¿Quién disfruta de ver anuncios? Ahora casi no nos acordamos de los famosos 17 minutos seguidos de publicidad de las teles generalistas que daban para echarse una siesta. Tampoco resultan agradables las ventanas emergentes –pop up– cuando navegamos por internet, las menciones cansinas de los locutores de radio, las interrupciones de las canciones en Spotify o una enorme valla con un coche rojo que te han puesto delante de la oficina.
Pero sin publicidad como vía de financiación no hay programas de televisión o podcast, ni es posible escuchar la narración de un partido de fútbol en la radio… Sin embargo, hay un tipo de publicidad que nos «molesta» relativamente poco, que incluso no percibimos exactamente como ese mensaje perturbador con interés comercial, sino más bien como una recomendación exclusiva y personal para nosotros que encima podemos comprar con un simple clic. ¿El sueño húmedo de cualquier ejecutivo de Publicidad? No, se trata de la publicidad que nos bombardea de forma muy sutil y aterciopelada cuando dedicamos entre una y dos horas al día a consultar las redes sociales. Vamos, que nos atiborramos de anuncios sin que se nos haga bola.
Ya da bastante pena ser conscientes de que, si excluimos las ocho horas de dormir –quien duerma ocho horas, claro– y las ocho de trabajo quedan libres otras ocho horas de las que ¡¡¡una cuarta parte!!! se nos puede ir viendo reels y absurdeces variadas en las redes. ¿Involucionamos como especie a nivel intelectual? Puede ser.
El caso es que esa forma de publicidad reporta a TikTok, la red más lucrativa, unos 10.000 millones de euros anuales. Como decíamos, al ver publicaciones en esta red o en Instagram, por ejemplo, visionamos muchos más mensajes comerciales de los que aseguramos ver. Y este negocio puede verse afectado por los planes de la Unión Europea para acabar con el llamado ‘scroll infinito’, es decir, con que podamos ver vídeos sin límite desplazando de arriba a abajo nuestro dedo índice.
Hay dos hechos ya incuestionables incluso bajo la lupa de la ciencia. Uno, podemos estar mucho tiempo viendo gente hacer cosas en las redes y que no tengamos constancia de que han pasado dos horas, que nos parezcan que han sido apenas veinte minutos. Dos, no podemos parar, la sucesión de vídeos engancha como la cocaína. Si un vídeo no nos convence tras los primeros cinco segundos pasamos a otro. No hay un instante para pensar, para levantar la mirada y decir “lo dejo por un rato”. Los mecanismos cerebrales y el baile de neurotransmisores que intervienen en este proceso están estudiados y guardan similitudes con las adicciones a sustancias.
Si Europa pone un freno legal a esta forma de presentación de contenidos en las redes sociales –suponiendo que lo consiga– la proporción de anuncios respecto a los contenidos creados por usuarios quizá deba reducirse con la consiguiente amenaza para las arcas de la empresa china propietaria de TikTok (ByteDance) o de Instagram/Facebook (Meta). Seguro que encuentran alternativas, pero podría suponer matar su actual gallina de los huevos de oro.
Por otra parte, hay quien podría verlo como un ataque a la libertad individual. ¿Y si yo, adulto en plenas facultades, no quiero que me limiten el tiempo o modo en que disfruto de contenidos de poca o nula utilidad? Hay que reconocerlo, a veces esos productos que nos ofrecen son precisamente algo que andábamos buscando o que nos enamora. Un nuevo debate en torno a las amadas y odiadas redes sociales está servido.