Desde que el ser humano descubrió el fuego, siempre hemos estado quemando algo para conseguir energía. Hasta la llegada de la electricidad. La producción eléctrica comenzó en el siglo XIX, con la primera central hidroeléctrica en EE UU. No se les ocurrió mejor lugar que las cataratas del Niágara, en 1879. En la antigüedad el agua movía norias y después turbinas.

La industria del petróleo había comenzado muchísimo antes, aunque hubo que esperar hasta 1837, en Bakú, para ver la primera refinaría moderna para elaborar parafina, elemento clave para las lámparas y la calefacción. Poco a poco, fue desplazando a la industria ballenera y el aceite de los cetáceos. Un canadiense, Gesner, inventó el queroseno y pronto llegaron las primeras multinacionales como la Standard Oil y el motor de explosión. Era el inicio del imperio del petróleo, la era del oro negro.

Después de dos siglos de dominio, la industria del petróleo comienza a vestirse de luto. Ve cercano su entierro. No será rápido, pero llegará. La Agencia Internacional de la Energía cree que el pico máximo de demanda mundial de petróleo se alcanzará en 2028. La propia AIE indica que la cota más alta de venta de gasolina fue en el pasado, en 2019, con el inicio de la Covid. Desde entonces, el barril de crudo ha ido hacia abajo, como el consumo de este tipo de combustible. La pandemia trajo nuevas costumbres y hábitos sociales y laborales diferentes, como el teletrabajo, con menores desplazamientos. También influye el desarrollo de nuevas tecnologías, como el vehículo eléctrico. La esperanza de la industria del petróleo se centra en uno de sus productos originarios: el queroseno, el principal combustible de la aviación.

Las grandes compañías energéticas se mueven más que un cigüeñal y percuten en nuevos proyectos más allá del petróleo. Las eléctricas se frotan tanto las manos que generan electrones. No solo ven como se electrifica el tejido productivo, es que sus plantas renovables son un pilar fundamental para la elaboración de hidrógeno verde. Tanto Iberdrola como Cepsa aceleran sus programas de hidrógeno verde en Andalucía. Una producción que, a través de barcos metaneros, se trasladará a los Países Bajos, donde las compañías neerlandesas y nórdicas distribuirán después por toda Europa, en especial hacia los centros industriales alemanes, sedientos de gas tras la invasión rusa de Ucrania.

Las petroleras no están paradas, no desean que las hagan luz de gas. Repsol, por ejemplo, compra compañías eléctricas, plantas solares y también, desde Bilbao, compite en el negocio del hidrógeno verde hacia Europa. Lo curioso, es que las tres compañías han elegido el transporte naval para trasladar su producción. El gasoducto Barcelona-Marsella, impulsado por Pedro Sánchez, queda, por ahora, orillado. Los barcos son más flexibles, se sabe desde donde parten y pueden cambiar de rumbo y destino con más facilidad.

El estallido de las energías renovables es indudable. En España se ha llegado a cubrir la mitad del consumo con la solar y la eólica. Además, los precios de producción siguen a la baja. No solo hay cambios intensos en el mundo del kilovatio, también en el resto de la industria y en los servicios. En los datos de inversión ofrecidos recientemente por el BBVA se aprecia un notable incremento de la inversión en maquinaria, motores y bienes, equipos eléctricos. Se movilizan gigantescas inversiones en nuevas fábricas tanto de coches como de baterías, a la espera del milagro en el almacenamiento, mientras el autoconsumo se extiende por hogares, comercios, factorías y supermercados. Sus tejados se transforman en centrales energéticas. Las empresas se adaptan y cambian de apuesta, del negro petrolero al verde renovable.