Un grupo científico de Estados Unidos ha logrado recrear en un ordenador cuántico lo que sería un agujero de gusano. Un agujero de gusano es un atajo entre dos galaxias. Desde los años treinta los científicos llevan lidiando con esta posibilidad, el enlace entre dos agujeros negros que sirva para la teletransportación entre regiones separadas del Universo. Lo curioso del caso es que nadie ha detectado en el Cosmos un agujero de gusano, pero ya hemos sido capaces de representarlo en una computadora cuántica. Y aquí está otra cuestión interesante, el avance constante de la electrónica y, en este caso, de la informática cuántica.

El primer ordenador moderno, el ENIAC, era tan grande como un chalé adosado, pesaba unas 30 toneladas y casi tenía más válvulas que luces de Navidad la ciudad de Vigo. Contaba con 18.000 válvulas de vacío. Muy poco después, en 1947, el descubrimiento del transistor revolucionó el mundo de los cerebros electrónicos, los hizo más pequeños y asequibles. La carrera nanotecnológica de los microchips acercó las computadoras a todas las empresas y domicilios y transformó los celulares en potentes ordenadores de bolsillo.

Un ordenador cuántico representa un salto aún mayor. La computadora cuántica más potente del mundo es el Osprey de IBM, presentado el pasado mes, capaz de realizar billones de operaciones por segundo. Una computadora clásica que quisiera emular al Osprey debería contar con tantos bits como átomos el Universo.

Y aquí, en la informática, está centrada la guerra entre EEUU y China, entre Occidente y Pekín. Quien controle los cúbits -las unidades básicas de información de la informática cuántica- dominará el futuro. Washington lleva ventaja en todo lo que tiene que ver con la electrónica, lidera la fabricación de microchips, de ordenadores y también la Inteligencia Artificial. China resopla con los vetos yanquis y Europa no quiere quedarse a la zaga. Por eso la UE insiste en la necesidad de diseñar planes estratégicos en la industria del chip, en la IA y en la cuántica.

Los países comunitarios han acordado impulsar la fabricación de semiconductores en Europa. El objetivo es conquistar el 20% del mercado mundial el año que viene. Independizarnos de los suministradores asiáticos, Corea del Sur y Taiwán, especialmente. Pero también de China y, si es posible, incluso de EEUU. El primer pilar es la Iniciativa Chips para la investigación de nuevos semiconductores y el desarrollo de capacidades tecnológicas con un presupuesto inicial de 3.300 millones de euros.

Además, la Inteligencia Artificial tendrá un impacto de 200.000 millones de euros en la industria continental el año que viene, según el análisis de Bruselas.

La sospecha, la desconfianza y el enfrentamiento geopolítico se han instalado en la herida globalización. La invasión de Ucrania por Rusia y el apoyo más o menos tácito de Pekín a Moscú han acelerado la contracción globalizadora. A esto se añaden los cuellos de botella y la falta de seguridad en los suministros que impulsan la renacionalización de la fabricación. Una relocalización abaratada por la automatización de los procesos industriales, algo posible, entre otras cosas, por el creciente despliegue de la Inteligencia Artificial.

Las empresas occidentales ya no buscan tanto la mano de obra barata como la garantía del suministro de los productos. Y aquí España puede jugar su baza. En las últimas semanas se han anunciado inversiones extranjeras en nuestro país por valor de 20.000 millones de euros. Dinero comprometido en sectores punteros como la informática, las comunicaciones, internet, almacenamiento en nube, la automoción eléctrica, corredores de hidrógeno verde, energías renovables o logística para el comercio online. La brecha en I+D entre España y Europa se acorta, aunque a una lenta cadencia. En el pasado año, la inversión española en I+D creció un 9,4% según la Fundación COTEC. Es el mayor aumento desde 2008, el año de inicio de la Gran Recesión. De los 30 sectores analizados aún 17 no han recuperado el nivel previo a la crisis financiera. En el resto, en el lado de los ganadores, destaca el incremento de la inversión en automoción, un 176%, en aeronáutica con un 61% de crecimiento o en la industria farmacéutica con un avance del 21%.

A pesar de estas cifras España está aún lejos de las ratios de inversión en Innovación y Desarrollo del resto de Europa, 1,47% PIB frente al 2,27% continental. Por eso es de capital importancia aprovechar la oportunidad que representan los Fondos Next Generation. El objetivo es alcanzar el 2,12% del PIB de inversión en I+D en 2027. Parece lejano y al ritmo que va la ejecución de los fondos europeos es más bien complicado.