Esta última década ha habido otra pandemia de la que no se ha hablado tanto. Su expansión ha sido veloz y, al final, poco a poco estamos aprendiendo a convivir con ella. Quizá no haya tenido tantos titulares, pero los casos siguen en aumento. Su nombre científico: Tolosa. Al contrario de lo que pueda parecer, su denominación no hace referencia al pueblo guipuzcoano con las mejores alubias del mundo, sino que se trata de una forma de abreviar la expresión “Todo lo sabe”. Su principal síntoma es claramente reconocible: opinar de cualquier cosa, aunque no tengas la más remota idea de lo que estás hablando. Es la pulsión por decir algo a toda costa. Decir algo como fin, aunque tu conocimiento sobre el tema sea el mismo que el de Miss Panamá sobre Confucio.
Da igual de qué tema que se trate, siempre hay una opinión. ¿La situación de los crustáceos en el Bayou? Tengo una opinión. ¿Se publica un BOE? Ya lo he leído y tengo una opinión. ¿La aspereza de las manos de un leñador noruego? Tengo una opinión. ¿Por qué surgió el Covid-19? Tengo una opinión. ¿La situación de la tundra rusa? Tengo una opinión. Y así, sucesivamente. Pero lo más preocupante de los casos es que no sólo tienen una opinión, sino que la expresan, y además con contundencia. La pandemia Tolosa tiene afán de protagonismo y es imperativa. Combate la máxima de que todo el mundo tiene derecho a tener una opinión, pero que no toda opinión es respetable.
Cada día se expande más, especialmente desde que encontró una vía de propagación efectiva: Twitter. Al abrigo de los primero 140 y después 280 caracteres se ha reproducido tanto o más que Julio Iglesias. La magia y, a la vez, la perversión de la red social que le sirve como herramienta de transmisión es que nos obliga a lanzar titulares. Los hilos han buscado escapar al impacto de la pandemia, pero tampoco lo han logrado. Cualquier noticia estalla y ya tenemos el móvil a mano, listos para dar nuestra opinión, aunque tenga el mismo rigor que “Sabor a hiel” y la profundidad del socarrat. Cuando contraes Tolosa, ya no se trata tanto de lo que dices, sino de la velocidad a la que lo dices. La preocupación va en aumento, dado que los casos ya no sólo se circunscriben al microcosmos de Twitter, sino que inundan cualquier disciplina. Parece estar fuera de control.
Quiero pensar que hay cientos de expertos y organismos investigando sin descanso en la forma de vacunarnos contra esta pandemia de opinadores ubicuos. Hasta que eso suceda, el tratamiento más efectivo que se conoce es sencillo: pensar por uno mismo, leer e informarse todo lo que sea posible, tener sentido del ridículo y, sobre todo, saber estar callado cuando es necesario, que habitualmente es lo correcto en la mayoría de las ocasiones. Salvo que sepas cómo es el tacto de la mano de un leñador noruego y, sobre todo, quién fue Confucio.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.