72.480, El Gordo de la Lotería de Navidad
Opinión Gustavo Entrala

Así convencí a Benedicto XVI de algo que nadie quería que hiciera

¿Qué obstáculos había para la presencia del Santo Padre en las redes sociales? Todos ¿Cómo se operó el cambio? Sí, yo estaba allí con el Benedicto XVI cuando le dio al botón tweet por vez primera. Detalles sobre ese suceso más adelante.

El 12 de diciembre de 2022 se cumplieron diez años del estreno de la cuenta @Pontifex en Twitter. Comencé a redactar esta columna unos días antes de que se hiciera público el estado de salud del papa emérito. El destino -la providencia, para los creyentes- ha querido que la efemérides coincida con una diferencia de días, con el fallecimiento del papa Benedicto XVI, el primer papa tuitero.

El Papa tiene en este momento 53 millones de seguidores en Twitter y publica desde 9 perfiles idiomáticos (incluyendo el latín). Además, tiene cuenta en Instagram.

Cuando visitas el perfil de Francisco en Twitter, el algoritmo te sugiere seguir también a Elon Musk, a Bill Gates y a Bill Maher, comunicador de la HBO. Lo de Elon Musk y Bill Gates puede entenderse: ambos son iconos globales con influencia, como el papa. Pero que Bill Maher esté en ese listado sorprende más. Maher es ateo militante, y dedicó una serie de 7 episodios a explicar por qué los creyentes somos unos ‘bobos’ que hablamos con nuestro ‘amigo invisible’ incluso después de los 18.

A pesar de nuestras diferencias, Bill Maher me cae muy bien, sigo con interés a Musk y a Gates en Twitter, y algo tuve que ver en el hecho de que dos papas tuiteen desde 2012.

Sí, yo estaba allí con el Benedicto XVI cuando le dio al botón tweet por vez primera. Detalles sobre ese suceso más adelante.

¿Los papas en Twitter?

Hoy nos parece normal que el Papa Francisco se comunique con el mundo a través de las rede sociales. Hace diez años era impensable.

Hasta 2012, el papa se comunicaba en encíclicas de 100 páginas, no en mensajes de 140 caracteres. No hacía entrevistas, sólo hablaba brevemente con periodistas en el avión durante sus viajes. Cuando sucedía alguna catástrofe en el mundo, el Vaticano enviaba un telegrama de parte del Papa a la autoridad eclesiástica local. La figura del Papa estaba, en definitiva, tan protegida de la opinión pública como su vehículo oficial. El cristal antibalas de su voz era la formalidad propia de un monarca.

¿Qué obstáculos había para la presencia del Santo Padre en las redes sociales?

Todos.

Se oponían frontalmente algunos cardenales de la Curia, reticentes a cualquier innovación en las formas; se oponía la Secretaría de Estado, el brazo diplomático del Vaticano, que encontraba riesgos geoestratégicos en cada frase que el pontífice decía en público.

No es que la propuesta tuviera enemigos: era tan estúpida que nadie se atrevía a hacerla.

En parte es comprensible. Que la figura del papa estuviera expuesta a los insultos en las respuestas a sus mensajes, o que su imagen de perfil compartiera espacio con las hermanas Kardashian, eran anatema en el Vaticano. En un momento en el que las instituciones empezaban a perder prestigio en el mundo, daba vértigo la posible banalización de la figura del sucesor de San Pedro, líder moral de 1.300 millones de católicos.

¿Cómo se operó el cambio?

Toda historia de transformación, y más si es de alcance global, implica la confluencia de una amplia diversidad de protagonistas y de factores circunstanciales.

En el caso del sí del Papa a las redes sociales, la historia se nutre de un reparto de agentes externos que por casualidad entran en contacto con un grupo heterogéneo de ‘campeones’ internos de la innovación en un momento crítico para la Iglesia Católica.

A juicio de un agente literario de Nueva York, al que le conté un esbozo de lo que pasó, el relato es muy interesante, y pronto verá la luz un libro publicado en Estados Unidos que he escrito con un prestigioso periodista americano del ámbito religioso.

Pero como esta historia implica a Twitter, la plataforma de las ideas sintetizadas, anticiparé a los lectores de FORBES una síntesis de lo ocurrido a través de un hilo de tuits.

1) Roma no se conquistó en un día. En el caso que nos ocupa, tampoco. La decisión de crear la cuenta @pontifex es el resultado de una relación de consultoría entre la agencia 101 -de la que soy fundador- y el Vaticano que comienza en 2010 y se prolongó hasta 2016.

2) Identificar a quienes tienen el poder de decisión, y ganarse su confianza. La decisión de abrir la cuenta papal en Twitter se tomó al final de un almuerzo en una taberna junto a la Plaza de San Pedro. Yo llevaba un Powerpoint impreso con los pros y los contras de la idea. Y les convencí.

3) Cuando hay problemas, los grandes cambios urgen. La oportunidad que vi para para llamar a la puerta del Vaticano ofreciendo mi ayuda fue un mensaje del Papa Benedicto XVI en el que decía que parte de la crisis de imagen que sufría entonces la Iglesia se debía a su desconocimiento del uso de las redes en la comunicación del Vaticano.

4) Serendipia. Cuando escribí al Vaticano, no tenía ningún contacto previo, no conocía a nadie en la Curia. Las posibilidades de que esa oportunidad de New Business para mi agencia tuviera éxito eran ínfimas. Pero estaba tan convencido de que podíamos ayudarles, que escribí una carta y la envié por correo. Así comenzó todo. Y la carta llegó. Y me llamó por teléfono un alto responsable del Vaticano.

5) Empezar enseñando tus cartas. La relación con el Vaticano comienza con un taller de formación en Roma para sus cuadros directivos sobre la influencia en Internet. Ese workshop abrió mentes y facilitó la creación de una red de aliados de la innovación digital en la Santa Sede.

6) Confianza. En el Vaticano, como en cualquier lugar, las ideas progresan a través de relaciones de confianza. Ganarse la confianza de la Curia requirió tiempo y muchas horas de conversación. Se sintieron comprendidos, y paso a paso, logramos desactivar sus resistencias.

7) Empatía.  El sí a las redes sociales en una institución con más de 2.000 años de historia no es fácil de conseguir. Porque una vez que la Iglesia se compromete a algo, lo hará de forma indefinida (en este caso, hasta que Twitter deje de existir, como me dijo un día un asesor del papa). Si hay un secreto en el proceso que puede ser replicado es este: centrarse en los objetivos del cliente. El argumento definitivo que convenció a Benedicto XVI fue el futuro de la Iglesia, la gente joven. Para formularlo, había que conocer bien los grandes desafíos de la institución.

Se recordará a Benedicto XVI como un gran teólogo, o como un profundo intelectual que sostenía que la ciencia y la fe son compatibles. Se le recordará por su gesto de honradez de dejar el papado al verse humanamente incapaz de continuar. Para mí, siempre será el primer papa tuitero. Y fue un gran honor haber contribuido a que eso sucediera.

Artículos relacionados