China se encuentra inmersa en una contundente política de inversiones a nivel mundial que la está convirtiendo en un país clave para economías como la estadounidense y la europea.

En estas dos áreas geográficas el volumen total de flujos de inversión directa en el exterior de empresas chinas (FDI, en sus siglas en inglés) ascendió en 2016 a algo más de 94.000 millones de dólares (86.000 millones de euros), un 130% más que en 2015. Aproximadamente, dos tercios del volumen procedieron de empresas privadas y el resto de estatales.

El apetito de los inversores chinos les lleva a fijarse en una gran variedad de sectores de los países más avanzados en su afán por diversificar riesgos y compensar el descenso de los beneficios domésticos por la ralentización de su economía: desde la tecnología punta, hasta el consumo, el sector inmobiliario, el de infraestructuras o los servicios públicos, hasta en activos considerados altamente seguros.

Un dato significativo de su capacidad inversora es que también han pagado más de media por cada operación: desde unos 120 millones dólares (110 millones de euros) en 2015 a 290 millones de dólares (275 millones de euros) el año pasado. Curiosamente, el interés que las empresas chinas tenían en los sectores energético y de materias primas, en los que cerraron importantes operaciones en los últimos años, ha decaído, y también, pero en menor medida, en el financiero.

Entre los inversores chinos más activos durante el pasado año 2016 se encuentran el conglomerado HNA Group, el fabricante de electrodomésticos Haier, el gigante de internet Tencent, el grupo asegurador y financiero Anbang y el consorcio inmobiliario y de ocio Wanda, entre otros.