Lo primero que llama la atención es la cifra. Las investigadoras Juanita González-Uribe (London School of Economics) y Ouafaa Hmaddi (City University of New York) dan por válido el registro de Crunchbase según el cual Estados Unidos es el país con más aceleradoras de empresas (809), seguido muy de cerca por Alemania (802) y a mucha distancia de los tres siguientes países: Reino Unido (150), India (122) y Canadá (108). España tendría 59, según esa clasificación, no es mala cifra, aunque la Asociación Española de Startups la eleva a 215 contando incubadoras.
El fenómeno comenzó en Cambridge, Massachusetts, con la aparición en 2005 de la mítica Y Combinator, especializada en empresas tecnológicas. Cuatro años más tarde, el modelo se trasladó a Europa con Difference Engine y, desde entonces, el número de entornos para promover el crecimiento empresarial no dejó de crecer hasta 2016, cuando perdió algo del brío inicial y empezó a desacelerarse, lógico por otra parte.
Los motivos de esta expansión son variados. Uno de los principales cambios de las últimas décadas ha sido una disminución sustancial del coste de desarrollo de nuevas tecnologías. Esa democratización del acceso ha obligado a seleccionar entre un número cada vez mayor de empresarios sin experiencia en busca de financiación. Las aceleradoras aparecieron como un nuevo tipo de intermediario capaz de cubrir esa necesidad. Con el tiempo se fueron especializando en sectores y ámbitos de interés para los inversores, como las empresas con impacto social o ambiental, la biotecnología, el fintech o la agricultura.
Aunque ha pasado tiempo suficiente para disponer de literatura que analice el impacto de las aceleradoras en la economía y en el tejido empresarial, el informe que firman González-Uribe y Hmaddi pone de manifiesto la dispersión de los trabajos científicos publicados hasta ahora, muchos de ellos centrados en experiencias locales y difícilmente extrapolables si se quiere determinar en qué medida la fórmula está favoreciendo verdaderamente a la innovación.
No hay duda de que las aceleradoras ayudan a los participantes en sus programas a cerrar las brechas de financiación y a eliminar las asimetrías de información que se producen habitualmente entre empresas e inversores. La selección por parte de una aceleradora sirve para validar de facto las ideas empresariales y para certificar su potencial de crecimiento.
Eso va en beneficio del ecosistema en última instancia: si los mercados funcionaran de manera eficiente, las buenas ideas deberían convertirse en negocios exitosos y no harían falta aceleradoras, pero como no es así, las buenas ideas, en particular las innovadoras, pueden no alcanzar su potencial y ni siquiera despegar sin estos actores intermedios.
Sin embargo, aunque las aceleradoras suelen tener éxito en aumentar el rendimiento medio de las empresas participantes, su capacidad de impacto no responde a una ley inmutable. Depende en parte del perfil de los emprendedores y de las características específicas de la propia aceleradora, por ejemplo, del tipo de patrocinio.
La actividad de las aceleradoras acaba afectando a todo el espectro empresarial: los emprendedores prometedores suben a los escalones superiores y los menos aptos pueden verse impelidos a retirarse más rápido. Eso deposita una enorme responsabilidad en los gestores de las aceleradoras. ¿Son siempre efectivos? ¿Qué ventaja tienen sobre los inversores especializados cuando se trata de distinguir el ‘próximo Google’?, se preguntan las investigadoras. Su conclusión es que “necesitamos más información sobre cómo estos programas pueden involucrar mejor a sus comunidades empresariales más amplias”.
Un escéptico argumentaría que las aceleradoras solo atraen ideas de baja calidad, pero incluso los empresarios con más talento tendrán dificultades para hacer crecer su negocio y superar la complejidad de la industria del capital de riesgo, que depende en gran medida de redes cerradas y de métodos de valoración no estándar, si no tienen experiencia previa.
La evidencia es que las empresas que pasan por aceleradoras tienden a crecer y escalar más rápido que otras. Pero conviene estructurar y sistematizar el conocimiento de que ya disponemos para asegurarnos de que el modelo produce los efectos deseados, sin distorsionar el mercado, y es capaz de adaptarse a los nuevos desafíos de un entorno en continua transformación.