Opinión Eugenio Mallol

La guerra de innovación que cambiará a Defensa

El primer año de la invasión terrible de Ucrania ordenada por Vladímir Putin ha mostrado la cara más cruel de la guerra, la que convierte el sufrimiento de los civiles en arma. Pero también, desde el punto de vista de la innovación, ha aflorado la necesidad de reposicionar a los sistemas de defensa europeos para que evolucionen (y que les dejen hacerlo en el caso español) al ritmo de la transformación tecnológica y digital. Con mentalidad de startup.

De la situación de los ejércitos europeos deja constancia un reciente y demoledor informe de la consultora McKinsey. En Italia, Francia y Alemania, menos del 50% del equipo existente está disponible en algunas categorías principales, como helicópteros, debido a la necesidad de mantenimiento y reparación. Esa precariedad no está a expensas únicamente de un incremento del gasto que, si se mantiene la amenaza rusa, podría oscilar entre el 53% y el 65% hasta 2026, rozando el medio billón de euros a nivel continental.

Hay que considerar otros factores como la inflación, que reducirá el poder adquisitivo de los Estados. Pero, sobre todo, es difícil superar la descoordinación tecnológica en los sistemas de Defensa: frente a los 15 modelos europeos de tanques, EEUU tiene solo uno; hay 27 tipos obuses 155 mm europeos frente a 3 norteamericanos; 26 modelos de destructores y fragatas frente a 4; 17 tipos de ¡torpedos! frente a dos; o 13 clases de misiles aire-aire frente a 3.

Esa creatividad europea contrasta con el hecho de que, a raíz de lo que se conoce como el “dividendo de la paz”, tras la caída de la Unión Soviética, la mayoría de empresas han reducido su capacidad de producción por la caída de pedidos, tienen problemas para atraer talento e incluso carecen ya de hangares o almacenes que les permitan fabricar más plataformas y piezas de repuesto al ritmo de lo que requiere la guerra de Ucrania.

Por si fuera poco, la industria militar europea se ha visto también afectada por los problemas de la cadena de suministro para acceder a materiales como el titanio y comprar semiconductores. La innovación resultará tan decisiva como el presupuesto para rearmarse.

Los sistemas de Defensa europeos no sólo estaban en una situación mucho menos operativa de lo que requieren las actuales circunstancias. Además, tienen la obligación de familiarizarse con la tecnología que se produce en su país y, probablemente, abandonar la torre de marfil y derribar alguno de los muros que impiden a las empresas certificarse como proveedores. El riesgo de dejar en manos de un enemigo exterior una innovación alumbrada en el propio ecosistema de I+D se siente hoy como más real que nunca.

La OTAN dio un giro de timón al crear en 2020 el Grupo Asesor sobre Tecnologías Emergentes y Disruptivas (EDT) al que se sumó, un año después, el Acelerador de Innovación de Defensa para el Atlántico Norte (DIANA) y un fondo multinacional de capital de riesgo. Tecnologías como el big data, la inteligencia artificial (IA), los sistemas autónomos y las tecnologías cuánticas están en esa agenda. En su primer informe, el Grupo Asesor instó a lanzar iniciativas de colaboración con actores externos tanto de la industria como del mundo académico.

Y quizás pueda atribuirse a ello (y a que con la situación de Ucrania ya no se puede seguir poniendo más palos en las ruedas desde el ámbito político) uno de los fenómenos característicos del momento actual en España: en el ecosistema de I+D+I resulta mucho más habitual hoy contactar con representantes de Defensa y de los servicios de inteligencia para intercambiar conocimiento. (¿La ‘nueva’ Indra militar, una vez escindida Minsait, podría ser también un síntoma del cambio de aires?)

Expertos de The Washington Institute comparan la batalla tecnológica desatada en Ucrania con la que se vivió durante la Guerra Civil española en los años 30 del pasado siglo. Nuestro país fue un banco de pruebas para muchas de las tecnologías y tácticas utilizadas en la posterior contienda mundial, en particular el bombardeo aéreo de objetivos civiles y militares.

Podría valer la analogía, aunque el campo de innovación es hoy, lógicamente, distinto. Al margen de los intercambios de golpes en el ciberespacio ucraniano y ruso, la infección por ransomware de la mítica Universidad Technion de Israel o los ciberataques a infraestructuras estratégicas en EEUU y Europa podrían considerarse hitos con enorme carga simbólica para describir la inseguridad actual. Se batalla por la desinformación y el robo de secretos.

No es casual, por otra parte, que el vicepresidente ucraniano Mykhailo Fedorov levantara de sus asientos al público del Web Summit de Lisboa mostrando un dron, y anunciando que lo repararía en el frente con impresoras 3D, antes de llamar a los innovadores a probar su tecnología ayudando a su país.

Los drones y, más en particular, los modelos Shahed-131 y Shahed-136 que fabrica Irán, convierten hoy a ese país en uno de los beneficiarios tecnológicos de la guerra. Gracias a ellos, Rusia está ahora mismo en el lado ganador de la «curva de imposición de costes», ya que los drones de la serie Shahed cuestan alrededor de 18.720 euros cada uno, mientras que los misiles aire-aire o los interceptores terrestres que los destruyen valen entre 375.000 y 1,12 millones de euros.

Ucrania combate con innovación a pie de trinchera. La unidad Dnipro-1 de la Guardia Nacional, el taller civil Dronarnia en Kiev o el software capaz de convertir a tablets y smartphones en herramientas de selección de objetivos, son algunas muestras de su heroísmo. Ha convertido al talento en una cuestión de seguridad nacional. De hecho, ha sido la apuesta por la formación STEM de los jóvenes ucranianos durante la última década una de las claves de su capacidad de resistencia tecnológica actual.

Puede sonar a gélido pragmatismo, pero los conflictos armados permiten expandir la innovación porque no exigen a los fabricantes respeto por ninguna clase de estándares de prueba, obviamente tampoco por la seguridad. El Global Risks Report de 2023 del World Economic Forum predice, en efecto, un impulso rápido y “sin restricciones” de tecnologías de uso dual, civil y militar. En el pasado Foro de Davos muchos salieron preocupados porque no se habló de las vías para poner fin al conflicto, sino del envío de tanques. Un duro panorama.

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