El semáforo acababa de cambiar y decenas de coches empezaron a cruzar la rotonda de Cibeles, en Madrid. Aún sin romper a sudar, camino de un día más de entrenamiento en El Retiro, con las pulsaciones todavía alrededor de las 130 por minuto, esperaba a poder cruzar la carretera. Los coches pasaban constantemente por los varios carriles de Recoletos. Algunos se cruzaban marcando el intermitente, otros sin hacerlo; veía a los conductores despreocupados, charlando con el “manos libres”, con los copilotos o, sencillamente, con cara de estar repasando algún tema de su jornada. Que si podía haber zanjado mejor algún asunto del curro, que si tendría cebolla para la tortilla de esta noche (porque la tortilla lleva cebolla, esto admite debate) …
No sé por qué, viendo deambular todos esos coches, de repente me pareció asombroso que no chocasen entre sí, que fluyese todo con tanta facilidad, como si fuese una coreografía que todos habían aprendido para la ocasión y que ahora desempeñaban a la perfección. Si yo hubiera cogido un coche en ese momento, estoy convencido de que habría sido el que rompiese esa danza. El hecho de haber pensado en ello me hacía consciente de la dificultad del ejercicio, con lo que ya no lo desempeñaría inconscientemente, sino que pensaría cómo tenía que realizarlo y, por ende, vería su peligro. Porque muchas veces, demasiadas quizá, pensar es el primer paso hacia la equivocación.
Debemos ser conscientes de todas aquellas cosas en las que debemos poner nuestro seso, en las que debemos pensar, esperar, sopesar, fijarnos con atención, y muchas otras en las que debemos fluir. Muchas veces son aspectos relacionados con la práctica, como conducir entre un enjambre de coches, que hace que mecanicemos movimientos, pero también hay muchos otros temas en nuestra vida en los que es mejor no pensar demasiado. Hacerlo podría ser agotador. Hay veces en las que sumarse a la danza, no darle vueltas a la cabeza, poner el piloto automático, es lo más práctico. Porque tendremos más fuerza para los temas en los que sí hay que pensar y, sobre todo, porque cuando pensamos tendemos a modificar nuestra ruta y la de otros, provocando accidentes que al cabo del tiempo nos damos cuenta de que eran innecesarios.
Me gusta el equilibrio de las cosas, la magia que algunos considerarán rutina de que los coches avancen sin problemas, la belleza de algunos complicadísimos ejercicios que hacemos sin darnos cuenta. Quizá me emocionen algunas cosas aparentemente ridículas y, probablemente, debería disfrutar un poco más de ir a correr. Sobre todo, quizá debería dejar de pensar cuando hago ejercicio, la única manera de que compense, tanto física como mentalmente. A bailar.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.