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Opinión Baruc Corazón

Consciencia corporativa

Desde la perspectiva de un cambio de paradigma, el siglo XX ha supuesto la eclosión del materialismo y, al tiempo, su transformación.

Propongo que vivimos en la era trans: la era de la transmaterialidad. Veámoslo de esta manera: la “revolución del diseño” iniciada con el boom del prêt-á-porter a mediados del siglo XX implicó una visión del producto que trasciende su propia materialidad al convertir un valor intangible (el diseño) en el principal atractor. El caso más claro es el de la minifalda de Mary Quant o Courreges (los dos diseñadores que hicieron de esta prenda un referente de su marca), una prenda que costaba tanto más cuanto menos tejido consumía.

Desde la perspectiva de un cambio de paradigma, el siglo XX ha supuesto la eclosión del materialismo y, al tiempo, su transformación. El ejemplo de la minifalda, en este contexto, no es sino una representación de lo que ha sucedido en todos los aspectos de la sociedad.

Por ejemplo, la ciencia: el siglo XX comenzó con el descubrimiento de que la materia es energía (Einstein). Si ésto ponía en evidencia todo el sistema de la física clásica, la física cuántica ha abierto las puertas a un nuevo universo tan real como el que antes se consideraba el único existente, en el que la consciencia interviene activamente.

La economía, motor del capitalismo, ha seguido una evolución similar: de estar basada en algo tan físico como el producto, ha pasado a lo especular (del latín specularis, espejo), es decir, lo que no es tangible, como la imagen del espejo. No hablo solo de la pérdida de una referencia física para determinar el valor del dinero (el patrón oro se abandonó en los años setenta), sino a que a comienzos de siglo el 80% la economía era productiva, y apenas un 20%, financiera, pero a finales del siglo las cifras se habían intercambiado.

El proceso de financiarización ha supuesto a su vez la prevalencia de las grandes instituciones y corporaciones (los únicos “cuerpos” que pueden nadar en esas aguas) sobre los individuos.

Por otro lado, la creación de internet ha posibilitado la inmersión en la trans materialidad, de lo real a lo virtual.

La industria del dato ha potenciado el crecimiento de grandes corporaciones, algunas de la cuales han adquirido más poder que la mayoría de los gobiernos, sin encontrar apenas restricciones, como bien expone Shoshana Zuboff en La era del capitalismo de la vigilancia.

Todo ello nos sitúa ante un cambio de paradigma que provoca ansiedad e incertidumbre, lo cual impele a muchos individuos a reaccionar negándose a aceptarlo, o evadiéndose de ello. Son dos actitudes que llevan a un círculo viciosos, pues cuanto más se niega lo que sucede y más sucede lo que se niega, más rabia se genera; y cuanto más atención le dedicamos a aquello que nos distrae de la realidad (sea una serie o una conspiración), más ansiedad nos provoca enfrentarnos a ella, pues menos preparados estamos para entenderla.

Yuval Noha Harari plantea en Homo Deus la nueva realidad en clave de dos visiones enfrentadas: dataísmo y humanismo. Sin embargo, no considero que estén enfrentadas, sino que son dos caras de la misma moneda.

El producto, una vez desvestido de su materialidad, a los ojos de una inteligencia artificial (IA) es visto como una nube de datos, y a los de una inteligencia consciente (la del ser humano), como una nube de valores.

Digamos que no son dos cosas distintas, sino una misma, procesada por dos tipos de inteligencia diferente, o dos idiomas: el de la IA, y el de la conciencia.

En NoDiseño. Propuesta para una nueva creatividad explico que nos encontramos ante un choque de placas tectónicas (la de los individuos, y la de las corporaciones), y que de cómo afrontemos ese choque depende nuestra supervivencia. Hilando esta referencia tectónica con otra evolutiva, establezco una analogía entre la era de las corporaciones y la de los dinosaurios que nos precedieron, en el sentido de que son unos seres más fuertes que se alimentan de nosotros. Visto así, ¿la era del ser humano es un eslabón entre estos dos tipos tan diferentes de dinosaurios?

Nuestro miedo parte de una creencia común compartida: que las corporaciones no tienen alma, y los seres humanos sí. Pero, ¿esto es así? Esta pregunta es el punto de partida de la propuesta de Diseño consciente.

Tengan alma o no, lo que planteo es que las podemos educar. Y que las debemos educar.

Hasta ahora, hemos visto que una forma es mediante nuestras decisiones de compra: al elegir unos productos, y no otros, les estamos proporcionando la información que necesitan para ajustar su producción a nuestras preferencias, y vender más. No es que desarrollen una conciencia de sostenibilidad, por ejemplo, sino que optan por acciones que se orientan hacia la sostenibilidad para ganar clientes (lo cual se tipifica como greenwashing). De modo que, si adquirimos conciencia del poder que ello nos confiere, podemos orientar nuestras elecciones hacia aquello que ayude al Bien común, y dirigir a las corporaciones hacia éste.

Nuestra responsabilidad como diseñadores es mayor, pues nuestra acción genera productos o servicios que son consumidos. En este marco sitúo lo que he bautizado como la filosofía de “bienes para el Bien”, que desde la perspectiva del consumo se traduce en consumo consciente, y que es fácil de entender: un buen diseño es aquel que contribuye al Bien común. No sólo es necesario que cumpla unos requisitos funcionales y estéticos, sino que incorpore una serie de valores que hagan que el mundo mejore gracias a su diseño. Generar un nuevo producto en un mundo sobresaturado de productos es una responsabilidad que debe ser afrontada con coherencia y con conciencia.

Esto implica especialmente a los líderes y gestores de lo colectivo (CEOS o, en general, lo que se conoce como “Ces” de las corporaciones). ¿Son unos esclavos de éstas, atados de pies y manos para servir a su señor? ¿O son parte de un cuerpo colectivo con conciencia propia, con la que se puede conectar?.

Nuestra acción en el mundo es lo más relevante de nuestra vida, pues hemos venido para hacer. No hay un proyecto, una iniciativa, una empresa ni una corporación que no tenga un papel relevante en el mundo que construímos, y una oportunidad única de adquirir presencia (es decir, de ser).

El trabajo que propongo como consultor está dirigido a incorporar la consciencia a todas las áreas del proyecto y sus procesos, comenzando por la propia corporación u organización. Uno de sus efectos es ejercer un liderazgo desde el propósito. Lo denomino Consciencia corporativa.

Una nueva era, un brave new world, implica una nueva forma de hacer y entender la empresa.