese tiempo, su fábrica comenzó a producir un tipo de cerveza conocida como “porter”, enormemente popular entre las gentes del mar y, por extensión, al resto de irlandeses.
Resumiendo mucho, se puede decir que su cerveza se hizo tan popular que su negocio no sólo no se resintió con la rebelión y la guerra contra los ingleses (con la que él no estaba de acuerdo), sino que además floreció más todavía y le dio la oportunidad de entrar en el sector inmobiliario. Su fortuna le valió el título de “Sir” y la oportunidad de entrar en política, donde defendió impuestos favorables a las fábricas de cerveza irlandesas y los derechos políticos de los católicos irlandeses.
A la vez su hermano Samuel se dedicaba a fabricar pan de oro, lo que también le valió para hacerse su propia fortuna, entrando luego sus hijos en el sector bancario y siendo uno de sus nietos el fundador del banco Guinness Mahon, que aún continua activo en el sector de banca privada.
Arthur murió en 1873, dejando un patrimonio de 23.000 libras de entonces a su familia, además de la fábrica de cerveza y sus numerosas propiedades.
Las fiestas y la maldición
El negocio de la cerveza, las inversiones y la tradición familiar de mesura y austeridad que ejerció Arthur hicieron que la familia siguiera prosperando, además de haber entrado ya dentro de la nobleza británica. Algunos se dedicaron al clero y otros a la política, con el escaño de la circunscripción de Southend, en Sussex, pasando por cuatro Guinness consecutivos. El aumento de los miembros de la familia y su política de no casarse sólo con miembros de la alta sociedad les fueron ampliando más y más.
Para 1930 eran tantos Guinness, que la gente los distinguía entre “los viejos” (banqueros, ministros, militares y los que seguían gestionando la fábrica de cerveza) y “los nuevos”, que llevaban una vida más relajada, daban quebraderos de cabeza a sus mayores y se hacían famosos por dar fiestas en las que se jugaba a la búsqueda del tesoro o a bañarse a medianoche saltando de un yate. Comenzaron a comentarse ya en voz alta por entonces los rumores de alcoholismo (en una familia tradicionalmente de abstemios) y de enfermedades mentales, chismes que ya venían desde que la familia consiguió su fortuna.
Pero en 1930, Walter Edward Guinness o Lord Moyne, fue asesinado en El Cairo a manos de independentistas judíos. En 1932, el hijo de Lord Moyne, Bryan Guinness vio como su esposa, Diana Mitford, le dejaba por Oswald Mosley, el fundador de la Unión Fascista Británica, y se casaba poco tiempo después con él en Berlín, en una ceremonia a la que asistió Adolf Hitler en persona.
En 1966, el joven Patrick Browne, uno de los últimos herederos de la fortuna familiar, se mató en un accidente de coche con tan solo 21 años. El hecho fue tan comentado por la prensa de la época que inspiró una canción de Los Beatles, A Day In Life.
Y la heredera posterior, Lady Henrietta Guinness, se suicidó tirándose por un puente en Italia en 1978, un mal año para la familia, en el que más accidentes de coche, una sobredosis y un extraño atropello con un carro se llevaron a cuatro miembros más.
En 1986 la rama banquera de la familia sufrió intento de secuestro del que, afortunadamente, John Guinness (descendiente de Samuel), logró escapar.
Y así seguimos incluso hasta 2020, en el que hay quienes aseguran que el accidente mortal de coche que sufrió Honor Uloth, nieta de Benjamin Guinness, es parte de esa maldición.
Tras cuatro siglos de fortuna, los muchísimos Guinness descendientes de Arthur y de Samuel siguen viviendo vidas acomodadas en su mayoría, aunque la cervecería y el banco hace tiempo que fueron vendidos y deben más su posición a sus conexiones con la nobleza que a sus emprendimientos empresariales, por lo que no puede hablarse de una “Familia Guinness” que podamos meter en nuestras listas de familias de ricos.