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Pablo Aguado, torero: «Hay que tener la cabeza fría cuando se factura. A profesión volátil, inversiones conservadoras»

El torero, que estudió Administración y Dirección de Empresas, explica cómo se lidia en su gremio.

Pablo Aguado (Sevilla, 1991) no sólo es torero, sino que lo parece: pelo negro, piel morena, rasgos raciales, ligero acento andaluz, lo que se espera. Vive en esa paradoja de los matadores: mata a toros, dice amarlos. La crítica alaba el clasicismo de sus formas, pero alguna rareza alberga: una carrera universitaria, en Administración y Dirección de Empresas, cosa nada frecuente en su gremio. “La vocación es una llama interior que te lleva a jugarte la vida”, dice. Metido entre los libros, pues, empezó tarde. “Una mente un poco más madura me hizo ver con más realismo el mundo en el que me metía”.

Pregunta: ¿Era usted un bicho raro por ser un joven taurino?

Pablo Aguado: Se piensa que la tauromaquia es un mundo arcaico, de personas mayores, pero hay un montón de jóvenes. Es como si hablamos del baloncesto: aunque no conozcas aficionados, tienes que saber que hay una barbaridad.

P: Pues la juventud parece más metida en las redes sociales, el trap y los videojuegos que en las corridas.

PA: En contra de lo que nos quieren vender, se nota un aumento en la afición en los jóvenes. Yo creo que por ese carácter revanchista que suelen tener los jóvenes, y los españoles en general: lo que nos intentan prohibir nos llama más la atención.

P: ¿Le sirvió la carrera para algo?

PA: Pues sí, porque, al fin y al cabo, un torero, más allá de lo artístico, es una empresa en la que trabajan unas 15 personas. Hay contratos que firmar, finanzas que manejar, etcétera. Aunque delegues estas tareas, es bueno tener conocimientos.

P: Usted dice que el toreo es arte, ¿se vive también la precariedad de la que suelen quejarse los artistas?

PA: Precariedad existe, y mucha, en todos los ámbitos del arte. El que tiene éxito puede conseguirlo en abundancia, pero por cada uno exitoso se han quedado 100 en el camino. Algunos se retiran y otros subsisten como pueden. Eso sí, el mundo del toro es un mundo rico, que genera mucha economía.

P: ¿Qué es, pues, el éxito?

PA: Para un torero el mayor éxito es dejar huella en el aficionado. Puede parecer una definición bohemia, pero es un mundo que se rige mucho por los sentimientos. De otra manera, el éxito sería estar en las todas las ferias, en los mejores carteles, con los mejores compañeros.

P: ¿Y el dinero?

PA: Solemos ser demagogos, y decir que el dinero no es lo más importante, pero cuando uno hace planes de futuro, esos planes son más apetecibles con una seguridad económica. Es fundamental, además, tener la cabeza fría en estas profesiones de carreras muy cortas en las que se factura el dinero en poco tiempo: luego hay que administrarlo, pensar en el día de mañana.

P: ¿Inversiones?

PA: A profesión volátil, inversiones conservadoras. Una lesión de rodilla como la que yo tengo, puede retirarte. Y eso te puede pasar bajando las escaleras. Mi filosofía de inversión consta de dos criterios y dos etapas. Los criterios: invertir a largo plazo y buscando la diversificación. Las etapas: la primera, aumentar la liquidez, tener un colchón para vivir tranquilo; la segunda, ir a por unas inversiones más fuertes.

P: Inversiones conservadoras… ¿Es el toreo conservador?

PA: Uno de los mayores problemas que hemos tenido es la politización de la tauromaquia. Se politiza para atacarla. Se dice que la tauromaquia es conservadora, pero en sus comienzos es una fiesta del pueblo que nace en el mundo rural, que tuvo tanto éxito que fue adoptada por las élites. Pero creo que es un espectáculo todo lo contrario a lo conservador. Es el pueblo el que decide el éxito o el fracaso del espectáculo con su votación.

P: Ha hablado de sentimientos. ¿Qué se siente cuando se mata a un toro?

PA: Lo primero que se siente es la grandeza de ese animal, que lucha hasta al final. Hay que intentar hacerlo con la mayor dignidad, con la mayor verdad, exponiendo uno lo más que pueda, porque ese animal está dando la vida por sus principios, por su bravura.

P: A mí me da pena. ¿No siente compasión por el animal?

PA: Hay veces que no es bonito. Cuando el animal tarda en morir, cuando no se ha ejecutado la suerte bien. Esas son situaciones que a nosotros, que somos los
que más queremos al toro, no nos gustan. La prueba está en que cuando no se hace dignamente es el propio público quien lo recrimina. La muerte tiene que ser digna y rápida. La mayor pena es cuando se da muerte a un animal que se ha ganado el indulto.

P: Suele decirse, incluso por sus defensores, que, aunque no se prohíba, el toreo caerá de manera natural. ¿Piensa que puede suceder?

PA: Es un tópico. ¿Qué actividad lleva tantos años cuestionada, cientos de años, y aún resiste? Tiene que ser un espectáculo muy puro y muy de verdad. Siempre se dice que se acaba, pero al llegar mayo en Madrid hay 25.000 personas durante 30 días de corridas.

P: Pongo la tele: el torero es un personaje de la prensa rosa.

PA: Hay infinidad de toreros, sólo algunos han salido en esa prensa. A mí particularmente no me parece que un torero tenga que estar ahí por el hecho de ser torero. Es una persona normal y su vida privada es privada.

P: Siempre lo he querido saber. ¿Es cómodo el traje de luces?

PA: Es horrorosamente incómodo. En frío no te puedes ni mover. Cuando tienes el toro delante, te olvidas… Pero hay que mantener la tradición.

P: O podría modernizarse el traje, usando materiales más elásticos, e incluso luces LED. ¿Se pueden modernizar los toros?

PA: Todo lo que hay alrededor sí, pero el espectáculo es difícilmente modernizable: un toro entrega su vida ante un señor que expone la suya para crear arte.

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