No es una sólo necesidad ni una idea, está en marcha. La transición ecológica es un proceso en desarrollo con una inversión dedicada de entre 1,5 a 2 billones de dólares anuales de aquí a 2030. Los planes y compromisos de los gobiernos de grandes potencias como Estados Unidos, la Unión Europea y China en materia de sostenibilidad han puesto en funcionamiento una maquinaria que ahora requiere de la colaboración de los actores públicos y privados para hacer realidad esa reconversión que la sociedad llevaba décadas pidiendo y ejecutar un megapresupuesto que abre atractivas oportunidades de inversión.
Aún estamos más cerca del punto de partida que de la consecución de los objetivos. Desde 1990, las emisiones de CO2 han aumentado en un 62%, causando una pérdida del 40% de las reservas mundiales de capital natural durante el mismo período. El calentamiento del planeta sigue una trayectoria de 2,7 a 3,1°C para el año 2100, muy por debajo del objetivo de 1,5 a 2°C proyectado en el Acuerdo de París de 2015. De la velocidad con la que seamos capaces de realizar el cambio depende que la superficie del planeta no se vuelva inhabitable, y se desencadene una ráfaga de conflictos sobre el uso de los recursos.
De ahí el Acuerdo Verde Europeo, que tiene por objeto diseñar una estrategia de crecimiento compatible con la neutralidad climática para 2050, o la Estrategia de Biodiversidad para 2030, con la que la UE ha alineado su poder de regulación con las fuerzas del mercado que presionan por inversiones más sostenibles. Mientras tanto, el gobierno de Biden ha situado la lucha contra el cambio climático a través de importantes inversiones en sostenibilidad en la primera línea de su agenda política.
“Existe una creciente conciencia de la necesidad de dirigir una transición ecológica mundial que nos lleve hacia un modelo de desarrollo sostenible, con nuevas formas de producir, consumir y viajar”, explica Nicolas Jacob, Head of ESG Research en ODDO BHF. Una tendencia que también tiene un claro reflejo en el mundo de los mercados y de los fondos de inversión. Según comenta Jean-Philippe Desmartin, jefe del equipo de Inversión Responsable en Edmond de Rothschild Asset Management, “esperamos un aumento de las inversiones mundiales en tecnologías sostenibles y un avance más rápido hacia economías más ecológicas en los próximos años”.
Los activos en fondos en Europa que invierten de acuerdo con criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) crecieron exponencialmente en 2020 y deberían continuar acelerándose, tal y como asegura Efama, organismo de la industria de gestión de activos europeos. En concreto, mientras los activos en los vehículos que no aplican este tipo de criterios incrementaron un 4,8% el año pasado, para los fondos ESG el crecimiento fue de un 37,1%, hasta los 1,2 billones de euros (1,43 billones de dólares). ¿Por qué? Este tipo de vehículos tienen en su política de inversión entrar en compañías o en otros fondos que cumplan esos criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG). Es decir, beben de estos vientos del cambio.
El mayor auge de los fondos sostenibles
“El aumento de los fondos que invierten en ESG ha sido impulsado por la recuperación del mercado, gracias a los estímulos, y a las tendencias de los inversores, que buscan inversiones más resilientes”, analiza Efama en un reciente informe. “Los gobiernos también están fomentando este tipo de estrategias”, añade.
Tener enfoque sostenible de la inversión significa considerar los impactos potenciales de ESG en las empresas en las que se invierte, pero también, cómo se puede minimizar el impacto negativo que esas empresas tienen en el medio ambiente y en la sociedad a través de la selección de valores y compromisos de la empresa con la administración.
Es una inversión atractiva, según los expertos, porque hay que financiar el cambio del modelo económico y social que tenemos. Según Marisa Aguilar, directora de Allianz Global Investors para Iberia, hay dos grandes temas que urge corregir: “El cambio climático y sus consecuencias en la sociedad, y la desigualdad, que se ha visto acentuada en los últimos años”.
“Para hacer frente a estos retos se necesita una enorme financiación con la intervención de los estados, de los reguladores, y es algo que va más allá de lo que pueden hacer los fondos públicos, por lo que se necesitan los canales privados”, señala Aguilar.
De esta manera, los inversores pueden pensar en ESG a través de diferentes lentes, tal y como reconoce Archie Beeching, director de inversiones responsables de Muzinich & Co: “Hay megatendencias a considerar como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la desigualdad y el impuesto de sociedades; luego hay micro factores como la forma en que las empresas de la industria tecnológica tratan a su fuerza laboral”.
