Cada vez se pone más de manifiesto el ejercicio de propaganda que supuso el simulacro de aprobación de la AI Act en diciembre pasado. La supuesta normativa europea sobre inteligencia artificial nació bañada en burbujas de cava por parte de los entonces secretaria de Estado Carme Artigas y comisario europeo Thierry Breton. Ninguno de los dos sigue en el cargo.
En la sede de Grifols, el renovado clúster Catalonia Health convoca a directivos de toda Europa para hablar de los desafíos sobre IA y salud, y la regulación emerge en todas las conversaciones como una pesadilla. La última me la cuenta allí la directiva italiana de una multinacional alemana con 12 años ya de experiencia haciendo pasillos en la Comisión: no hay forma de encajar la AI Act con la regulación sobre dispositivos médicos.
Tampoco se alinea con el famoso Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). Saltan las costuras por todos los lados. El clima es de desbarajuste normativo total en Bruselas. Un nutrido grupo de asociaciones de la industria digital, entre ellas la española Adigital, acaba de publicar una carta ante la peligrosa deriva de la regulación que debe homogeneizar la ciberseguridad europea, la NIS2.
“Lamentablemente, casi todos los Estados miembros están optando por apartarse de las normas comunes de la UE a su manera: están ampliando su alcance, imponiendo requisitos mínimos más estrictos, creando una multitud de agencias de supervisión y fijando diferentes plazos de cumplimiento”. En plena psicosis mundial por el clima prebélico, ni siquiera nos aclaramos para enfrentarnos a los ciberataques.
Dice la catedrática Elisabeth Viles en el Collaborate Santander que “va a venir más regulación” para hacer que el insondable mundo de la sostenibilidad medioambiental sea más insondable aún. Hay estudios académicos que demuestran que las emisiones no se están reduciendo, que hubo un momento en que sí, pero ahora mismo se mantienen.
Y en cuanto a la economía circular, la bibliografía científica dice también que no se va en la dirección correcta. Explica Viles que muchas empresas han tomado acciones de recuperar, usar y manufacturar, y realmente están provocando un efecto contrario. Se llama efecto rebote de la economía circular y puede atribuirse a que el consumo de recursos por las soluciones tecnológicas supera a los beneficios que proporcionan.
Junto a ella, otro catedrático, Tomás Gómez-Acebo, habla casi con sorna de la que se avecina en el ámbito del hidrógeno, “un tema muy condicionado por la regulación”. Bingo. La realidad es que no hay más que un batiburrillo de normativa, pero “nadie está ganando un duro en la cadena de valor del hidrógeno”. Mucho proyecto piloto, poca aventura.
A veces se ve venir con claridad. Pese a la entusiasta presentación del acuerdo sobre la AI Act, el 9 de diciembre pasado, por parte de Breton y Artigas, tras las “maratonianas” conversaciones a tres bandas entre el Consejo, la Comisión y el Parlamento europeos, lo cierto es que el 15 de diciembre Alemania, Francia e Italia, con el respaldo de Hungría, Polonia y Finlandia, seguían sin comprometerse antes de ver el texto final.
No había nada definitivo en ese momento, en efecto, solo una foto. ¿A qué dedicaron entonces especiales los medios digitales y portadas los periódicos impresos? Los seis países que no lo veían claro concentraban al 58,89% de la población de la UE y eso suponía un problema grave, porque el acuerdo sobre la AI Act requería de la aprobación de países que sumaran al menos el 65% de la población.
El texto ha ido perfilándose desde entonces hasta llegar a algo parecido a una norma. Pero, empujada por su poderosa industria de dispositivos para el sector de ciencias de la vida, Alemania ha sido la primera que ha pedido que se paren máquinas y se analice con detenimiento. El idealista enfoque transversal de la AI Act la hace difícilmente aplicable.
Enrique Lizaso, CEO de Multiverse Computing, nuestra brillante empresa de algoritmos cuánticos, dice en el evento de Catalonia Health que, cuando entra en cuestiones de regulación europea, toda compañía cambia. “Es difícil entender la regulación a la primera , tienes que dedicar a ello tiempo que no destinas a I+D. ¿Hasta qué punto es sostenible esto para una startup sin músculo, sin equipo?”, se pregunta.
Europa ha pensado, además, en una regulación sobre la IA que debe entrar en vigor dentro de dos años, toda una eternidad en tecnología. Por si fuera poco, cada autoridad nacional tiene que interpretarla ahora, lo que promete nuevas restricciones.
La lobista italiana intenta tranquilizarme al menos en esto. No se reproducirá necesariamente el carajal de la NIS2, porque la interpretación de la AI Act por parte de los Estados se pactará en Bruselas con representantes de la Comisión, el Parlamento y el Consejo. Que nos pille confesados.
“La regulación está matando a la innovación en Europa”, sentencia Enrique Lizaso. “Tienes que entender la velocidad de la innovación, especialmente en foundation: cada dos meses tenemos un nuevo LLM más rápido, mejor, con más capacidad. Creando nueva regulación, pero no preocupándote por cómo se aplica, estás hundiendo al ecosistema”.
Alexandra Prieux, CEO de la startup de genómica Alcediag, dice que en China todos los datos para investigar tienen que ser chinos, no pueden salir del país. Y las compañías de genómica deben ser del Estado. En Europa, ni siquiera “usamos la regulación para proteger a nuestros pacientes o a nuestras compañías como hace China”.
En Estados Unidos hay poca regulación, y eso afecta a la confianza de los inversores, “pero las startups llegan al mercado más rápido y de forma más agresiva”. El problema es que el carajal regulatorio de Bruselas, con Alemania desnortada, Francia incapaz, Irlanda demasiado pequeña y unas España e Italia que ni están ni se las espera, tiene consecuencias en nuestras vidas.
Es imposible hacer data sets para entrenar los modelos de IA con datos públicos, dice un representante del Hospital Vall d’Hebron, referente en innovación tecnológica en salud, en la sede de Grifols. Hay un diferente acceso a los datos de salud según se trate del sector privado y el público, “el sistema favorece a los pacientes que se lo pueden pagar”. La ruta del dinero.