Se han cumplido cincuenta años de la primera llamada telefónica hecha desde un móvil. La hizo Martin Cooper, entonces vicepresidente de Motorola. Cooper llamó a un amigo suyo que trabajaba en Bell Labs, la división de investigación de AT&T.
Sólo había dos antenas de móvil en Manhattan: una estaba en el hotel Hilton, desde donde se hizo la llamada. La segunda fue instalada por Motorola frente a la sede de AT&T en Manhattan.
La primera antena se usó solamente para hacer esa primera llamada. La segunda antena se usaría más veces: su único propósito era que los comerciales de Motorola pudieran recibir llamadas –aparentemente casuales– en su móvil durante las reuniones con directivos de AT&T. AT&T era el único cliente que estaba en condiciones de invertir en la tecnología móvil que proponía Motorola.
No debieron quedar muy impresionados los directivos de AT&T con la ingeniosa treta. Tardaron siete años en pedir a Mckinsey que hiciera una primera estimación sobre el tamaño potencial del mercado de este tipo de terminales. La respuesta de Mckinsey ha pasado a formar parte de la antología de los disparates del sector de la consultoría: en su análisis aseguraban que el mercado potencial del móvil era, como máximo, de un millón de clientes.
El zapatófono
No es que aquellos consultores fueran unos torpes. Hicieron el cálculo con los datos que tenían en aquel momento. El DynaTAC de Motorola no vería la luz hasta 1983, y cuando salió al mercado costaba el equivalente a 12.000 euros de hoy. La señal era pobre, una buena parte del país no tenía cobertura. El terminal pesaba un kilo y 250 gramos, y fue bautizado como el Shoe Phone (el zapatófono).
El patinazo de aquel equipo de McKinsey responde a un sesgo errático frecuente cuando pensamos en el futuro. Conforme se avecina un cambio que generará una disrupción con crecimientos exponenciales, nuestra cabeza no está preparada para calibrarlos.
Nos está pasando ahora con la Inteligencia Artificial. Nos movemos entre el modo Don’t Look Up –“eso” no será capaz de hacer mi trabajo tan bien como yo– y el pánico de pensar que terminará aniquilando nuestra civilización. Ni una cosa ni la otra son verdad. El impacto de la IA afectará al mundo de una forma profunda, pero lo hará retocando factores y escenarios en los que nadie está pensando ahora mismo.
Es lo que les pasó a aquellos ingenieros de Motorola. Pensaron que el móvil sería simplemente un teléfono. Predijeron que el móvil nos haría más libres.
Pues mire usted, ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario.
Lo que llevamos ahora en el bolsillo es un móvil, sí. Y una radio. Y una televisión. Y el buzón de correos. Y la oficina. Y la agencia de viajes. Y el supermercado. Y una cámara de vídeo. Podríamos seguir.
Por otra parte, muchos tenemos un problema de adicción a la pantalla; nuestra sociedad está más polarizada que nunca, y quienes deciden lo que hacemos en el móvil no son personas, sino algoritmos. ¿Somos más libres que antes?
El móvil de Michael Douglas en Wall Street
Pero volvamos esta historia que arranca en 1973. Es fascinante.
Durante los primeros diez años de vida del producto, los early adopters fueron personas como Gordon Gekko, el protagonista de Wall Street, la primera película de Hollywood en la que vimos estos terminales de Motorola.
El móvil era un artículo de lujo. Quizá algunos opinaron entonces que este privilegio generaría una fractura social entre los que tienen y los que no tienen. Pero quienes piensan así tienden a equivocarse. Porque estos primeros clientes financiaron el desarrollo masivo posterior de la tecnología: el capitalismo hizo su magia, y abarató los terminales. El DynaTAC costaba, les recuerdo, 12.000 euros. El móvil chino de repuesto que yo tengo hace lo mismo que un iPhone y me costó cincuenta euros. Y es mucho más pequeño que el zapatófono de Michael Douglas…
Dos ciclos de masificación
El teléfono celular dejó de ser un producto de lujo merced a dos ciclos de masificación.