Es una estrategia de gestión de activos que, en líneas generales, mira no solo la rentabilidad inmediata, como la solvencia en el largo plazo. “Por ello, es muy indicada, casi diría indispensable, para aquellos inversores que busquen maximizar sus ahorros en un marco temporal de cierta duración”, destaca Pedro del Pozo, director de inversiones financieras en Mutualidad de la Abogacía.
Sin embargo, el mundo se encuentra ante los primeros pasos en lo que se refiere a adoptar las inversiones sostenibles como su única referencia. “Además de reducir las emisiones, los impulsores a largo plazo que estamos viendo son sobre todo el desarrollo hacia una economía circular y la creciente demanda mundial de energías generadas de manera sostenible, respaldada por precios competitivos”, apunta Mikko Ripatti, responsable de DNB Asset Management para Iberia.
¿Cómo se elige lo que se financia?
Hay muchas maneras de pasar la lupa por esas carteras sostenibles. De construirlas. Mark Carney, que fue el gobernador del Banco de Inglaterra, las resume con la analogía de las 50 sombras de verde (50’s shadows of green, en inglés), ya que se ha de financiar toda la innovación tecnológica de productos y servicios que se generan, al mismo tiempo que se financie la transición de todas esas economías que han operado en un modelo de crecimiento marrón y que, poco a poco, lo conviertan en verde.
Introducirse dentro de estos conceptos puede ser, quizá, más complicado de lo que parece. Por eso, uno de los siguientes paradigmas a analizar es cuáles han de ser los criterios para elegir un activo que se circunscriba a ese marco social, de buen gobierno y sostenibilidad.
“Tradicionalmente, se utilizaban las exclusiones, que entrañaban típicamente valores más morales: más relacionados con la inversión ética que con la sostenibilidad”, recuerda Aguilar.
Sin embargo, esa estrategia ha ido evolucionando. Se pasó a la fijación en cómo las empresas desarrollaban su actividad desde el punto de vista de los factores ambientales, sociales y de gobernanza corporativa para seleccionar aquellas empresas que lo hacían mejor.
Una práctica que cambió porque el sector de la gestión de activos se dio cuenta del quid central de esta temática: financiar esas empresas que están ofreciendo los productos y servicios necesarios para la transformación del sistema. Ahí es donde se puede enmarcar el siguiente concepto, que es la inversión de impacto.
Cuando se invierte a través de estos fondos, hay que tratar de evaluar cómo las empresas en las que invierte en particular influyen en el mundo. “Nuestro objetivo es conocer cómo el medio ambiente y sus grupos de interés afectan a esta empresa e intentamos predecir cómo cuestiones como el cambio climático, las regulaciones y las preferencias de los consumidores afectarán a esta empresa en el futuro”, dice Ripatti.
Para Diego Fernández-Elices, director general de inversiones de A&G Banca Privada, tras la reciente aprobación del reglamento de divulgación de riesgos de sostenibilidad, todos los fondos deben incluir en su documentación legal si integran o no los riesgos de sostenibilidad en su proceso de inversión, si son un factor relevante y si tienen incluso objetivos concretos y medibles más allá de los financieros.
“De todas maneras, cuanto más agentes de mercado tienen en cuenta criterios de sostenibilidad, más difícil es diferenciar unos de otros”, matiza el experto. “Hay criterios cualitativos muy importantes y para comprender el proceso, debemos buscar intencionalidad y una orientación real, con personas que crean en el proceso y no en la oportunidad de negocio de corto plazo”, agrega.
Según Aguilar, hay muchos tipos de fondos sostenibles. Desde su punto de vista uno de los grandes errores es buscar las fotos de carteras que sean limpias. El cambio no va de moral, sino de financiar una transición a una economía que tenga un enfoque sostenible. “Cuando vas a ver fondos hay que ver por qué apuestan por la sostenibilidad: si priman aquellas empresas que intentan disminuir su huella de carbono, tratando de tener mejor prácticas sociales o corporativas, o si entras en un vehículo que intenta financiar las energías renovables… Son ejemplos de factores en los que focalizarse a la hora de aproximarse a la inversión”, asevera.
Invertir para cambiar el mundo
Del Pozo analiza a este respecto que existe aún mucho camino por recorrer en términos de taxonomía de las inversiones ESG. “De hecho, se sigue avanzando en la reglamentación”, aborda. En todo caso, la mayoría de las empresas cotizadas publican ya mediciones en términos ambientales, sociales y de gobernanza, que pueden ser utilizadas para una monitorización de la inversión en sus acciones o bonos.
Los fondos de inversión proveen de información cada vez más detallada de estos aspectos. Aparte de esta información básica, existen inversiones con un carácter marcadamente ESG, como pueden ser los bonos verdes o sociales o determinadas temáticas en fondos.
