Opinión Matias Costa

«No me apetece salir con usted en la foto». Adiós, Colita

Colita fotografiada por ©Gloria Oyarzabal para la exposición "Una Visión Propia", de la plataforma CSF-Como Ser Fotógrafa, que se pudo disfrutar este pasado verano en el Museo Lázaro Galdiano (Madrid) dentro de la programación de Photo España

“De momento, Señor Wert, no me apetece salir con usted en la foto”. De esta forma se dirigía la fotógrafa Colita (Barcelona, 1940) al entonces ministro de cultura para rechazar el Premio Nacional de Fotografía en 2014, en protesta por la “pena y vergüenza” que sentía por la situación “tóxica” de abandono e indiferencia que atravesaba la cultura en España. Se sumaba así, coherente con su trayectoria reivindicativa, a otros autores que ya lo habían declinado la aceptación del galardón, como el músico Jordi Savall, el escritor Javier Marías o el artista Santiago Sierra.

Diez años después, pocas horas antes de la llegada del 2024, nos dejaba Isabel Steva Hernández, “Colita”, una de las fotógrafas renovadoras del lenguaje fotográfico del último franquismo y la transición en Cataluña. Compañera de generación, aunque la menor de otros maestros, como Catalá Roca, Oriol Maspons, Xavier Miserachs o Ramón Masats, fue de las escasísimas mujeres fotógrafas de los 70 y 80, muy vinculada a la Gauche Divine del tardofranquismo y la transición, que supo captar la transformación de Barcelona, desde una mirada viva, luchadora y feminista.

Fue especialmente prolífica como retratista, y gracias a su cercanía con el círculo intelectual de la época, pudo retratar a personajes de la talla de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Joan Manuel Serrat, Orson Welles o Salvador Dalí. Tuvo un vínculo muy intenso y duradero con el mundo del flamenco, al que le introdujo su amiga, la bailaora Carmen Amaya. Bajo esa bendición, la de “una santa” respetadísima por los flamencos, entró en contacto y fotografió a gigantes como José Menese, La Chunga, Peret, Paco de Lucía o Manolo Caracol.

Pero junto a sus obras como retratista, Colita tuvo una intensa producción como fotoperiodista, documentando la Barcelona que comenzaba a abrirse al mundo, especialmente a Francia, en los años 60, como parte de esa Gauche Divine que se daba cita en el Bocaccio, en cuyas fiestas ella también era “un personaje”. O infiltrándose en el entierro de Franco, disfrazada con una bandera de España y haciendo el saludo franquista. Los títulos de muchas de sus fotos no hacen concesiones a lo políticamente correcto, no era su estilo, dejándonos espontáneas imágenes como Putas del Barrio Chino (Barcelona, 1969) o Facha (Madrid, 1975).

Después de una breve estancia de un año en la Sorbona de París, volvió a Barcelona para hacerse un lugar en el mundo de la fotografía en los primeros 60. Su primera exposición la hizo en 1965, junto a compañeros de generación como Oriol Maspons o Román Vallès. En 1971, con todos los retratos de su entorno social, configuró la exposición La Gauche qui rit (La izquierda que ríe), en la Galería Aixelà, patrocinada por Bocaccio. La muestra duró dos días, ya que fue clausurada por la policía franquista.

Colaboró con la prensa de la época, fotografiando la transformación de Barcelona en la transición, y dirigió el departamento de fotografía de la revista “Vindicación Feminista”. En sus más de 40 años de profesión ha realizado más de 40 exposiciones, con dos grandes retrospectivas en 2009 y 2014 y ha publicado una treintena de libros. Ha recibido, entre muchos otros galardones, el premio a la trayectoria Bartolomé Ros en 2015, y la Medalla al Mérito en las Bellas Artes en 2021.

Desde hace algunos años, Colita había dejado de fotografiar voluntariamente, para enfrascarse en la gestión de su archivo, junto al comisario Francesc Polop, realizando retrospectivas y viajando para participar en conferencias, entrevistas y proyectos vinculados a su producción fotográfica.

Su militancia en la “cultura universal” la posicionó en un lugar muy crítico frente a los “fanáticos y mediocres” que a su juicio “han convertido a Cataluña en una cosa que no es”, como asegura en una entrevista inédita, publicada tras su muerte por Eldiario.es. Y así lo quiso subrayar en su carta de renuncia al Premio Nacional en 2014: “mi condición de ciudadana catalana y la situación actual nada tiene que ver con mi renuncia, no hagan inventos”.

Nos deja Colita, cuyo nombre se debe a una anécdota que su padre le contaba, asegurando que había nacido debajo de una col. De los grandes maestros de la fotografía de su época se suele decir que de haber nacido al otro lado de los pirineos serían universalmente reconocidos, como Cartier-Bresson o Doisneau. A mi no me cabe ninguna duda de que en el caso de Colita es así, con el añadido de que a una mujer en aquella época no le resultaba fácil recibir la aprobación y el aplauso en un mundo, el de la fotografía, hasta hace poco eminentemente masculino. 

Pero afortunadamente nos queda su obra, ahora en el Archivo Colita Fotografía, en el Arxiu Municipal de Barcelona, y en colecciones como las del MACBA, el Reina Sofía o la Fundación Vila Casas.

Personalmente, entre las muchas imágenes que me entusiasman de su legado fotográfico, me emociono especialmente con las que hizo la joven Colita al volver a Barcelona, en los primeros 60, con la energía y el hambre de una veinteañera que quería descubrirlo todo y contarlo todo. Obras como Novios el cementerio (1962), Gran nevada, monjas en el tejado (1962), La zapatería (1962) o Puerto de Barcelona (1966), me remiten a la gran fotografía universal de la que Colita quería formar parte.

Descanse ella en paz, y que no descansen sus fotos, que sigan rodando.