En el Lliure ha sido alma impulsora desde el primer momento. Ahora, como director. ¿Qué ha supuesto en su vida? ¿Qué planes tiene para próximas temporadas?
El Teatre Lliure fue, desde el primer momento, una escuela, un modelo que tuvimos la suerte de poder construir junto a generaciones de espectadores que nos acompañaron en nuestro viaje. Tanto el modelo de gestión como el proyecto artístico fueron muy pronto un referente en todo el Estado. Cuando más tarde me llamaron para dirigir el Centro Dramático Nacional en Madrid o el Théâtre de l’Odéon/ Théâtre del’Europe en París, en el fondo, lo que me pedían, sin decirlo, era poder insuflar en esas instituciones, la frescura del Lliure, que proponía una nueva relación con el espectador.
El Teatre Lliure ha crecido mucho en los últimos cuatro años. El trabajo del equipo de dirección de un teatro consiste muchas veces en tenerlo todo dispuesto, sabiendo que muchas cosas pueden cambiar en el último momento porque nuestro trabajo es con personas. La ambición de cualquier responsable de un teatro, la mía para el Lliure también lo es, consiste en conectar con el espectador adelantándose a sus deseos para ofrecerle una programación que le genere curiosidad y sobre todo que en los contenidos y en las formas se sienta concernido por lo que ocurre en el escenario. Mi próximo estreno, como director de escena, son dos textos del gran autor napolitano Eduardo de Filippo Uomo e galantuomo y La grande magia.
Da la impresión de que el teatro supo sortear bien la crisis y que está viviendo un momento de gran esplendor. ¿Cómo lo ve usted?
La crisis ha afectado y mucho a la profesión teatral y al espectador, pero pienso que este gremio, al que tantas veces se le ha atribuido el defecto de la queja, ha sabido reaccionar y establecer un diálogo con el ciudadano. Eso ha hecho que en muchos casos, después del gran bache, hayan aumentado los espectadores. El motivo más evidente es que uno no puede ‘bajarse’ el teatro de Internet, hay que estar allí. Otro muy probable es que el teatro es uno de los últimos reductos donde uno asiste en silencio las razones y los sentimientos de los personajes hasta el final, sin poderlos interrumpir como ocurre en casi todos los ámbitos de nuestra vida pública o privada… Lo cierto es que el teatro produce el placer de contemplar sentimientos y emociones en otro ser humano en el que uno se puede reconocer, que es el actor. Y además eso se hace de una manera colectiva, con otras gentes, compartiendo con ellos risa y llanto: el teatro es también un profundo antídoto contra la soledad.
Han surgido autores y dramaturgos nuevos con los que parece comienza a renovarse el panorama teatral. ¿Cuál es su visión del futuro?
El teatro es una serpiente que cambia de piel cada diez años, aproximadamente, aunque la renovación del lenguaje es constante porque es el reflejo de una sociedad que cambia continuamente. Ahí entra el papel de los nuevos dramaturgos que cada vez tienen más espacio en la cartelera teatral, cosa impensable hace unos años. Han surgido también muchos otros tipos de propuestas, unidas a veces a espacios, mal llamados ‘alternativos’, porque en realidad forman parte, igual que cualquier otro teatro, de nuestra riqueza teatral presente.
Foto: Xavier Torres-Bacchetta
¿Qué obras y autores le han marcado más a la hora de dirigir? ¿Cuáles les hubiese gustado llevar al escenario?
Cada autor, cada poeta deja una impronta y contribuye con su singularidad y su riqueza al bagaje vital y artístico de un director. Es cierto que se producen afinidades, muchas veces inconscientes, con determinados autores. De todos los que he dirigido tal vez los que me han dejado una huella más profunda son: Shakespeare, Beckett, Chejov, Koltès, Goldoni, Mozart, y sobre todo Federico García Lorca. No tengo ningún proyecto en el cajón y muy pocos se han quedado en el camino. Tengo, con el teatro, una relación vital y contemporánea que me impide ser nostálgico. Y los proyectos no realizados (tal vez por suerte) son los que envejecen más rápidamente.
También se ha lanzado al panorama narrativo con un ensayo sobre García Lorca y la ligazón que le ha unido a él y su obra a lo largo del tiempo.
Lorca ha sido un precioso compañero de viaje durante mi vida teatral y no solo teatral. Su poesía le ha puesto nombre a muchas sensaciones que he podido sentir y para las que yo no tenía palabras. Su teatro me ha abierto muchas veces las puertas del mundo, me ha permitido conectar con gentes de culturas y sensibilidades muy diversas, pero con las cuales teníamos siempre un punto de encuentro en él. Incluso he tenido la suerte de poder estrenar dos textos inéditos suyos. De la mano de Federico, que así se titula el libro, es una manera de contar mi relación con un poeta que ponía toda su pulsión de vida en su obra. Yo no podía hacer menos: muchos momentos importantes de mi vida se entrelazan con los momentos en que he estado ensayando y representando a Lorca.
¿Dirigir actores sobre las tablas requiere de una madera especial? ¿Cómo se definiría usted como director teatral?
Requiere sobre todo una convicción y una fe en lo que uno pretende, que es lo que le va a otorgar la imprescindible confianza del actor en el momento del ensayo. Cuando dirijo soy muy consciente de que yo soy un doble puente: el primero, une el autor con el actor; el segundo, enlaza el actor con el espectador. Mi labor consiste en hacer que el trabajo del intérprete crezca alimentado por la poética del autor para que se produzca ese momento mágico y generoso que es el encuentro con el público.
¿Es (y ha sido siempre) el teatro un fiel retrato de la vida?
El teatro sucede ‘al otro lado del espejo’, nos hace creer que es la vida porque los sentimientos que se muestran están vivos, pero es algo más precioso que un retrato: es una metáfora de la vida, una condensación de nuestra existencia en un reflejo donde se rompen las reglas del espacio y del tiempo, y mandan las de la imaginación.