Es la quinta generación nacida entre viñedos. Director general de uno de los grupos vitivinícolas más determinantes del país, Miguel Torres recuerda el legado heredado y descubre los muchos proyectos de futuro (sostenible) que tiene para sus bodegas.

Si no es indiscreción, ¿cuándo toma la primer copa de vino del día?
Depende. Los martes y los miércoles quizá un poco antes porque son los días que solemos realizar las catas con mi padre, mi hermana y algunos de nuestro enólogos. Empezamos a las diez y, fácilmente, podemos llegar a probar unos 50 vinos.

¿Recuerda su primer día al frente de Torres?

Lo recuerdo, sí. Fui a nuestras oficinas y, en la sala de juntas, tenemos los cuadros de nuestros antepasados. Aquel día, de alguna manera, fue como si me estuvieran observando. Aun así, ya desde pequeños, tanto mi hermana como yo, siempre hemos vivido en un mundo intrínsecamente relacionado con el vino. Nacimos y crecimos en Mas La Plana, la masía familiar y jugamos entre los viñedos.
Vaya, que siempre tuvo claro que quería seguir con la tradición familiar.

De joven, como todo el mundo, quería hacer muchas otras cosas. Por ejemplo, mi otra gran pasión siempre han sido las motos, con las que he recorrido muchas carreteras del Penedès. Pero el del vino es un mundo que acaba por atraparte. Sin darte cuenta, llega un día en que ya forma parte de ti y no quieres separarte de ello. Cuando tuve la oportunidad de entrar en la empresa, tuve claro que quería seguir con el legado iniciado por mi familia hace 150 años.

¿Qué evolución ha experimentado Torres a lo largo de este tiempo?

Siendo una empresa centenaria, destacar que cada generación ha contribuido a que Torres no solo continuara elaborando vinos sino que mejorara en su cometido. Mi tatarabuelo, la generación que fundó las bodegas, más que elaborar vino, lo que hacía, básicamente, era comprarlo y venderlo en barricas. De la segunda generación destacar que empezó a elaborar brandy, en aquella época una gran innovación. Mi abuelo se centró en crear marcas y darlas a conocer alrededor del mundo. La gente le recuerda siempre con una botella bajo el brazo. Con mi padre, que estudió en Francia, Torres dio un verdadero salto adelante en la elaboración de vino, especialmente gracias a la adquisición de nuestras propias tierras.

¿Cómo quiere que se le recuerde a usted al frente de Torres?

Nosotros, el resto de la quinta generación y yo, queremos seguir yendo un paso más allá, por ello, nuestras últimas inversiones han estado focalizadas en viñedos muy, muy especiales. Viñedos antiguos y muy pequeños, de poca producción pero muy singular. Nuestro futuro no pasa por crecer en volumen sino por trazar el mosaico de los mejores vinos de España.

Piensa global, actúa local.

Cuando elaboras vino ha de prevalecer la idea de respeto máximo por el paisaje y el territorio que te rodean. El vino capta si entiendes lo que puede ofrecerte la tierra, y esa esencia queda recogida en el resultado final. Y cuando un producto transmite calidad es aceptado alrededor del mundo. Lo más importante siempre es la calidad.


Torres experimentó un crecimiento de casi el 10% en 2015. ¿Cómo han ido las cosas en 2016?

En 2015 hubo un crecimiento importante, pero hay que matizar que, en parte, por el cambio: el dólar se devaluó mucho y eso benefició nuestra facturación. Este pasado 2016 el cierre estará en la misma línea que el 2015, pero con la ventaja de que estos factores del cambio los habremos transformado en ventas reales.
Y hablando del dólar, una de las grandes apuestas de la marca en estos años ha sido un mercado nada fácil como es el americano.

El mercado americano tiene un gran potencial. La categoría del vino español aún es poco reconocida y valorada, pero justamente por ello creemos que hay mucho camino por recorrer. Otro factor que lo convierte en un mercado difícil es que tiene una estructura de funcionamiento que proviene de los años de la Ley Seca. Este organigrama se divide en tres niveles: en el más alto se encuentra el distribuidor, luego viene el restaurante o pequeño negocio y finalmente el consumidor; y los tres niveles han de estar totalmente separados entre ellos. Eso quiere decir que nosotros, como productores, no podemos ir a vender directamente a un restaurador. Pero aunque las reglas de juego no son fáciles, estamos creciendo, especialmente en los vinos de más alta calidad.

En 2008 pusieron en marcha el plan Torres & Earth, evidenciando que el medio ambiente es una de sus grandes preocupaciones.

El medio ambiente debería ser el gran reto de futuro no solo de Torres sino de todo el sector vitivinícola. La vid es una planta muy sensible a los pequeños cambios de temperatura, pudiendo estos cambios variar por completo el estilo de un vino. Según las previsiones, de aquí al año 2100 la temperatura puede haber variado entre 2 y 4 grados. Esto es una barbaridad, y la única manera de remediarlo es empezar a trabajar hoy mismo. Con el plan Torres & Earth nos hemos propuesto rebajar nuestras emisiones antes del 2020 entorno a un 30%. Así mismo, hemos comprado viñedos en el Pirineo donde elaboraremos el vino del futuro. Sin olvidarnos de un proyecto fantástico como es el de recuperar las variedades ancestrales catalanas de vid.

¿Cómo se plantean esa recuperación?

Seguramente este sea el proyecto que más me ilusiona. La plaga de la filoxera a finales del siglo XIX arrasó con todo nuestro patrimonio vitivinícola. En el Penedès había muchas más variedades que actualmente. Todo eso desapareció. Para recuperarlas, años atrás se nos ocurrió poner anuncios en periódicos locales pidiendo a los agricultores que nos avisaran si creían que en sus tierras podían tener algunas de esas variedades.

También han empezado a elaborar vino espumoso.

Es un vino de viñedos propios, con 30 meses de envejecimiento, que se llama Vardon Kennett en honor a Sir Daniel V. Kennett.