Opinión Ignacio Rodríguez Burgos

Conservadores en conserva

Los conservadores británicos no son capaces de conservar un primer ministro. A las primeras de cambio “envasaron al vacío” a Liz Truss.
Liz Truss, primera ministra de Reino Unido. (Foto: gov.uk)

Los conservadores británicos no son capaces de conservar un primer ministro. A las primeras de cambio “envasaron al vacío” a Liz Truss. La mitad de su mandato estuvo de funeral y la segunda parte feneciendo. Desde que David Cameron decidió revolver los fundamentos de la Unión Británica, con el referéndum de Escocia y posteriormente con el brexit, Gran Bretaña naufraga en el Mar del Norte.

Isabel II tuvo el buen gusto de morirse a tiempo para no ver el espectáculo. La élite política surgida de las elitistas Cambridge, Oxford, Eton, St. Andrews o Imperial Collegue ha removido los cimientos de Westminster, tanto la Catedral como el Parlamento. Un pequeño grupo de conservadores será, otra vez, el responsable de elegir al nuevo líder, al nuevo jefe de Gabinete. Todo con tal de evitar unos comicios generales que llevarían al partido de Churchill, Heat y Thatcher a una de sus mayores derrotas electorales ante un partido laborista, dirigido por Keir Starmer, que sube en las encuestas más por los errores del partido tory que por su propios éxitos. Los conservadores no salen de su laberinto, pero los laboristas no terminan de encontrar la salida al suyo tras las debacles cosechadas por su anterior líder Jeremy Corbin. 

A pesar de contar con el meridiano cero en su territorio, en Greenwich, el Reino Unido marcha sin rumbo. Primero, el nacionalismo escocés puso contra las cuerdas a David Cameron que vio una oportunidad para reforzarse en su dividida y rebelde formación. Todos los referéndums los carga el diablo. Mucha gente votó en Escocia más contra Cameron y los conservadores que a favor de la independencia. Al final, el gran catalizador de la Unión Jack en las tierras del kilt fue el último premier laborista, Gordon Brown. Los secesionistas escoceses quedaron temporalmente neutralizados, pero irrumpía otro movimiento más peligroso: el nostálgico e imperialista nacionalismo británico que resurgió impulsado por un falso recuerdo de un Imperio ya inexistente, opresor como todos, y arruinado tras las dos guerras mundiales y el proceso descolonizador.

Gran Bretaña consiguió salvar del hundimiento a la City de Londres, como centro financiero y atracción del dinero de la Commonwelth, y a la monarquía. La City fue perdiendo relevancia relativa tras el crecimiento de otras plazas internacionales, en especial las asiáticas, mientras que la Corona se elevaba y agrandaba con la pequeña figura de la reina. El funeral de Isabel II ha demostrado que los símbolos son parte del hormigón del andamiaje institucional. Los mitos tejen sociedades con hilos más resistentes que el acero, como bien explica Harari. Sin embargo, en la época de la tecnológica globalización, estas puntadas no bastan.

El brexit fue la respuesta desesperada de una clase política en un país en decadencia. Una decadencia a cámara lenta que se inició en las primeras décadas del siglo XX. Los británicos crearon el Made in… con la intención de que los consumidores identificaran el origen de los productos con la esperanza de que eligieran los británicos. No previeron que los compradores se decantarían por los artículos alemanes. Tras vencer en los dos conflictos mundiales, con la ayuda de los “primos americanos”, la posguerra y los turbulentos años 60, al final, Londres logró entrar en la UE. Tenía un estatus especial conquistado cumbre a cumbre, incluso Thatcher consiguió que Europa abonara un cheque al Reino Unido. Habían logrado lo mejor de ambos mundos: acceso libre a un mercado de 500 millones de personas y “corralito” social, laboral y financiero, con su libra esterlina como bandera. La misma libra y la misma deuda que sufría este mes hasta el tuétano con el desequilibrante plan de rebaja de impuestos y multiplicador de gastos de Liz Truss que ha terminado en el reciclaje político. Ahora, los torys necesitan reabrir el proceso de elegir un líder en un partido que hace tiempo que dejó de crearlos y con dudas existenciales tanto ideológicas como territoriales. El neoliberalismo marcha de capa caída, la utilización de la figura de Tatcher ya no levanta ánimos y el voto se concentra en los distritos ingleses, el resto casi es un erial. El problema de los conservadores británicos es que siguen enlatados en su propia crisis perpetua.