No obstante, los fondos sostenibles van más allá y por eso han avanzado hacia nuevos conceptos. Unos mimbres que han provocado el florecer de la inversión de impacto, que es aquella que intencionalmente busca unas repercusiones positivas a nivel social, medio ambiental y de buen gobierno medible, junto con un retorno financiero, como mínimo, igual al del capital invertido.
Tal y como cuenta Ana Guzmán, directora de impacto de Portocolom AV, partir de esta definición es clave a la hora de construir carteras ya que requiere de un ejercicio de “desaprendizaje” de las condiciones de inversión tradicionales, para poder incorporar determinadas variables esenciales a la hora de construir carteras que cumplan con la premisa esencial de que la rentabilidad financiera ha de ir acompañada necesariamente de la social.
“No estamos hablando de filantropía, pero tampoco de una inversión tradicional en la que, por casualidad, se ha producido un retorno social”, asegura la experta.
El año pasado, el Global Impact Investing Network (GIIN) estimaba que se invirtieron más de 800.000 millones de dólares a nivel mundial. Los fondos de inversión de impacto han cobrado gran protagonismo, especialmente durante los últimos años, y la tendencia, según Guzmán, no va si no a crecer. “¿Por qué? Esto no es casual y responde a un cambio en la forma de hacer las cosas que desde nuestro punto de vista hará que la sostenibilidad no sea una tendencia sino un requisito a la hora de seleccionar dónde invertir”, describe.
La inversión de impacto ha cambiado de forma considerable en los últimos ejercicios. No hace mucho, se podría haber calificado como una disciplina incipiente, o un área de nicho que era atractiva solo para un grupo reducido de inversores. Pero ahora se ha convertido en una tendencia mayoritaria.
Este aumento de la popularidad no es tan sorprendente. Está relacionado con el hecho de que los problemas ambientales, sociales y de gobierno (ASG) se van aplicando con más énfasis. “Entre ellos se encuentran la pandemia mundial, los efectos del cambio climático, el aumento de las desigualdades y las políticas cada vez más populistas”, relata Ross Mcskimming, especialista en inversiones senior en Renta Variable de Aberdeen Standard Investments.
Cada vez más inversores quieren abordar estas cuestiones. Y, lo que es más importante, quieren hacerlo al mismo tiempo que obtienen un rendimiento positivo. “Los inversores de impacto quieren invertir hoy para cambiar el mañana, pero también entienden que respetar a la gente y a nuestro planeta es una estrategia de negocios legítima y valiosa”, indica Mcskimming.
La historia ha demostrado que no es posible un crecimiento prolongado más justo y equitativo a largo plazo si no existe una colaboración entre la economía, la sociedad y la política, sin esta colaboración, la economía se hace muy vulnerable ante los “ismos” que están ahí, esperando una oportunidad: radicalismos, populismos, nacionalismos y un largo etcétera.
“Esto se ha puesto aún más de manifiesto, si cabe, a raíz de la pandemia, donde, además, se ha visto cómo no apoyar a los sectores esenciales de actividad, o no contar con sólidas estructuras de salud, educación y tecnología, no hacen sino abocar a un empobrecimiento de la sociedad”, ahonda Guzmán.
Mientras, a nivel social el planeta se encuentra ante una nueva generación para la que no todo vale, que no está dispuesta a trabajar en cualquier sitio, que necesita más que nunca ese sentimiento de pertenencia y de orgullo de trabajar para una empresa, además de que se preocupa por el entorno en el que vive.
Según Deloitte, en los próximos 15 años, el mundo vivirá la mayor transferencia de riqueza en la historia: 24 billones de dólares que pasan de la generación de la posguerra, los baby boomers, a los milenials.
“Para esa nueva generación no tiene sentido trabajar para acumular riqueza por un lado y donar para arreglar lo que su empresa no ha cuidado por otro. Porque un mundo que combine hacer el bien con hacerlo bien es posible”, tal y como considera la directora de Protocolom AV.
Tampoco ha de dejarse al margen la digitalización, pues el 60% de la población mundial está conectada a internet, principalmente vía smartphone, con un volumen y profundidad de información sin precedentes, por lo que se puede conocer prácticamente a tiempo real lo que están haciendo las compañías para obtener beneficios.
Un concepto que va de la mano de la analítica de datos, puesto que ahora no sólo se puede cotejar la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, sino que, además, se puede medir el alcance y la profundidad de las acciones, tanto positivas como negativas, de las empresas, y el grado de evolución.
“Los inversores han alzado la voz demandando una mejor manera de hacer las cosas sin cortoplacismos, tan presentes hoy, por lo que hemos de ofrecer una inversión más paciente a cambio de otorgarnos unas rentabilidades que no sean pan para hoy y hambre para mañana”, termina Guzmán.