Opinión David Ruipérez

¿Mejora la IA la gestión de un hospital?

Todos los programas informáticos la incorporan en alguna medida o parecerán obsoletos.

La inteligencia artificial –IA o AI, en función de si hablamos en castellano o en inglés– se ha convertido en un concepto omnipresente hasta la náusea. Publicistas y marketinianos han descubierto que si no añades que algo emplea de alguna forma la IA no parece lo suficientemente moderno y pronto compraremos un brick de caldo de pollo en el supermercado y pondrá en un lateral “Ingredientes seleccionados por inteligencia artificial”. Todos los programas informáticos la incorporan en alguna medida o parecerán obsoletos, se recurre a ella para saber quién ganará la Champions o la Eurocopa… Promete resolvernos miles de tareas cotidianas, pero una parte importante de la sociedad cree que destruirá millones de puestos de trabajo –probable– antes de acabar con la Humanidad entera.

Entre que ese apocalipsis laboral o total llega o no llega hablemos de aplicaciones concretas, por ejemplo, la gestión de un hospital o su aplicación en el terreno de la Sanidad. Para empezar, por muy sofisticado que parezca la máquina que hace el TAC o la que administra la radioterapia, cabe resaltar que los centros sanitarios hasta hace muy poco estaban abonados a los procesos no digitalizados –como la historia clínica en papel– y se fomenta la incompatibilidad de sistemas informáticos y tecnológicos, no sólo entre los servicios sanitarios de las distintas Comunidades Autónomas sino también entre hospitales de la misma región.

Dicho esto, hace pocas fechas un pack de partners formados por Microsoft, el Hospital madrileño de La Paz, Founderz y la consultora Luzán 5 presentaron algunas aplicaciones de la IA en centros sanitarios y algunas soluciones parecen lógicas y aplicables. Lo que no quiere decir necesariamente que vayan a aplicar a gran escala mañana, eso resulta más que utópico, aunque prometan un beneficio en eficacia y operatividad. No olvidemos que esas decisiones las toman gerentes y los políticos que les han situado en su puesto.

Algunas de ellas son:

  1. Conocer la posible afluencia de pacientes ese día. ¿Cuantos no se presentarán a las pruebas o a la consulta? ¿Cuántos vendrán de improviso por una supuesta urgencia?
  2. Organización de la información. Se acabaron esas bolsas de plástico con los informes y las pruebas previas. El asistente proporciona información al profesional sanitario y las notas y observaciones de este las toma el ordenador mediante indicaciones verbales. También sugiere al profesional la última evidencia científica sobre la patología que presenta el paciente.
  3. Diagnóstico por imagen. Este es el campo más fértil para el uso de la IA, al poder detectar la más mínima anomalía comparando con millones de imágenes en milisegundos. También es posible prever la evolución –por ejemplo, de un tumor– y afinar en el pronóstico y el tratamiento.
  4. Plantear hipótesis de tratamiento. Gracia a la IA es posible –con matices– responder a la pregunta: ¿Cómo evolucionará si le administraos el tratamiento A y de qué forma lo hará si optamos por el B?
  5. Eficacia en la logística. El ciudadano corriente no suele ser consciente de lo caro que es mantener un hospital –cada año, un presupuesto equivalente a lo que costó construirlo– y que las ineficacias se traducen en una cantidad astronómica de dinero público tirado a la basura. La IA permite optimizar funciones, esquemas organizativos, rutas de distribución de fármacos o que, por ejemplo, no se queden altas sin dar un viernes sólo porque no se han cursado la necesaria orden entre departamentos del mismo centro ¿Saben cuánto cuesta un sábado y un domingo de hospitalización innecesaria? Ni se lo imaginan.

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