Opinión ANDRÉS RODRIGUEZ

La nostalgia, el combustible de los baby boomers

Gorro de la lana rojo, jeans -a poder ser de algodón japonés-, con el dobladillo dado la vuelta hacia fuera, gafas de pasta negra Moscot Lemtosh, barba de varios días blanca, pañuelo de seda anudado de manera simétrica, cinturón de hebilla gorda, anillo repujado, camisa de cuadros Filson, unas Sperry Topsider o unas botas de Indiana Jones de Alden y un buen Rolex (a poder ser un Pepsi o un Submariner). Ese es el look nostálgico de los hombres baby boomers con actitud. Poco importa que los protagonistas ronden los sesenta. Se sienten malotes, tienen pasta y a sus chicas le gusta así. Si abrazas este rollo puedes ser mayor, calvo o tener un poco de barriga, pero puedes volver a molar. A gustarte. A hacerte selfies guapos, a gustarle a tu chica. Es el look de Alberto García Alix (68).
 
Revistas como The Rake, fundada en Singapur, pero con ediciones en Inglaterra y Estados Unidos, o la alemana The Heritage Post lo han identificado claramente. Los cazatendencias de Ebay, Wallapop o Todocolección hace tiempo que ya lo saben monetizar. En la industria del automóvil, la feria Retromovil, con sus veinte ediciones ya, es un clásico de Madrid. En la mayoría de los casos estas ferias de la nostalgia nacieron como iniciativas promovidas por editores de revistas.
 
La alemana Stefanie Kobayashi, directora de la revista The Heritage Post (@Theheritagepost) conoce bien el territorio. La revista es el referente mundial de esta tendencia. El “Heritage”, que no tiene aún ninguna licencia internacional, ha llevado su propuesta editorial al rentable mundo de los eventos. Sus portadas con fotografías coloreadas como hacía Barbará Ouka Lele, y su casting de hombres -normalmente cincuentones, reales, que presumen de fetiches y actitud- la ha convertido en la biblia de la moda retro europea. Es cierto que tiene un punto de vista muy alemán, a menudo rígido, y que la moda alemana es poco versátil, muy práctica, no se permite efluvios, no contagia… pero a mi me gusta. Tengo muchas ganas de ir a la feria que organizan. La tercera edición, bautizada The Heritage Post Trade Show, tuvo lugar la primera semana de diciembre en Areal Böhler, y reunió a ojeadores de tendencias y clientes cincuentones en busca de cazadoras de aviador con logos pintados a mano, muchas bandanas, chalecos de tweet, bicis roñosas, monográficos de la revista japonesa Clutch, sombreros Stetson y canotier de Borsalino, llaveros y anillos a lo Keith Richards, trajes de pana gorda, corbatas de lana de punta cuadrada, zapatos de chúpame la punta, cheiras sioux, plumas estilográficas que quién sabe que cartas de amor habrán escrito, perfumes de abuelo y todo tipo de artilugios nostálgicos. Marcas como Blundstone (las botas de caña corta australianas), los plumíferos Pedro Gómez, siempre tan buscados, las cazadores rojas a cuadros negros de lana Woolrich, los Barbour de edición limitada o en colaboración con diseñadores japoneses -mis favoritas son las que han hecho con los neoyorquinos Noah que hace meses se han agotado-, las ediciones limitadas de las botas Red Wing, fueron algunas de las más buscadas de la feria. La edad de los compradores oscila entre los 40 y el infinito. Se llevan las barbas largas y los bigotes recortados porque es, claro, una feria más masculina que femenina, aunque las mantelerías de la abuela también se vendan bien. Lo que es seguro es que ninguno pertenece a la generación Highxtar que tiene en la cultura de las zapas su primer mandamiento. 
 
En Hamburgo la nostalgia resucitó el pasado verano un parque con atracciones diseñadas por Basquiat, Hockney y Dali. Los artefactos habían permanecido descansando en un almacén los últimos 35 años. Más de 250.000 personas acudieron a visitar su resurrección el pasado verano. La idea original fue promovida por el empresario austriaco André Heller y la bautizó Luna Luna, con la ilusión de consolidarlo como una bienal internacional alimentada con artistas europeos de distintas nacionalidades. A su fallecimiento en 1979, con 94 años, el proyecto quedó varado. La nueva promotora ha rescatado la idea Luna Luna y acaba de exportar la idea a Los Ángeles bajo el nombre Forgotten Fantasy (la fantasía olvidada) en un hangar. Las entradas oscilan entre los 38 y los 47 dólares. Darse una vuelta en un tiovivo con dibujos de Kenny Scharf, mientras escuchas la ambientación musical compuesta para entonces por Philip Glass, no te ocurre todos los días. La financiación del proyecto ha sido impulsada por el rapero Drake en colaboración, claro, con Live Nation. Los personajes de Keith Haring son junto al laberinto de Roy Lichtenstein, una de las instalaciones más visitadas.
Y mientras tanto Elton John (76) anuncia la subasta de más de 1.000 piezas que estaban acumuladas en su mansión en Atlanta. Está claro que el pianista, rico, riquísimo, prefiere pasar a la historia ligero de equipaje y la casa de subastas Christies se ha puesto a su servicio. Las pujas arrancarán el día 21 de Febrero y la maquinaria de promoción ya se ha puesto en marcha con clips para televisión, catálogo solo para coleccionistas e invitaciones por mail para participar. Toda la atención se la lleva un Bansky cuyo precio de salida es de 1.5 millones de dólares. Como titula el New York Times, “Elton John quiere hacerse pequeño”. ¿Quiénes serán los compradores? Adictos a la nostalgia claro, ese combustible que te engaña pensando que compras tiempo para tu vida, que rejuveneces, cuando lo que está pasando es que cambias de juguete, que acumulas, que amontonas. Elton John lo sabe y tú ahora al leer esta columna también.