Fue un baile de máscaras. Emocionante. Tras 90 días en silencio, el escenario del Teatro Real se estremeció con el público puesto en pie, contenido, en silencio durante sesenta segundos para honrar a los caídos, a los que aún están, a los que se dejaron los nervios en cuidarlos, al equipo del Real –del que soy protector– que ha empujado para que regrese la emoción, y a las musas.
Todos los minutos de silencio tienen algo de grito. Bueno, no todos. Hay minutos callados de compromiso, de que se pase ya; y hay otros de esos de contener el llanto, de temblor de canillas, de “hubiera preferido el dense fraternalmente la paz, a esto”. El de anoche en el Real, invocado por la voz de Dios, la voz de un Iñaki Gabilondo que leyó un texto emocionante, fue de los que anticipan esa emoción que necesito volver a tener cuanto antes en Las Ventas, el Teatro Real del toreo.
Gabilondo, melómano militante, tras la lectura, y en silencio, caminó desde la entrada a su asiento, enmascarado, despacio, vigilado por todos los que estuvimos, la mitad del aforo –pronto se alcanzará el 75%–, y cuando se sentó al lado de su mujer, la periodista Lola Carretero, de rojo ilusión, comenzó la función.
Desde luego hubo vida social, carnavalesca, intrigante por la falta de sonrisas. Pero vimos a Carmen Calvo, a Gregorio Marañón y su mujer Pili, a Cruz y a Pedro J., a Pérez LLorca, a Ofelia “Siruela” Grande, a Cuchy Pérez (la cuidadora de Florentino) –la semana que viene abro El Babero a medio gas–, a Emiliano Suárez, a Carmen Lomana, a Juan Pedro Moreno (“¿Te has leído ya el artículo que he enviado a TAPAS?”), a Muñoz Molina (siempre tan discreto) y a Elvira Lindo… ¿Qué sería del Real sin la crónica social, sin sus paparazzis en la puerta? Es bonito que la ópera sea un buen caladero de fotos en tiempos de la supremacía de Instagram. Me pregunto: ¿quién les comprará las fotos a los paparazzis que ayer aguantaron ‘la caló’ del foro?
No me corresponde valorar si esta Traviata pasará o no a la historia de lo visto en el Real, porque creo que se ofrece amputada por actores que no se tocan, que guardan las distancias debidas. Pasará a la historia porque ayer la obra que se representó se titulaba “Estamos juntos” y fue escrita, no por los privilegiados que ayer asistimos militantes a esta primera representación ‘postbicho’, sino por todos los que aplaudirán las próximas noches. Pasadas las once aplaudimos más de cinco minutos a los artistas, y la emoción se cortaba como ese cuchillo que se hunde en el cheesecake el día que te dieron la blanca, te licenciaste en políticas, o aquella chica te dijo sí.