Se ha muerto Ibáñez, que era el de el medio de Mortadelo y Filemón.
Como miles de personas de mi edad, crecí con sus historias que se me hacían muy reales. Mi vida no era muy diferente a sus historietas, aunque siempre había alguna situación o misión mas fantástica que mi realidad y eso me daba mucha envidia.

A lo tonto me convertí en dibujante por un error de mi padre que me abrió la puerta de la creatividad, y ya después de aquello le fue imposible lograr que me atrajera un colegio. Ibáñez influyó también en aquello, puesto que reafirmaba la idea de que te podías ganar la vida dibujándola.

Ibáñez sufrió, como yo, el robo y la utilización de sus personajes por parte de una editorial sin escrúpulos. Yo en su día no entendía por qué a veces había en el mercado historietas de Mortadelo y Filemon aburridas y con los personajes raros, hinflados y chungos; claro, era una tribu de «ilustraidores» al servicio de la carroñera editorial.

Al final, con todo el caso en los juzgados e Ibáñez agotado, otra editorial salvadora arregló la injusticia, se destruyeron las copias e Ibáñez regresó con sus hermanos, hijos y demás criaturas de su extensísima familia.

Me extrañó mucho que en mi batalla contra los ladrones de mi imaginación se pusiera de perfil. Forges no me acompaño a las trincheras porque su colega Alberto Corazón tenía amistad con el enemigo, pero Forges dio la cara, me dio la razón y fue muy amable y generoso.

Ibáñez, como digo, se escaqueó como lo hacen casi todos sus personajes. Por eso no me extrañó, y como no podía ser de otra manera, me dio igual y seguí adorando sus comics y su cabeza. Y ademas sé, que era buena gente.

Yo sigo viendo todos los días situaciones ‘Fellinianas’, ‘Cafkianas’ o de ‘Mortadelo y Filemón’. Siempre hago comparaciones con los absurdos chistes tipo: «¡Ten, para que te tomes un refresco!» y Filemón le daba una pajita a un botones que había llevado tropecientas maletas a 40 grados.

Luego hay una viñeta que sigo teniendo en la cabeza y que nunca entendí; y una palabra de esa viñeta la sigo utilizando cuando no entiendo algo y quiero que mi interlocutor tampoco me entienda.

Fue en un comic de Rompetechos, personaje genial que no veía ni hostias pero que supuestamente oía bien, donde se cruzaba sin venir a cuento de nada con Frankenstein, que iba diciendo «Krekogañek, krekogañek…» y Rompetechos preguntaba sin temor alguno, porque no veía que se estaba cruzando con Frankenstein: «-¿Que qué hora es?», miraba el reloj, curiosamente veía la hora, y se la decía a Frankenstein.

¡Pero si Rompetechos no era sordo! Ahi me enamore definitivamente de Ibáñez porque no entendí nada, porque la vida como la muerte es Krekogañek!