El primero ocurrió entre1993 y 2000. Las telefónicas invirtieron en la red, y para amortizar sus fuertes desembolsos, hicieron que los móviles se abaratasen hasta el punto de que todo usuario profesional tenía uno. Entonces, era novedoso un concepto –el Lifetime Value– que facilitó la expansión. ¿En qué consiste el LTV? Se calculan los ingresos futuros de la suscripción a la línea de un cliente en el tiempo, y para lograr su fidelidad, se le ata con un terminal financiad (el elevado coste de los terminales posteriores al iPhone dinamitaría esta estrategia).
Este recurso permitió una segunda ola de masificación del uso del móvil, la que ocurrió entre 2000 y 2010. A finales de la primera década del siglo se hizo evidente el error de cálculo de McKinsey. El mercado alcanzó la cifra de 4.600 millones de usuarios de móvil. (Sí que es difícil hacer estimaciones sobre procesos exponenciales, ¿verdad?).
Pero la historia no terminó en estas dos primeras temporadas. El Juego de Tronos del mercado móvil cambió radicalmente en una tercera.
Durante los primeros 20 años, los ganadores de este mercado fueron los fabricantes de terminales –Nokia, Motorola– y las telcos. Pero en 2007 Steve Jobs lo cambió todo. Entró tarde en un mercado que parecía saturado, cambió la naturaleza del negocio, y logró que la tarta fuera mucho más grande de lo que fue al principio.
El móvil se convirtió en un ordenador. Y cuando los bits entraron en acción, el software se convirtió en la dinamo del sector. Esto explica que los fabricantes del ciclo anterior desaparecieran del mapa. Y que quienes de verdad capitalizaron el nuevo ciclo serían empresas que no existían en 1973: Apple, Google, Amazon y Facebook.
Ciclos tecnológicos y vida acelerada
Para mí, la gran lección de esta historia es que los ciclos tecnológicos no son tan rápidos como pensamos hoy. Comienzan mucho tiempo atrás en proyectos de investigación que pocos detectan cuando se producen. Esos proyectos tardan decenios en madurar. Cuando maduran, se combinan con otros ciclos de cambio y generan una espiral en la que da la impresión de que la vida se acelera. La explosión final del proceso es la más grande.
En el caso que nos ocupa, cuando el ciclo del móvil se combina con el ciclo de los chips y el ciclo de Internet, produce una serie de shocks encadenados en los que parece que todo se acelera. Pero un iPhone de 2023 es en esencia el mismo dispositivo que diseñó Steve Jobs (que en paz descanse) en 2004.
Seguirán otras transformaciones
La IA nace en los años cincuenta en los campus americanos. Se abandonan los primeros caminos por infructuosos, hasta que en los 90 un profesor de Toronto llamado Geoffrey Hinton inventa nuevos caminos de exploración. Ahora, 25 años después, estos caminos han dado su fruto en la forma de ChatGPT.
¿Quiénes serán los grandes protagonistas y los grandes beneficiarios de esta etapa?
No lo sabemos, pero probablemente no sean ni Microsoft ni Google. Este ciclo generará otros ciclos de productos en los que no estamos pensando en este momento. Y todo volverá a cambiar.
¿Creemos a los inventores de ChatGPT cuando nos dicen que la vida será maravillosa con la IA?
Hmmm… Contemplamos con fascinación los inventos. Proyectamos en ellos nuestras esperanzas de felicidad. Y nos equivocamos una y otra vez. La historia nos ha enseñado que no debemos abandonar en la tecnología el diseño de nuestro proyecto de una vida plena. Siempre nos defraudará.
Ya sabemos es que pese a lo que pensaban unos tipos que cambiaron el mundo en 1973, la tecnología no nos hará ni más libres ni más felices. Eso depende de nosotros. Pero la historia será fascinante.